El Chavarín. Agustín Curiel López
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Presentación
Raúl Eduardo González
La literatura de tradición oral constituye, sin duda, un patrimonio fundamental de la cultura de una comunidad: tanto la historia como los deseos y aspiraciones, los valores y los juicios de la colectividad acerca de sus propios miembros se encuentran reflejados de diversas formas en los cantos (para bailar o para escuchar, religiosos o amorosos), en los dichos, en los refranes, en los cuentos, en los chistes y, sobre todo, en las leyendas, cuyos motivos y personajes universales (los encantamientos de lugares y tesoros, las apariciones del diablo, de los fantasmas y otros seres sobrenaturales, las maldiciones, etc.) si bien surgen en relatos equivalentes por lugares muy distantes del mundo, cobran en cada sitio una dimensión especial, ligados como se encuentran a la geografía y a la memoria colectiva del lugar donde se relatan.
Por supuesto que México, y el estado de Jalisco en particular, no son la excepción: nuestro rico mestizaje da cuenta, además, de la influencia tanto de elementos de la religión católica como de los mitos indoamericanos, europeos y africanos, poblando nuestro campo y nuestras ciudades de creencias, de relatos fantásticos que de cuando en cuando se nutren asimismo de versiones escritas —como aquellas relativas a la aparición de imágenes religiosas o las colecciones que reúnen leyendas de determinados lugares—; tal es el caso de El Chavarín. Historia de un ser imaginario, escrita a manera de novela corta por Agustín Curiel López, a partir de la leyenda conocida en Ameca, que el autor pone en perspectiva y le da un contexto que de suyo el relato oral no tiene, pues suele ser fragmentario y estar acotado a la situación determinada en la que es contado en voz alta.
Así, el autor trasciende la mera enunciación de la monstruosidad del personaje y relata las causas y los pormenores de cómo Lucio Chavarín decide, por ambición y por ignorancia, ahondar más allá del tabú y de los dogmas del catolicismo en el cual debió haber sido criado en Ameca; maltratado de niño y con poca fortuna en la vida adulta, vive en continua inconformidad. Volcado sobre su propia desgracia —a fin de cuentas, la misma de todos los pobres pescadores de la población—, Chavarín reniega de los principios que guían la conducta de sus coterráneos: tiene la ambición de vivir de la usura y no de la producción pesquera; quiere tener mil riquezas sólo para sí, pues, además, parece haber renunciado a tener descendencia con Rosalía, su mujer, quien representa su único vínculo con el resto de los amequenses —sus compadres, el párroco—; cuando Lucio se separa de ella para abrazar a plenitud el pacto que ha contraído con el Espíritu Inconforme —y literalmente lo hace con su nahualeca, la rastrera guardiana de su propio egoísmo y de su codicia—, queda sellado su destino fatal y eterno: ser el monstruo, mitad hombre, mitad serpiente, que repta en las profundidades del río Ameca, de cuyos peces es el triste dueño.
En el polo más oscuro de su vida, el que a fin de cuentas triunfa, está Susana la Aruja, que conoce la profundidad del desconsuelo de Chavarín. La Aruja sabe que su ahijado está dispuesto a cualquier cosa para alcanzar las riquezas, que su ambición es, en realidad, un pozo sin fondo, pues cuando su pesca mejora, Lucio se entregará a la usura voraz en contra de sus propios paisanos y de sus compañeros de oficio. El supuesto bienestar del pactante va aparejado con la desgracia de la población; Chavarín abandona su casa y a su mujer, se muda a una choza en El Tepetate, donde se entrega a una relación carnal con la nahualeca. Habiendo hecho víctima a su propio compadre Chencho, con lo que da la espalda a sus vínculos religiosos y morales con la comunidad, Lucio se convierte en vida, más allá de su aspecto físico, en un auténtico monstruo, ni más ni menos.
En el extremo de su desesperación, Rosalía acude con el párroco, cuya medicina espiritual resulta inútil ante la desmedida ambición de Chavarín, vuelta ya en soberbia, en ciega lujuria, en necia crueldad; no le queda más que abandonar a la comunidad a la que ha hecho víctima, para adentrarse ya físicamente trasmutado en monstruo en las aguas del río Ameca. Este caudal, el gran benefactor del pueblo, recuerda desde entonces con su incansable curso el riesgo de morir en el pecado, abrazando, como el engendro de la leyenda, la fútil esperanza de la riqueza fácil. Quien se deje vencer por su propia ambición ha de recibir el repudio de la comunidad, y ha de verse confinado a la marginación y al espejismo de atesorar el metal a costa de la desgracia de los demás. Un castigo que tantos usureros merecerían y que en el fondo de las creencias colectivas les espera.
En la historia que narra, Agustín Curiel López censura la actitud de su personaje, tanto como las condiciones sociales de marginación, pobreza extrema y violencia aparejadas a la injusta explotación de que Chavarín, como todos los amequenses, era víctima, bajo el esquema de las haciendas novohispanas y decimonónicas. Con su fondo de verdad, más allá de las circunstancias históricas en los tiempos de Lucio Chavarín —que, por supuesto, como pasa en este tipo de relatos, no se busca delimitar con precisión ni mucho menos—, la leyenda sigue denunciando estas injusticias y sigue calando en la conciencia de quienes, como Lucio, deciden abandonarse a la indolencia y acceder a la riqueza fácil.
Como antídoto para la tentación y la maldición que trae consigo, el autor expresa que no hay nada como la educación y el trabajo, el desarrollo cultural, y los principios de la religión católica, que ha sido cultivada en Ameca desde el siglo xvi. En su cruzada cultural, Agustín Curiel ha contribuido con una labor docente y literaria, en la que destaca, por supuesto, la escritura de El Chavarín. Historia de un ser imaginario, cuya primera edición vio la luz en 1978. Desde entonces, y como un sucedáneo de la rica tradición oral que subyace a la novela, esta historia se sigue contando en Ameca, aderezada con el sesgo singular que el autor le ha dado.
Amén de las descripciones del pueblo, de los personajes, de las limpias de la Aruja y de las reuniones para invocar al Destructor, podríamos resaltar un capítulo en particular de la novela, «Los duendes», en el que el autor refiere la visión que Chavarín tiene de estos personajes la noche de su pacto: vestidos con cotón y calzón de manta, con ceñidores de colores y calzados con huaraches, los duendes se aparecen, tradicionalmente, en un lugar acuático que la gente del pueblo juzga como embrujado, la Huerta de Castro, donde Lucio Chavarín se refugiara cuando niño luego de los maltratos que recibía en casa, para desquitarse con la crueldad infligida a las tortugas del lugar. Ahonda, así, Agustín Curiel en el perfil del personaje que ve aquella noche cómo al abrigo de la penumbra los duendes bailan y cantan formando una ronda en torno a él, quien juzga su visión como un sueño. En realidad, Lucio simplemente ha atisbado el mundo sobrenatural al que accederá pronto y de manera definitiva.
Pasajes como el anterior hacen muy interesante y sabrosa la lectura de la novela, que como toda buena leyenda, por supuesto que hace sentir miedo a los lectores. No cabe más que celebrar, pues, la aparición de esta segunda edición de El Chavarín…, debida a la iniciativa de Enrique Martínez Curiel, cuyo amor y dedicación por la historia y la cultura de su natal Ameca no están en duda. Aquí, pone a disposición de los lectores este título clásico de la bibliografía amequense, que da cuenta de la rica tradición oral del pueblo, reflejada en esta leyenda de honda raigambre, en la cual elementos y principios vitales del pueblo —como el río, la pesca, el catolicismo y el trabajo— cobran vida en la historia de un monstruo que, según se cuenta, sigue rondando por las márgenes del río, para horror y escarmiento de los amequenses.
prólogo
El Chavarín 250 años después
Enrique Martínez Curiel
La leyenda El Chavarín historia de un monstruo, narrada en forma de novela y escrita por Agustín Curiel López, apareció por vez primera en 1978. Desde entonces, la novela pasó a ser uno de los libros predilectos en