Chicas bonitas esnifando purpurina. Ana Elena Pena

Chicas bonitas esnifando purpurina - Ana Elena Pena


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Me aburres.

       Te odio.

      Dulce pájaro de juventud, atolondrado y arrogante, volando alto como Ícaro y a veces corriendo la misma suerte.

      Dime, ¿volverías a pasar días sin comer hasta que volviera a llamar? ¿Te lesionarías movida por la rabia si supieras que tendrás que explicar de por vida esa cicatriz?

      ¿Qué vamos a hacer ahora que no nos teñimos el pelo de rojo, con ese lema punk de NO FUTURE que ahora tanto odiamos y tememos?

      Nos hemos (y nos han) metido por la nariz toda la fantasía de la que éramos capaces. Nos hemos revolcado ebrias en polvo de hadas esperando que todos nuestros deseos se cumplieran alguna vez. Sueños en purpurina multicolor, luces de neón, barra libre de amor, música envolvente y ropa bonita.

      Cuerpos elásticos de muñeca que parecían no alterarse con el tiempo. Pero el tiempo pasa y juzga, aplasta, aprieta, desgasta y arranca. La carne se hace trémula, los huesos pierden agua, los recuerdos se amontonan, la vida rebosa, supura.

      Sin tener ni idea de lo difícil que era conformar un hogar, un presente amable con visos de prosperar, no queríamos ser como nuestros padres.

      No queríamos parecernos a nadie pero, al final, aun siendo preciosas y únicas, fuimos como todas.

       LIKE

      Me gustan las sonrisas desganadas

      porque aprecio el intento de agradar

      a pesar de las tristezas que uno lleve por dentro.

      Los apretones blandos de manos que evidencian inseguridad,

      también me conmueve el súbito rubor,

      que hace hervir la timidez.

      Las lágrimas contenidas por el orgullo o la vergüenza

      que te hacen mirar hacia otro lado y respirar hondo

      antes de seguir hablando.

      Las caricias torpes y los besos breves en el aire que,

      por timidez,

      no te atreves a rubricar en la piel.

      Todas esas cosas

      ridículas,

      tiernas,

      descorazonadoras,

      humanas,

      me gustan.

       TRATO

      Hagamos un trato.

      Nos damos un beso —en el más estricto secreto—

      y hacemos como que nada ha pasado.

      Podemos ir más allá...

      y enredar nuestros miembros en una batalla de gemidos y

      humedades.

      Imaginarnos un futuro juntos:

      Una casita en el campo, visillos blancos cubriendo los ventanales,

      miel en la alacena, aroma a pan tierno por las mañanas,

      jardín con rosales y un puñado de niños pidiendo leche.

      Después, nos olvidamos.

      Acaso fingimos que sucedió en un universo paralelo.

      Lo borramos

      denuestraMentedenuestroCuerpodenuestroCorazónydelTiempo.

      Nadie sabrá nunca. Nadie.

      Ni siquiera nosotros seremos capaces de recordarlo.

      Y de este modo, sin remordimiento,

      podremos seguir cada uno con su engañ...

      quiero decir,

      con su vida.

       MÍA

      Que soy mía antes que de nadie, eso ya lo sabía.

      Mi corazón es una liebre hecha de suave gelatina

      donde reina un silencio abisal.

      ¿Puedes oírlo?

      Claro que no, estúpida.

      Las aves huyen a mi paso

      y las flores piden al sol que las marchite

      antes de sucumbir aplastadas bajo mis pies.

      Recuerdo la infancia como un patio desierto y sombrío

      donde las luciérnagas guiaban mis juegos de guerra.

      Muñecos desmembrados gritando de hambre y sed,

      bebés mutantes arañando el vientre de sus madres,

      perros rabiosos infectándolo todo

      con sus babeantes hocicos de espuma.

      En el suelo, charcos de barro,

      charcos de orines y mierda,

      charcos de «quiérememuchoporfavornoseasmala».

      ¿Has cerrado alguna vez los párpados a un muerto?

      Acerca tu mano a mi rostro y guiaré tus dedos.

       PERFILES

      Mi perfil bueno

      es el que recibe más besos que bofetadas.

      Aquel cuyo ojo guiño más veces en un gesto de complicidad o

      prometedora malicia.

      Donde empieza a esbozarse la sonrisa.

      En mi perfil malo,

      la comisura del labio se curva ligeramente hacia abajo

      en una mueca triste y el párpado se cierra un poquito más,

      entre cansado y temeroso por todo lo que ya ha visto

      y lo que teme ver.

      Somos dos máscaras de teatro en una

      buscando la perfecta armonía.

      Actores de nuestra propia tragicomedia,

      esperando un sentido aplauso cuando baje el telón.

       MALAS HIERBAS

      Le acaricié para disimular

      que lo que pretendía era agarrarle bien para sacarle de cuajo.

      Tengo una caja de recuerdos que reza «no abrir»

      y una idea para hacerme rica:

      pastillas para aliviar el sufrimiento que provocan

      esas personas que duelen toda una vida.

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