López Obrador: el poder del discurso populista. Luis Antonio Espino
el contrario, es de las sociedades más trabajadoras del mundo, y ahí está el ejemplo de nuestros paisanos migrantes que por necesidad han ido a ganarse la vida a Estados Unidos y ahora están enviando a sus familiares 30 mil millones de dólares anuales.10
El “pueblo” es, además, la fuerza que ha impedido que el país desaparezca por culpa de los “neoliberales”:
Ha sido tan pronunciada la decadencia del país en los últimos tiempos que solo la fortaleza cultural de nuestro pueblo permite explicar por qué tanto aguante y por qué tanta resistencia.11
El binomio AMLO-“pueblo” es indisoluble, pues sostiene una relación de amor y lealtad cuyo sólido pegamento son el odio y el temor al enemigo común:
No habrá divorcio entre pueblo y gobierno. Yo les necesito, porque como decía Juárez ‘con el pueblo todo, sin el pueblo nada’. No me dejen solo porque sin ustedes no valgo nada o casi nada; sin ustedes, los conservadores me avasallarían fácilmente. Yo les pido apoyo, porque reitero el compromiso de no fallarles; primero muerto que traicionarles.12
4. El conflicto: la lucha permanente entre el bien y el mal
En este relato, AMLO es un líder que le revela al “pueblo” la verdad sobre su injusta situación, pero también que tiene en sus manos el poder de transformarla radicalmente llevándolo al poder. Cuando el villano confirmó que el héroe representaba una amenaza real, decidió que había que detenerlo a cualquier costo:
Tienen mucho miedo a que el pueblo opte por un cambio verdadero. Y ese miedo cobarde de perder privilegios los lleva a tratar de aplastar a cualquiera que atente contra sus intereses y proponga una patria para todos y patria para el humillado.13
López Obrador siempre ha manipulado hábilmente los hechos para adaptarlos al relato. Lo que no sirve, lo que no encaja o lo contradice simplemente se desecha. Por ejemplo, ante la dura derrota electoral de 2006, él nunca hizo un ejercicio público de reflexión sobre las razones del fracaso de una campaña en la que había iniciado muchos puntos arriba como amplio favorito. Eso hubiera sido rendir cuentas a su partido, a sus seguidores y a sus votantes. Al contrario, adaptó los hechos a su narrativa de la élite maligna desesperada por no perder privilegios, construyó toda una mitología del “fraude electoral” –grave acusación que nunca pudo demostrar ni jurídica ni políticamente– y convirtió ese episodio en un capítulo épico de la lucha contra “la mafia del poder”. Así describía el conflicto entre el villano y el héroe al autoproclamarse “presidente legítimo de México” en 2006:
Los poderosos se imponen con el dinero, el prejuicio racista y clasista, las injusticias, la ilegalidad y la manipulación de muchos medios de comunicación. Trabajan contra los intereses populares […]. Nosotros, por el contrario, solo disponemos de lo mero principal: la voluntad de cambio de millones de personas libres y conscientes. Tenemos de nuestro lado, y lo decimos con orgullo, con alegría y entusiasmo, a ese sector inmenso del pueblo mexicano que tiene hambre y sed de justicia.14
Catorce años después, los adversarios de AMLO, a los que ahora también llama “conservadores”, siguen conspirando desde las sombras para derrocar al héroe, aunque este ahora ya no es un líder opositor derrotado gritando en las plazas, sino el presidente de México:
Estoy optimista, vamos a salir adelante. A pesar de que no tienen escrúpulos morales de ninguna índole, los conservadores, que son muy hipócritas, son sepulcros blanqueados porque van a la iglesia y olvidan los mandamientos y actúan supuestamente como liberales o fingen ser liberales, cuando en realidad son conservadores, y muy corruptos, porque todo el enojo que traen con nosotros es porque ya no pueden robar a sus anchas.15
Pero, como en toda buena historia, la bondad del protagonista terminará imponiéndose:
Es el pueblo nuestro ángel de la guarda, ese es un elemento que nos permite avanzar y acabar con la corrupción, desterrar la corrupción, el apoyo del pueblo, que lo logramos porque se atiende al pueblo, nunca se habían destinado tantos apoyos a la gente humilde, a la gente pobre, que es la mayoría en el país.16
5. El destino manifiesto del pueblo: la redención, la purificación y la felicidad
Finalmente, la narrativa lopezobradorista conduce al oyente a un final feliz, donde México es “purificado” de la presencia de los villanos y el pueblo alcanza la prosperidad y vive feliz para siempre. En el 2000, López Obrador hablaba de esa tierra prometida como un lugar lleno de esperanza:
Nuestro principal objetivo es encender la llama de la esperanza: una esperanza que es fe en la viabilidad de esta ciudad y en un futuro personal digno y mejor para todos. A eso convocamos: a construir entre todos la esperanza, para darle a cada niño, a cada joven, a cada anciano, a cada mujer y a cada hombre, nuevas, importantes y poderosas razones para vivir, para soñar y para triunfar en esta ciudad generosa y fraterna.17
Para 2012, López Obrador ya estaba plenamente instalado en la modalidad de líder cuasi-religioso y llamaba a construir una “república amorosa” con estas palabras:
Cuando hablamos de una república amorosa, con dimensión social y grandeza espiritual, estamos proponiendo regenerar la vida pública de México mediante una nueva forma de hacer política, aplicando en prudente armonía tres ideas rectoras: la honestidad, la justicia y el amor. Honestidad y justicia para mejorar las condiciones de vida y alcanzar la tranquilidad y la paz pública; y el amor para promover el bien y lograr la felicidad.18
¿por qué la narrativa de amlo es demagógica?
Hay palabras que todos creemos saber qué significan. Una de ellas es “demagogia”. Seguramente, usted al escucharla piensa de inmediato en un político, pero no en cualquier clase de político, sino en el que a usted más le desagrada. El demagogo siempre se nos viene a la mente como alguien que miente por sistema, alguien que usa la palabra hábilmente para convencer al público de hacer algo que puede incluso ir en contra de su propio beneficio e intereses. Alguien “con labia”, diríamos en México, que hace promesas atractivas para ganarse el favor de la sociedad, promesas que inevitablemente termina por incumplir.
El triunfo de movimientos populistas como el Brexit en Reino Unido en 2016 y la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos en 2017 le dio un renovado impulso al uso del término “demagogia” en los medios de comunicación. Los analistas políticos voltearon a ver a la academia preguntando: ¿por qué tienen tanto poder los discursos demagógicos de los líderes populistas? Una de las especialistas que ha arrojado más luz al respecto es Patricia Roberts-Miller, profesora de retórica de la Universidad de Texas en Austin. Ella define así a la demagogia:
Es un discurso polarizante, que promete estabilidad, certeza y escape de las responsabilidades de la retórica, al enmarcar las políticas públicas en términos del grado en el cual, y los medios por los cuales, un grupo externo debe ser culpado y castigado por los problemas de un grupo interno. El debate público se centra en tres elementos: 1) la identidad (quién es del grupo interno y quién es del grupo externo); 2) la necesidad (qué tan malos son los integrantes del grupo externo y cómo dañan al grupo interno), y 3) el nivel de castigo que el grupo interno debe imponer al grupo externo.19
Así, en un discurso demagógico el mundo se divide en buenos y malos. No hay grises, ni puntos medios. Cualquier problema de la sociedad, cualquier situación política complicada, cualquier decisión colectiva se simplifica a niveles extremos, y se narra como un enfrentamiento entre dos grupos que están en conflicto permanente: el grupo interno, es decir, “nosotros” (que somos buenos, honestos, morales, oprimidos, víctimas) y el grupo externo, es decir, “ellos” (que son malos, corruptos, inmorales, opresores, victimarios). La demagogia es polarizante porque habla de dos “polos” extremos en la sociedad y le hace creer a la gente que tiene que elegir uno de ellos, en una especie de guerra entre el bien y el mal.
El “escape de las responsabilidades de la retórica” al que alude Roberts-Miller significa que los demagogos no se hacen responsables de sus palabras y por eso no se sienten obligados a hablar con veracidad, a argumentar con apego a las reglas de la lógica