Ensayos I. Lydia Davis
Viajé a Canadá un mes o dos y me quedé en una casa prestada. Los días transcurrían igual que en Francia e Irlanda: me sentaba en el escritorio para trabajar en un encargo de traducción y, además, en alguna tarea que me había inventado, por lo general escribir algún texto pero también estudiar intermitentemente el alemán, otra constante en mi vida, aunque sin un objetivo inmediato. Me sentaba en el escritorio y miraba por la ventana de vez en cuando. Siempre tengo un cuaderno al lado cuando estoy trabajando o tratando de trabajar, y se convierte en el depósito de cuanta idea o descripción aleatoria se me ocurra. Y trato de registrarlas todas. En aquellos años usaba mucho el cuaderno porque estaba nerviosa: si tenía problemas con un texto (y los tenía a menudo), al menos podía escribir algo en el cuaderno. Aunque sea podía registrar en el cuaderno cuántos problemas tenía con lo que estaba tratando de escribir. O podía anotar una idea para otro cuento, como acostumbraba a hacer Kafka en sus cuadernos. A veces no avanzaba con el cuento, a veces avanzaba enseguida o después. Otras veces el cuaderno albergaba el germen de una idea que más tarde se colaba en un cuento, sin que yo me diera cuenta de que había venido de allí.
Copio aquí una de esas anotaciones de cuaderno o de diario, que data de 1975, y luego dos cuentos a los que dio origen muchos años después. Primero, la entrada del diario, que es relativamente poco distinguida. (Aunque debo hacer una digresión aquí para decir que me parecía muy importante que la entrada estuviera bien escrita, y si la releía, siempre corregía detalles hasta que fuera tan buena como era posible, sin importar su valor. Sigo haciendo lo mismo).
Mi entrada de diario, bastante crítica, consta solo de un par de oraciones largas (decidí cambiar el apellido de la familia en nombre de la discreción):
Una mezcladora de cemento va y viene de la casa de al lado, donde viven los Charray, que están construyendo una cava como la gente porque, con la cava de ahora, les cuesta muy caro el seguro contra incendios para las miles de botellas de vino que tienen. Tienen vinos muy buenos y algunos cuadros extraordinarios (muchos de Riopelle y uno de Joan), pero en lo que hace a la ropa, los muebles y al estilo de vida son aburridos, mediocres, bien de clase media.
Quién diría que una observación tan acotada podía servir para algo, pero cuando la releí años, o más bien décadas, después, debe haberme sorprendido. Tal vez por el tono crítico: aunque yo era joven y muy poco excepcional, tenía una opinión muy definida y me sentía en condiciones de juzgar. Quizás también por la idea de la vecina chismosa, o de cualquier vecino, que espía por la ventana y mira a la familia de al lado, e incluso de a ratos vive su vida por intermedio de esa familia. Tal vez también por lo absurdo y extravagante de la situación, si bien lo absurdo viene determinado por el punto de vista o por la situación de cada personaje: a los ojos de la joven observadora sin mucho dinero y sin carrera, construir una cava nueva resultaba absurdo; en cambio, en el contexto del médico exitoso con ingresos altos y una buena colección de vinos, construir una cava nueva tenía mucho sentido.
Al cabo de unos treinta años, la entrada de diario se convirtió en este cuento:
CÓMO REDUCIR GASTOS
Es un problema que podría tener cualquiera en algún momento. Es el problema que tuvo una pareja que conozco. Él es médico, pero no sé a qué se dedica ella. No los conozco muy bien. Es más, ya ni los conozco. Pasó hace años. Me tenía cansada una excavadora de la casa de al lado que iba y venía, así que averigüé lo que estaba sucediendo. El problema era que el seguro contra incendios les costaba mucho dinero. Querían pagar menos por las primas del seguro. Era una buena idea. No conviene tener gastos fijos muy altos, o más altos de lo necesario. Por ejemplo, no conviene comprar una propiedad con impuestos muy altos, porque no hay manera de reducir el costo y habrá que pagarlos siempre. Trato de tenerlo siempre presente. Cualquiera puede comprender el problema de esta pareja, incluso quienes no gastan mucho dinero en el seguro contra incendios. Aunque no hayamos tenido exactamente el mismo problema, algún día podríamos encontrarnos en un problema parecido, con gastos fijos que aumentan demasiado. Y el seguro les costaba mucho porque tenían una gran colección de vinos muy buenos. El problema no era tanto la colección en sí, sino dónde la guardaban. En realidad, tenían miles de botellas de vino muy bueno y de vino excelente. Las guardaban en la cava, que sin duda era la decisión correcta. Tenían una cava en su casa, sí. Pero el problema era que la cava no era óptima o era demasiado chica. Nunca la vi, aunque una vez vi otra que era muy chica. Era del tamaño de un armario, pero igual me impresionó. Eso sí: probé algunos de sus vinos. Sin embargo, no distingo entre una botella de vino que cuesta 100 dólares, o incluso 30, y una que cuesta 500. En esa cena quizás hayan servido vinos más costosos todavía. No por mí en particular, sino por alguno de los otros invitados. Estoy convencida de que la mayoría de la gente, incluida yo misma, no sabe apreciar los vinos muy caros. En ese momento, yo era muy joven, pero creo que ahora tampoco sabría apreciar un vino costoso. La pareja se enteró de que si ampliaban la cava y le hacían mejoras, pagarían menos por las primas del seguro. Les pareció una buena idea, aunque en principio hacer las mejoras también representaría un gasto. Por lo que vi desde la ventana del lugar donde yo vivía entonces, una casa que me había prestado una amistad en común, la excavadora y otras máquinas y los obreros debían de costar miles de dólares, pero estoy segura de que recuperarían el dinero gastado en unos pocos años, o incluso en un año, con lo que ahorraran en las primas. Así que me pareció una decisión inteligente de su parte. Era una estrategia que se podría aplicar a otros asuntos, y no necesariamente a una cava. Toda mejora que a la larga sirva para ahorrar es una buena idea. De esto ya pasó mucho tiempo. Deben haber ahorrado mucho dinero en total, a lo largo de los años, gracias a las refacciones que hicieron. Ya pasaron muchos años, igualmente, y ya habrán vendido la casa. Quizás con la nueva cava haya subido el precio de venta de la casa y hayan ganado dinero. Yo no era joven sino muy joven cuando vi la excavadora por la ventana. El ruido era lo que me tenía cansada, porque me molestaban muchas otras cosas siempre que me ponía a trabajar. De hecho, quizás me alegraba al ver la excavadora. Estaba impresionada por el vino, y los cuadros excelentes que tenían. Eran agradables y simpáticos, pero no me gustaban ni su ropa ni sus muebles. Pasaba mucho tiempo mirando por la ventana y pensando en ellos. No sé para qué. Probablemente fuera una pérdida de tiempo. Ahora soy mucho mayor. Pero aquí estoy, todavía pensando en ellos. Me olvidé de muchas cosas, pero no de la pareja ni de su seguro contra incendios. Debo haber pensado que podía aprender algo de ellos.
La historia tiene solo un párrafo. Existe una enorme diferencia entre el efecto que produce un único párrafo, sobre todo cuando es largo, y una secuencia de dos o tres párrafos, incluso en un relato corto. En el caso de tres párrafos, el primer párrafo es el comienzo. El punto y aparte del primer párrafo implica que ya nos hemos adaptado medianamente a la historia y podemos avanzar. Después del segundo párrafo, tomamos otro respiro y por fin pasamos al tercer párrafo para llegar al desenlace. Una serie de párrafos también puede implicar que el narrador es organizado, controla la situación. El párrafo ininterrumpido, por otro lado, sugiere más pasión y menos organización: crea la ilusión de que el narrador se ha lanzado a disertar o sermonear casi sin querer y apenas es consciente de ello. Y antes de que se dé cuenta, ha terminado, se detiene en seco, se queda sin aliento. El párrafo único tiene la capacidad de ser más inmediato.
En cuanto a la narradora de esta historia, la veo como una pobre mujer: o no es muy inteligente, o es un poco despistada, o quizás simplemente sea desorganizada e improductiva; es el tipo de persona que, aunque no tenga mucho amor propio, se considera capaz de opinar y dar consejo, que pierde mucho tiempo, que se propone hacer cosas pero no las hace, que tiene ideas pero no las materializa. El personaje me resulta muy claro apenas empiezo a hablar con su voz. Probablemente sea una exageración o una distorsión de la joven que yo era entonces, si bien la percibo mayor ahora, quizás de cuarenta y tantos.
Casi siempre me resisto a la etiqueta de “experimental” que a veces se aplica deliberadamente a toda forma poco tradicional de ficción o poesía, o a toda forma que desconcierte, que parezca rara o extraña. Para mí, experimental significa que el escritor tiene por objetivo poner a prueba una estrategia de escritura concebida de antemano y ver si funciona; que el resultado quizás demuestre algo y quizás no, que tal vez funcione y tal vez no. Para mí, en el experimento hay un plan establecido de