Encuarentenadas. Savka Pollak

Encuarentenadas - Savka Pollak


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atracción. Pasaba cerca, me rozaba. Yo lo sentía, ¡y eso ya era caliente! Empezamos a hablar de sexo, de lo difícil de llevar la calentura en cuarentena. Luego, salimos a mirar las estrellas. ¡Por suerte el amigo se quedó adentro o hasta las estrellas se hubieran ido! Se habría nublado, o se habría puesto a llover. ¡Así de triste estaba el tipo!

      El Huaso pasó por detrás mío y me dijo.

      −Todas las mañanas me toco, no puedo empezar el día sin una paja. La tengo grande, mira, siénteme. −Se apoyó en mí por detrás, haciendo contacto−. Quiero metérsela hasta el fondo, ¿le gustaría?

      «¡Chuta!» pensé «Igual me gustaría, pero hace frío y el amigo tiene vista desde la ventana»

      Él continuó.

      −Déjame desabrocharte el pantalón. −Yo seguí callada, pero asentí.

      Él sonrió satisfecho y me desabrochó, mientras yo estaba apoyada en un muro corto que llegaba a mi cintura. Metió su mano helada rozando mi cadera y bajó hasta llegar a la entrepierna. Introdujo sus dedos hasta el fondo y luego recorrió por fuera cada parte con calma, despacio. Mi respiración se entrecortaba y se hacía profunda. A ratos incluso se detenía.

      Quería que siguiera tocando, cada vez más, y que el amigo triste contuviera sus ganas de suicidio, que saltara por otro balcón. ¡O que al menos se aguantara unos cinco minutos!

      El Huaso cuico me volvió a hablar, así medio golpeado.

      −Soy bien hombre, mira −decía mientras ponía mi mano en su entrepierna−. La tengo grande, sí, ¡te voy a dejar loca! ¿Te gusta cómo te toco? Estás mojada mira, te gusta ahí, sí, justo ahí −Y, mientras, yo soltaba un suspiro de éxtasis.

      ¡Sentía que iba a venirme en cualquier momento!

      Metió su cabeza bajo mi polera. Pasó la lengua por mi cuerpo. Yo lo tocaba y realmente era grande, rico, suave. Me apoyé en su hombro mientras él seguía tocándome suavemente por fuera y, de vez en cuando, volvía a meter sus dedos y tocaba la parte frontal de mi pubis por dentro, para luego entrar en forma recta y tocar con el pulgar todo el borde externo, mientras el dedo medio tocaba por dentro. Todo estaba suavemente lubricado y se movía con suavidad, pero en forma intensa. Con su boca rozando mi pecho ¡de pronto me mordió el pezón y me tocó fuerte, muy adentro! Acabé apoyando mi cabeza en la suya, gimiendo de placer, con la vista de fondo del amigo un tanto bajoneado y mi amiga chaperona bancándoselo en el living de la casa. Yo estaba siendo poseída por toda clase de tiritones, bajo las estrellas que brillaban en toda su magnitud, y con la mano del Huaso dentro mío.

      −Terminaste −me dijo.

      «¡Y cómo no!» pensé.

      −Parece −respondí, con algo de evidencia y vergüenza. Nos reímos y abrazamos.

      Igual el amigo bajoneado miraba por la ventana y parecía calentarse con la situación. Yo creo que no perdía las esperanzas conmigo. Yo seré caliente, pero no de cosas raras, menos de compartir. O sea, soy señorita po’, o por lo menos me veo como una.

      Entramos y me puse frente a la chimenea. El Huaso estaba en llamas, claro, quedó prendido. Me miraba, se acercaba, se ponía al lado, me daba besos. Yo le hacía el quite, estaban los demás ahí y los besos eran un poco bruscos y chupeteados. Me dio como lata. A mí me gusta el peluseo, pero cuando la cosa es así tan, tan brusca, me aburre.

      Fueron a preparar algo de comer y jugamos a que nos dejaran solos, pero el amigo no quería. Todavía pensaba que tenía opciones conmigo.

      Trajeron champaña y decidí tomarme una copa porque ya me estaba bajando la culpa con los niños por la paja en la terraza, la situación de estar en plena fiesta en medio de una pandemia, lo irresponsable, lo puta y toda la mierda esa que llevo dentro. Pero... nada que no se pase con tres copas y una amiga apañadora, de esas que calman las culpas y te ayudan a liberarlas.

      Empezamos a cantar las canciones del amigo “depre”. Con la Margarita somos tan, tan partners. Nos entretenemos en cualquier parte, más cuando no nos dicen “mamá” por un ratito. Ahí estábamos, métale canto, baile y champaña. Y entonces, El Lobo viene con una copa cuando yo ya estaba media lista, justo en ese punto en que uno sabe que algo se liberará si se toma una copa más.

      −Daniela, ¿una copa?

      −No puedo más, Cristian, gracias. Demasiado mal portada.

      −Pero ¿qué le puede pasar, si está conmigo? El cariño no le hace mal a nadie −insiste, mientras me apoyaba en su hombro.

      −Está bien… −Acepto su oferta y brindamos−, pero… ¡TÚ TE HACES CARGO DE LA BAILARINA!

      Claro, ya estaba lista para dejar libre a la bailarina que llevo dentro, esa gran puta liberada, esa mujer magnética imparable e insaciable. Ya no había vuelta atrás y yo había avisado.

      Solo desde que me separé, supe lo que era el buen sexo y ya no me conformaba con poco. El agarrón con el Huaso fue tremendo y ya había acabado con su mano. Eso había despertado a la erótica transgresora que llevo dentro. Una champaña más ¡y llegaba la bailarina!

      Así fue, yo lo acorralé esta vez y me decidí a llevarlo a la pieza. Le dije que saliera al balcón a fumar, como para disimular un poco. El Lobo no entendía nunca el plan, así que me limité a darle instrucciones cortas y precisas. Cuando nadie cachó, lo metí por la ventana y lo encerré en mi pieza con llave. Lo tiré sobre la cama y me subí arriba de él con ropa y todo. ¡Y me sobajeé hasta que me dolió! Le desabroche el pantalón, mientras él se abría la camisa y me mostraba sus pectorales marcados levemente, bien levemente, y obvio, ¡peludo! Algunos lunares y un culo redondo.

      No de esos como angustiados que tienen los mayores de cincuenta. ¡Qué decir de los mayores de sesenta, que las bolas les llegan más abajo que el poto! Y los pelos de las bolas, con canas. Esos mismos viejos de culo angustiado, andan tratando de viejas a las minas de cincuenta años, ¡caras de raja!

      ¡Volvamos al momento, mejor!

      Además de su culo redondo con un lunar sexy, caché más claramente que tenía una media “cosa”. Al Huaso caliente le gustaba que se lo chuparan y mirar, lo volvía loco. Pasé mi lengua, mientras él me metía los dedos con fuerza y bien adentro. No fue un gran “trabajo”, demasiada ansiedad, pero fue caliente. Subí y El Huaso quería montarse rápidamente, meterlo altiro, pero yo lo di vuelta y me encaramé sobre él. Además, aproveché que todavía tenía la polera puesta. ¡Puta que alivio!

      Lo miré a los ojos mientras me movía y rozaba suavemente su cuerpo con el mío. Estaba húmeda y pasaba cerca. Lo hacía deslizarse por los lados, por el medio, despacio. Sin sacar la mirada, me quedé con él entre mis piernas, sosteniéndolo sólo en la punta. Me moví circularmente hacia un lado y luego hacia el otro. Lo dejé entrar un poco y me detuve. Volví a salir, manteniendo la mirada, mientras mi respiración se alteraba cuando lo sentía entrar. Me tomé mi tiempo, era la primera vez que El Huaso me penetraba, o más bien, que yo hacía que él entrara en mí.

      Todavía tenía mi polera puesta y mis calcetines. Eso lo hacía más sexy, sensual, como una reina de belleza. Y él estaba en el mejor de sus sueños, perdido en mi mirada, mientras yo volvía a dejarlo entrar, esta vez hasta adentro. Me detuve, con él hasta el fondo, y lo disfruté en mis paredes internas. Un poco adelante y se sentía electrizante, atrás y llegaba a cortar mi respiración. Exhalaba suspiros. Luego lo empujé a tocar los lados y me llené de placer. Sin apuro, lo sentí dentro mío y comenzamos a movernos.

       Me puso boca abajo. La bailarina interna estaba desatada, era libre y gozaba, y El Huaso, el mejor compañero de baile, esa noche al menos.

      Como era grande, El Huaso cuico me llegaba hasta el fondo. Nunca antes fue tan placentero, apoyada de guata sobre la cama, rozando con el colchón y sintiendo la punta de él


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