López Obrador: el poder del discurso populista. Luis Antonio Espino

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el contrario, es de las sociedades más trabajadoras del mundo, y ahí está el ejemplo de nuestros paisanos migrantes que por necesidad han ido a ganarse la vida a Estados Unidos y ahora están enviando a sus familiares 30 mil millones de dólares anuales.10

      El “pueblo” es, además, la fuerza que ha impedido que el país desaparezca por culpa de los “neoliberales”:

      El binomio AMLO-“pueblo” es indisoluble, pues sostiene una relación de amor y lealtad cuyo sólido pegamento son el odio y el temor al enemigo común:

      4. El conflicto: la lucha permanente entre el bien y el mal

      En este relato, AMLO es un líder que le revela al “pueblo” la verdad sobre su injusta situación, pero también que tiene en sus manos el poder de transformarla radicalmente llevándolo al poder. Cuando el villano confirmó que el héroe representaba una amenaza real, decidió que había que detenerlo a cualquier costo:

      López Obrador siempre ha manipulado hábilmente los hechos para adaptarlos al relato. Lo que no sirve, lo que no encaja o lo contradice simplemente se desecha. Por ejemplo, ante la dura derrota electoral de 2006, él nunca hizo un ejercicio público de reflexión sobre las razones del fracaso de una campaña en la que había iniciado muchos puntos arriba como amplio favorito. Eso hubiera sido rendir cuentas a su partido, a sus seguidores y a sus votantes. Al contrario, adaptó los hechos a su narrativa de la élite maligna desesperada por no perder privilegios, construyó toda una mitología del “fraude electoral” –grave acusación que nunca pudo demostrar ni jurídica ni políticamente– y convirtió ese episodio en un capítulo épico de la lucha contra “la mafia del poder”. Así describía el conflicto entre el villano y el héroe al autoproclamarse “presidente legítimo de México” en 2006:

      Catorce años después, los adversarios de AMLO, a los que ahora también llama “conservadores”, siguen conspirando desde las sombras para derrocar al héroe, aunque este ahora ya no es un líder opositor derrotado gritando en las plazas, sino el presidente de México:

      Pero, como en toda buena historia, la bondad del protagonista terminará imponiéndose:

      5. El destino manifiesto del pueblo: la redención, la purificación y la felicidad

      Finalmente, la narrativa lopezobradorista conduce al oyente a un final feliz, donde México es “purificado” de la presencia de los villanos y el pueblo alcanza la prosperidad y vive feliz para siempre. En el 2000, López Obrador hablaba de esa tierra prome­tida como un lugar lleno de esperanza:

      Para 2012, López Obrador ya estaba plenamente instalado en la modalidad de líder cuasi-religioso y llamaba a construir una “república amorosa” con estas palabras:

      ¿por qué la narrativa de amlo es demagógica?

      Hay palabras que todos creemos saber qué significan. Una de ellas es “demagogia”. Seguramente, usted al escucharla piensa de inmediato en un político, pero no en cualquier clase de po­lítico, sino en el que a usted más le desagrada. El demagogo siempre se nos viene a la mente como alguien que miente por sistema, alguien que usa la palabra hábilmente para convencer al público de hacer algo que puede incluso ir en contra de su pro­pio be­neficio e intereses. Alguien “con labia”, diríamos en México, que hace promesas atractivas para ganarse el favor de la sociedad, promesas que inevitablemente termina por incumplir.

      El triunfo de movimientos populistas como el Brexit en Reino Unido en 2016 y la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos en 2017 le dio un renovado impulso al uso del término “demagogia” en los medios de comunicación. Los analistas políticos voltearon a ver a la academia preguntando: ¿por qué tienen tanto poder los discursos demagógicos de los líderes populistas? Una de las especialistas que ha arrojado más luz al respecto es Patricia Roberts-Miller, profesora de retórica de la Universidad de Texas en Austin. Ella define así a la demagogia:

      Así, en un discurso demagógico el mundo se divide en buenos y malos. No hay grises, ni puntos medios. Cualquier problema de la sociedad, cualquier situación política complicada, cualquier decisión colectiva se simplifica a niveles extremos, y se narra como un enfrentamiento entre dos grupos que están en conflicto permanente: el grupo interno, es decir, “nosotros” (que somos buenos, honestos, morales, oprimidos, víctimas) y el grupo exter­no, es decir, “ellos” (que son malos, corruptos, inmorales, opresores, victimarios). La demagogia es polarizante porque habla de dos “polos” extremos en la sociedad y le hace creer a la gente que tiene que elegir uno de ellos, en una especie de guerra entre el bien y el mal.

      El “escape de las responsabilidades de la retórica” al que alude Roberts-Miller significa que los demagogos no se hacen responsables de sus palabras y por eso no se sienten obligados a hablar con veracidad, a argumentar con apego a las reglas de la lógica


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