López Obrador: el poder del discurso populista. Luis Antonio Espino
Título:
López Obrador: el poder del discurso populista
© Luis Antonio Espino, 2021
D.R. © 2021 Editorial Turner de México, S.A. de C.V.
Francisco Peñuñuri 12, Del Carmen, Coyoacán, 04100
Ciudad de México, CDMX
Primera edición: abril de 2021
Reservados todos los derechos en lengua castellana. No está permitida la reproducción total ni parcial de esta obra, ni su tratamiento o transmisión por ningún medio o método sin la autorización por escrito de la editorial
ISBN: 978-607-7711-39-1
eISBN: 978-84-18428-95-1
Impreso en México
La editorial agradece todos los comentarios y observaciones:
A mi esposa Daniela y a mis hijos, Luis y Pedro,
como testimonio de los tiempos
que nos tocó vivir.
A mi padre, José Antonio, con cariño.
¡Pueblo mexicano! ¡Pueblo manso,
pueblo piadoso, y asaz sufrido!
¡Cuán digno eres de otra suerte por
tus virtudes!
¡Quiera el cielo mejorártela
y cambiar estos días de desgracia
y miseria en días de ventura y holganza!
carlos maría de bustamante,
apuntes sobre el gobierno del presidente antonio lópez
de santa anna (1843)
ÍNDICE
i Adaptar los hechos a una narrativa demagógica
ii Sustituir comunicación con propaganda
iii Ante las crisis: negar, minimizar y eludir
iv Deslegitimar el conocimiento, la información y la crítica
v Manipular el lenguaje para erigirse en el único poder legítimo
Introducción
“¿Cómo es posible?”, es la pregunta que muchos nos hemos hecho a lo largo de los primeros dos años del sexenio de Andrés Manuel López Obrador, conocido ampliamente en México como AMLO. En este breve lapso, la pandemia del coronavirus ha llenado de enfermedad, luto y dolor a cientos de miles de hogares, la violencia y el crimen han alcanzado niveles inéditos, la economía se ha desplomado, el desempleo no cede, las empresas de todos tamaños se enfrentan a diario con nuevos obstáculos para operar y servicios públicos esenciales, como la salud y la educación, enfrentan una crisis sin precedentes. Todo ello por mencionar solo algunos rubros que dan cuenta del estado del país al inicio de 2021.
Y, sin embargo, lejos de generar una vigorosa demanda ciudadana por un cambio de rumbo, el presidente López Obrador mantiene niveles de popularidad que desafían toda lógica. No se trata solo de lo que dicen las encuestas, que lo ubican –en febrero de 2021– en un nivel promedio de 62% de aprobación contra 31% de desaprobación.1 Se trata también de la intensidad de esa aprobación, que se manifiesta en una actitud de devoción genuina de parte de millones de personas que lo defienden a capa y espada y que, sin importar edad, escolaridad o clase social, se muestran reacias a aceptar que las decisiones del presidente han resultado muy costosas para todos los mexicanos en términos de vidas, salud y progreso. Con ello empoderan más a López Obrador, quien entiende la aprobación de la mayoría como un permiso para actuar sin más límite que su voluntad.
Ante esto, los analistas políticos ofrecen diferentes interpretaciones. “Lo aprueban por los programas sociales”, es una de las más comunes. En efecto, tal como lo hizo en sus años al frente del gobierno de la capital del país (2000-2005), López Obrador ha creado programas masivos de transferencias directas de dinero a amplios grupos de la sociedad, especialmente adultos mayores y jóvenes. “Valoran mucho las obras en el sureste”, dicen otros de manera muy concreta, al recordar que los proyectos del Tren Maya, el Corredor Transístmico y la refinería de Dos Bocas prometen llevar progreso a zonas que no suelen recibir grandes proyectos de inversión pública. Una tercera hipótesis asegura que los gobiernos de los principales partidos de oposición, PRI, PAN y PRD, agotaron la paciencia de la sociedad con sus escándalos de corrupción y falta de resultados. Esto, se dice, ha dejado a AMLO como el único referente con credibilidad para plantear un futuro mejor, es decir, él tiene el monopolio de la esperanza. Otros piensan que López Obrador ha sido capaz de realizar el “mejor diagnóstico” de la realidad nacional y por eso las mayorías lo siguen creyendo capaz de ofrecer las mejores soluciones.
Esas hipótesis tienen algo de verdad, pero no alcanzan a explicar la totalidad del fenómeno político que representa Andrés Manuel López Obrador, principalmente porque parten de dos ideas equivocadas. La primera es que es un presidente democrático más, es decir, un administrador sexenal del Estado como los mandatarios anteriores, solo que con una ideología de “izquierda” que se refleja en un plan de gobierno que busca dar prioridad a los mexicanos más pobres. La segunda idea equivocada es pensar que todos los ciudadanos que votaron por él lo miden con la misma vara con la que medían a los presidentes anteriores y esperan que entregue resultados concretos. Con esa lógica se infiere que, cuando al presidente “lo alcance la realidad” y la gente “se dé cuenta” de que “no está cumpliendo”, su aprobación caerá y él modificará su forma de gobernar.
Comencé a ver cuán erróneas son esas ideas en enero de 2019, cuando el presidente puso en peligro la seguridad energética del país y generó un desabasto masivo de combustible al tomar y avalar decisiones basadas no en criterios técnicos, sino en prejuicios político-ideológicos. A pesar de que el desabasto generó una afectación real, concreta y tangible en la economía y en la vida de los ciudadanos, AMLO logró envolver esa crisis en una narrativa que hizo que la sociedad aprobara sus acciones sin ningún cuestionamiento. Su popularidad se elevó a más de 80% sin que él, ni ningún integrante del gobierno, rindiera cuentas por haber dejado al país con combustible para apenas una semana. “¿Cómo lo hace?” fue la pregunta que me hice entonces con asombro, recordando que apenas dos años antes el entonces presidente Enrique Peña Nieto había provocado la ira nacional –incluyendo bloqueos, disturbios y saqueos violentos que dejaron varios muertos–