Chicas bonitas esnifando purpurina. Ana Elena Pena

Chicas bonitas esnifando purpurina - Ana Elena Pena


Скачать книгу

      Para mí, la poesía era el lugar donde vivía sin ser la madre de nadie, donde existía como yo misma.

      CECILE ADRIENNE RICH

      Chicas bonitas esnifando purpurina

      Ana Elena Pena

illustration

       ALFOMBRAS

      Tengo polvo de estrellas en las manos, en el pelo, en la cicatriz del vientre.

      Luces parpadeantes que anuncian augurios desconocidos.

      Con la punta de los dedos escribo una palabra prohibida en el espejo y señalo cada curva peligrosa en el camino.

      Nunca se deja de tener miedo, solo se le domestica para que no haga demasiado ruido.

      Recuerdo a mi abuela en guerra permanente con el polvo, con el orden y la suciedad.

      Me hacía lavarme las manos varias veces (tocaba cosas sucias, decía).

      —Me han dicho en el colegio que somos polvo de estrellas.

      —¡Uy! Calla, nena.

      El polvo es asqueroso. Y nunca quiere irse. Solo cambia de lugar.

      Quitar el polvo de las alfombras es asunto delicado. Ella las sacudía vigorosamente con una palmeta verde y yo temía, sin ningún motivo, ser esa alfombra. Cuánta violencia. Imaginaba mis nalgas rojas ardiendo a cada golpe. Todo se mancha, se contamina y desluce con facilidad.

      Es imposible escapar del polvo. Tenía razón mi abuela.

      ¿Cuántas cosas sucias habré tocado a lo largo de mi vida?

      ¿Cuántas mi hija? ¿Cuántos restos de comida, tierra, mierda, químicos, bacterias, materia muerta, han pasado por nuestras manos hoy?

      ¡Estrellas!

      A mí solo me interesan las estrellas. El polvo que seremos ella y yo cuando dejemos de ser y el dolor que me abraza al pensarlo.

       RING RING

      Hoy llamo para decirte que Todo Va Bien.

      Que las bañeras llenas de pétalos de rosas me parecen una horterada

      y que he descubierto un par de filtros que difuminan el mal

      y suavizan lo feo y horripilante.

      Se llaman tiempo y distancia.

      En serio, no estoy loca.

      Tengo un arcoíris sobre mis rodillas

      y la palabra VERANO tatuada en mi antebrazo.

      Ante todo, ante mí,

      quítate el sombrero y descubre tus intenciones.

      Haz que este caos cuente.

      Llámame al orden, aunque sé que siempre estoy

      comunicando...

      Atrapemos de una vez esos peces de gelatina azul

      que siempre se nos escapan entre los dedos.

      Empecemos de nuevo.

      Hagamos que este dolor invisible no pueda atravesarnos el pecho

      de parte a parte, que lo que buscamos no vuelva a encontrarnos

      desprevenidos

      y vuelva a pasar de largo.

       PIELES

      Cada vez que me abraces.

      Cada vez que me toques, con mayor o menor insistencia,

      dulzura o perversidad,

      piensa que debajo de esa piel,

      en el interior de ese cuerpo compacto y tierno

      aún reside agazapada y en pedazos,

      la niña:

      yo.

       JULIO

      Agua fría,

      sueños en pastel para los calores de julio.

      Vaqueros estrechos, cinturas menguantes y ombligos de estreno

      donde todavía nadie puso un beso.

      Venas azules y rojas dando color a los muslos,

      granulosos y rendidos a la gravedad.

      Bronceados salvajes,

      como piezas en salazón torrándose al sol sobre toallas desgastadas.

      Pechos incipientes, turgentes

      o marchitos de amamantar durante años.

      Como odres estriados, vacíos, amputados.

      Niñas, chicas, mujeres y viejas se entremezclan en la playa

      y muestran sin pudor la evolución de los cuerpos:

      el florecimiento y el declive, un triunfo en ambos casos.

      Seremos raíz.

      Seremos la savia.

      Seremos las flores.

      Seremos el pétalo que cae con el primer beso

      y que acuna despreocupado el viento

      hasta que alguien lo pisa sin querer.

       JUVENTUD

       «Ara que tinc vint anys, Ara que encara tinc força, Que no tinc l’ànima morta, I em sento bullir la sang».

       JOAN MANUEL SERRAT

      Dime cómo de fuerte deseas ser joven otra vez.

      Estremecerte como un caracol cuando otros dedos te acarician la espalda, inflamada de puro amor.

      Llorar en el hombro de un imbécil con las pupilas dilatadas,

      en un banco apartado o con la cabeza bajo la almohada para que tu madre o tu hermana no te escuchen.

      Dime cuántas veces quieres volver a estar triste por pequeñas derivas y alegre porque sí. Solo porque eres... joven.

      Dime si no quisieras volver a tener décadas por delante para planear lo que quieres hacer o en lo que te quieres convertir.

      Y casi siempre hacer y ser, todo lo contrario.

      Me dirás que sí, que vendes tu alma por los veinte,

      pero quizá olvidas las heridas tiernas bramando alcohol y mercromina, pidiendo subterfugios dañinos a modo de tiritas para calmar el dolor.

      Dime cuánto de fuerte serías capaz de abrazar entonces a tus mejores amigas si supieras que todas volarán en direcciones opuestas y ya no estarán disponibles como antes para hablar contigo durante horas. (Tengo que dejarte ya, que tengo mucho lío en casa).

      ¿A quién le tocará el hogar roto, el hijo enfermo o drogadicto o muerto, el marido o la mujer infiel, la soledad impuesta, en la ruleta rusa de los infortunios?

      ¿A quién le caerá en suerte la niña rebelde que, como tú, hacía llorar a mamá, todavía vigorosa, teniéndola en vilo casi cada noche?

       No me hables.

       A mí qué me cuentas.

      


Скачать книгу