Alguien que te quiera con todas tus heridas. Raphael Bob-Waksberg

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todo lo que decía ser en la web.

      Concluye que le gusta. Es la clase de tío que podrías presentar a tus amigos, se dice.

      Al acabar la cena, él le sugiere que vayan a su casa. Abre una botella de vino y le sirve una copa. Le ofrece también una lata estrecha y alargada que tiene la tapa de goma: «¿Un anacardo circense salado?».

      «¿Qué es un anacardo circense salado?», pregunta ella.

      «Ábrelo», dice él. «Compruébalo tú misma».

      Dirige la mirada a la lata. En la etiqueta se lee: La Compañía de Anacardos presenta —y en letras grandes y vistosas— LOS ANACARDOS CIRCENSES SALADOS; y luego, en letras más pequeñas, ¡DELICIOSOS! ¡SALADOS!, y luego, en letras aún más pequeñas: INGREDIENTES: ANACARDOS, SAL, y por el otro lado hay un dibujo de un hombre con un látigo —un domador—; todo el diseño de la lata tiene temática circense, y al domador le sale un bocadillo de la boca y dentro del bocadillo pone: ¡HOLA, AMIGOS! Disfrutad de estos anacardos circenses recién salados, cortesía de la Compañía de Anacardos. Han sido fabricados con los mejores ingredientes, combinados a la perfección, así que esta lata contiene exclusivamente los mejores anacardos circenses salados; te aseguro que no hay ninguna serpiente de mentira enroscada en un muelle que vaya a saltar y a asustarte cuando abras la tapa, si es eso lo que estás pensando. No, no; desecha ese pensamiento: aquí solo hay anacardos, te lo juro por Dios. Estoy siendo totalmente sincero. ¿Para qué iba a haber una serpiente aquí dentro? Menuda tontería. Mira: si abres esta lata y te salta a la cara una serpiente de broma, entonces te doy permiso para que no vuelvas a confiar en mí nunca más; pero ¿por qué ibas a dejar pasar la ocasión de comerte estos deliciosos anacardos salados solo porque hay una pequeñísima posibilidad de que todo esto sea una intrincada trampa para hacerte quedar como una idiota? Vale, veo que sigues sin abrir la lata. Y lo entiendo. Quizás lleves razón al ser cauta. Al fin y al cabo, ya te han engañado en el pasado. Tu corazón está agotado y repleto de cicatrices; lo han tratado muy mal y se ha ido desgastando con el tiempo. No eres ninguna tonta, y aun así sigues tropezándote una y otra vez con los trozos de tu maltrecho corazón; dejas que tus absurdas esperanzas vacías se lleven lo mejor de ti. Quizás todas las latas de anacardos escondan una serpiente de mentira, pero tú, ingenuamente, no dejas de abrirlas, porque en tu fuero interno sigues creyendo en los anacardos. Y cada vez que descubres la cruel mentira que se escondía en la lata de anacardos, te prometes que la próxima vez te vas a fiar un poquito menos, que te vas a abrir un poquito menos, que vas a ser un poco más dura. No merece la pena, te dices. Es que no la merece. Tú eres más lista que todo eso. De ahora en adelante, vas a ser más lista. Pues bien, estoy aquí yo para decirte que esta vez va a ser diferente, a pesar de que no tengo ni una sola prueba que pueda avalar esta afirmación. Tú abre la lata y todo saldrá bien. Los anacardos circenses salados te están esperando. Tienen muchísimo sabor, están deliciosos. Te vas a alegrar de haberte fiado de mí. Esta vez es diferente, te prometo que lo es. ¿Por qué iba yo a mentirte? ¿Por qué querría hacerte daño? Esta vez no hay ninguna serpiente acechando. Esta vez todo irá de maravilla.

      Una OCASIÓN más que PROPICIA y DICHOSA

      Así que si quieres conocer la opinión de un montón de personas sobre la forma correcta en la que se ha de celebrar una boda, la mejor manera es decirle a la gente que te vas a casar; entonces te garantizo que te vas a hinchar a escuchar la opinión de los demás. Personalmente, la parte de escuchar la opinión de todo el mundo no fue el motivo número uno por el que le pedí a Dorothy que se casara conmigo. Se lo pedí porque la quiero. Pero es decírselo a la gente y todo el mundo se lo toma como una invitación personal para decirnos exactamente qué deberíamos hacer.

      «Tenéis que iluminar el altar con velas», dice Nikki, la mejor amiga de Dorothy, nada más se lo comunicamos, antes incluso de darnos la enhorabuena. «Y las velas deberían ir aumentando de altura hasta llegar al nivel del altar, como símbolo de que vuestro amor y compromiso se fortalece y brilla con más luz cada día».

      «Nos gustaría tener una boda íntima y sencilla», digo. «No queremos que nuestra boda se convierta en un evento grande e historiado».

      «Pero Peter, tiene que haber velas», dice Nikki. «Si no, ¿cómo va a hacer el demonio del amor medio ciego para escribir vuestros nombres en el Libro de la Devoción Eterna?».

      «Ohh», dice Dorothy avergonzada. «Se me había olvidado que el demonio del amor medio ciego tenía que escribir nuestros nombres en el Libro de la Devoción Eterna».

      Salgo por la tangente: «¿No crees que eso está un poco pasado de moda? Quiero decir, mi primo Jeremy no tuvo velas en su boda y su matrimonio va bien, incluso sin que el demonio del amor escribiera sus nombres».

      Dorothy me clava los ojos y sé lo que está pensando. ¿No era mi primo Jeremy el que la semana pasada se estaba quejando de las alfombras nuevas que su mujer había comprado para el segundo Santuario de la Agitación que habían instalado encima de su Choza de Oración? Quizás tendrían una comunicación más eficiente si hubiesen puesto velas en su boda para que así el demonio del amor medio ciego pudiera escribir sus nombres correctamente en su libro. Sé que estoy librando una batalla perdida, pero vuelvo a recalcar: «Está claro que no podemos hacerlo todo. Queríamos algo sencillo».

      A Nikki no le afecta este razonamiento. «Vale, pero ¿qué os cuesta poner velas? No os digo que alquiléis un dirigible o algo así. Son velas. Podéis conseguirlas literalmente en la farmacia».

      Dorothy me mira con sus grandes ojos color avellana y entonces sé que esto es algo que quiere de verdad (a pesar de que fue ella la primera que dijo que debíamos hacer algo sencillo).

      «Bueno, veamos qué tienen en la farmacia», sugiero.

      A Dorothy se le ilumina la cara como si fuera una Pira Hibernal y me resigno a pensar que definitivamente va a haber velas de altura creciente iluminando el altar en nuestra boda.

      Pero la principal cuestión sobre la que todo el mundo tiene que ofrecer su punto de vista es en qué momento llevar a cabo el sacrificio caprino para el Dios de Piedra.

      «Convendría hacerlo al empezar», dice mi madre. «Así os lo quitáis de en medio y todo el mundo sabrá que habéis apaciguado al Dios de Piedra, y que vuestro matrimonio ya es legal y tiene su bendición».

      «¿Lo dices en serio?», dice mi hermano pequeño. Está estudiando en la universidad para ser sacrificador de cabras, por lo que obviamente sabe mucho del tema. «¿Sabes de cuánta sangre estamos hablando? Tienes que hacer el sacrificio al final, si no, podrías resbalarte con las tripas de cabra al hacer la Danza del Duendecillo Cornudo del Bosque, y la sangre pondría perdida tu túnica nupcial y el vídeo acabaría en uno de esos blogs de bodas que salen mal».

      En ese momento, no reúno la valentía suficiente para decirle que no tenemos pensado hacer la Danza del Duendecillo Cornudo del Bosque, y que probablemente no llevaremos las tradicionales túnicas nupciales, y que bajo ningún concepto vamos a contratar a un cámara.

      Mi madre niega con la cabeza. «En realidad no es tanta sangre —dice mirando directamente hacia mi hermano—, si se llama a un buen sacrificador».

      La cara se le pone colorada, como le pasa siempre que siente que nadie le está tomando en serio. «Ni aunque llamasen al mejor sacrificador de la ciudad —dice—, ni consiguiendo que venga Joseph el Siempre Santificado…».

      «Por favor», se burla mi madre. «No podrían conseguir a Joseph el Siempre Santificado con tan poca antelación».

      «Incluso si se pudiera —dice mi hermano—, te digo que habría muchísima sangre».

      Dorothy deja la servilleta sobre su plato de pasta con salsa marinera. «He terminado».

      «Lo siento», le digo de camino a casa, volviendo del Olive Garden. «Sé que mi familia es algo exagerada».

      «Me encanta tu familia», dice Dorothy. «Solo intentan ayudarnos».

      «Tendríamos que habernos fugado», le digo. «Podríamos haber evitado todo este estrés


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