Paradigma. Cristina Harari

Paradigma - Cristina Harari


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brevísimo, su imagen queda fija en esas pupilas: ella y esa mujer son la misma persona. Se ve recogiendo las raíces torcidas de la mandrágora, evitando tocar las hojas, en la punta de los dedos percibe la suavidad de la salvia y los garfios de la bardana, escucha muy de cerca el piar de las garzas y solo sale del trance con el murmullo del río. Continúa su camino hasta que, sin saber cómo, llega a su casa.

      —¿Le ha sucedido algo, mi niña? Tiene un semblante sombrío, si no le conociera diría que se me está presentando un espectro.

      Flora tarda en reaccionar, cuando lo hace siente que llega de un lugar muy lejano.

      —Nada. Creo que tomé demasiado el sol —engaña al aya para no ser descubierta y porque su padre entra al salón en ese momento.

      —¿Qué ocurre? Estás pálida, anda a reposar, siempre has sido muy delicada, no quiero ni pensar que algo malo pudiera pasarte.

      Recostada en su camastro, todavía con escalofríos, intenta explicarse lo ocurrido, pero no halla la causa, aunque tal vez, se dice, la hierbera me lanzó un hechizo. Se contenta con pensarlo así y se queda dormida.

      Cuando despierta no recuerda siquiera haberse sentido mal. Comienza a idear lo que debe hacer: después de la cena hablará del tema que sí le interesa, con astucia, eligiendo bien las palabras, para convencer a su padre.

      —¿Recuerda la plática que sostenían los guardianes en palacio? Decían que en la cueva de Hércules existen tesoros inimaginables, que nadie, o muy pocos, se han atrevido a violar la cerradura —el silencio del conde la hizo pensar que daba su permiso para que siguiera adelante—. Esa fortuna, padre, en manos equivocadas podría ser una catástrofe, pero en las adecuadas, imagine usted cuánto bien traería.

      —Hija mía, es sabido que la leyenda también habla de una amenaza ante quien ose abrir ese recinto. Además, solo el soberano en turno tiene la facultad de probar suerte y nadie más.

      Guarda silencio, no es oportuno que insista, había escuchado lo que deseaba saber. Entonces el único que puede desentrañar el misterio de la casa cerrada es Roderico. Midiendo bien lo que va a pedir a Olián, se atreve a añadir.

      —El nuevo monarca ha ascendido al trono hace pocos días y, tomando en cuenta que puede haber represalias para quienes estén en su contra, me parece que es conveniente rendirle pleitesía, ¿no es así, padre?

      —¿A qué vas con eso ahora?

      —Nada, no me haga usted caso, pensé que era conveniente, debe perdonar mi atrevimiento.

      —Es posible que tengas razón.

      Aunque poco convencido, el conde recapacita en la estrategia de mostrar obediencia, eso le ganaría tiempo y desviaría la atención a su verdadero propósito.

      El conde Olián acepta que, fuera o no de su agrado, debía respeto al soberano, de manera que pronto irían los dos. Sin saberlo, su propia hija había dado con el pretexto idóneo para que sus planes no levantaran sospechas.

      A partir de ese momento, la joven planea con entusiasmo hasta el último detalle para lograr su objetivo. En el arcón con las prendas de su madre hay varias túnicas de gran belleza, sobre todo una con ribetes dorados sobre un fondo blanco; las guardaba para una ocasión especial, y el momento ha llegado.

      Imagina la manera en que va a seducir al nuevo rey, lo demás será fácil. En el reino se sabe que Roderico es un conquistador no solo de tierras, sino de mujeres, incluso las prohibidas por ajenas, y ella es libre, tan libre como el viento.

      Lo que Flora ignora es que muy pronto tendrá frente a sí al motivo de su impaciencia, pero no de la manera en que pretende.

      5. Lejos

      Lo que Grecia ignoraba era que muy pronto tendría frente ante sí al motivo de su impaciencia, pero no de la manera en que pretendía. La reacción de Azucena superó sus expectativas, veía el dolor que experimentaba y deseó que ese no fuera el inicio de una ruptura porque, aunque estaba decidida, la angustia empezaba a instalársele en el corazón. Su hija era a quien más quería, nunca nadie había ocupado el lugar que en seguida conquistó después de nacer. Jamás maginó que sería así, bastante había luchado para hacerse la fuerte, la ecuánime, armarse de valor en incontables ocasiones y decidir lo que creyera conveniente, resoluciones extremas cuyo último objetivo, se decía, eran obtener bienestar, alcanzar el éxito, aunque casi siempre sus acuerdos fueran unilaterales; tampoco tenía en cuenta su propia conciencia.

      —Es para tu bien, aunque no lo veas así, y deja de llorar, mi vida, que nos vamos a separar solo por un tiempo. Ya verás que pronto te vas a sentir muy bien en ese colegio.

      —¿Papá también va a ir? Y, ¿qué va a pasar con Peluso?

      —Tu papá ahora tiene mucho trabajo y tu gatito estará bien cuidado. Además, si allá te portas como debe ser, podrás tener uno.

      Mentira sobre mentira, todo con tal de consolarla y no flaquear en sus propósitos. Imposible deshacer los planes que le costó organizar porque ella también saldría de viaje y no por corto tiempo.

      Despedirse de Cata fue doloroso, la muchacha acompañaba el llanto de la niña con el suyo, pero la animó diciéndole que cuando regresara iban a preparar montones de pasteles de todos los sabores; jugarían cuantas veces quisiera a las escondidas y, sí, también la iba a enseñar a hablar zapoteco, como ella. A Peluso no pudo darle el beso del adiós porque el animalito no apareció por ningún lado. De seguro se fue a dormir debajo de algún sillón, no te preocupes, mi niña, ya verás que cuando vuelvas va estar rete chulo y grandote.

      Salieron al aeropuerto, Azucena imaginaba que se iba al último lugar del mundo, el más remoto e inaccesible y Grecia, con la incertidumbre pisándole los talones, pero sin demostrar alguna emoción. Es lo mejor, se repetía mentalmente, es lo mejor.

      —Debes ser valiente, mi vida, y yo sé bien que lo serás porque no eres una niña debilucha.

      Prometió ir a verla tan pronto como tuviera un fin de semana de licencia, porque ella también iba a estudiar; podrían, incluso, viajar a Disneylandia, lo que fuera para que su hija dejara de llorar, intentaba acallar una conciencia, que empezaba a echarle en cara su proceder egoísta.

      No soy debilucha, pensaba la niña y así se daba ánimos. Sus compañeras fueron como un bálsamo, en especial a la hora del recreo, aunque durante la noche el desconsuelo tomaba dimensiones exageradas.

      Encontró ordenada la habitación con cuatro camas donde iba a vivir a partir de ese momento, como si Cata anduviera por ahí haciendo la limpieza, el color menta de las paredes y el amarillo claro de las sobrecamas también le gustó, aunque se sentía rara de tener que compartir ese espacio con otras niñas porque, según entendía, ninguna iba en el mismo salón de clases.

      Los días pasaban y seguía sin querer comunicarse con sus compañeras de cuarto, se mantenía alejada de todas, aún no se acostumbraba a estar lejos de las personas con quienes había convivido toda su vida. En la oscuridad cerraba los ojos con fuerza y pedía con fervor que, al abrirlos, todo fuera una pesadilla y estuviera de nuevo en su cama, en la de ella y no en una de un dormitorio con dos niñas más. Reprimía el llanto no por valiente, sino porque le daba vergüenza hacerlo y que las demás la escucharan. Una de esas noches, apenas habían apagado la luz, oyó que alguien la llamaba por su nombre.

      Se trataba de Berenice Covarrubias, la niña que se sentaba cerca de ella en clase de Grammar. La habían cambiado de dormitorio porque donde estaba, las camas ya eran insuficientes.

      Desde el momento en que se hicieron amigas, la vida en el internado empezó a cambiar, ya no se sentía tan fuera de lugar, tampoco sufría para darse a entender y el buen humor de su nueva amiga que, para colmo de buena suerte también era mexicana, facilitó que se adaptara antes de lo que cualquiera hubiera calculado.

      Se volvió cómplice de travesuras y confidencias, igual planeaban una broma para las niñas del dormitorio que hacían competencias a ver quién se llenaba más la boca con los panqueques bañados con miel de maple


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