Minami. Libro I. Danielle Rivers
—Tal vez, pero si he de llegar alto, será por mis propios medios. No necesito ni dinero, ni favores ni nada que provenga de otros, mucho menos de alguien como tú. ¿Crées que no sé cuál es tu jueguito, Tsushira? Te aprovechas de personas necesitadas para utilizarlas a tu favor. Todos esos estúpidos que te siguen y te imitan, esos que llamas tus amigos, si tuvieran otra cosa que hacer con su vida, otras oportunidades, ¿crees que seguirían haciéndote caso? ¡No! Ninguno permanecería a tu lado por más de un minuto. Pero les lavas tanto el cerebro y los sobornas tanto con tu dinero que piensas que con un par de billetes y palabras bonitas puedes conseguir todo lo que quieras. Eso no funcionará conmigo. Además, sé cuál es tu verdadera intención. No son tus notas lo que te preocupa, temes que yo vaya a delatarte por lo que tú y tus amigos le hicieron a esa chica. Sus padres están desesperados buscando culpables, se deleitarían si tuvieran una excusa para echarte de aquí, ya que no es la primera vez que ocasionas problemas de este tipo. Y dudo que tu papi, tu tío o alguna de tus influencias le cubran la espalda a un violador. Porque eso es lo que eres, ¡un abusador! ¡Un cobarde! ¡Un violador!
La mirada de Tsushira se había endurecido con cada una de sus palabras y Nanjiro pensó que lo golpearía. Ahora sí lo había hecho enfadar.
—¡Maldito imbécil! —bramó con brusquedad al tiempo que arrojaba el rollo de billetes al piso y lo sujetaba por el cuello de la camisa—. ¿Quién te crees que eres para venir a amenazarme? ¿A mí? ¡Al hijo del excomandante del Ejército Nacional! ¿Crees que el Estado pagaría tu beca si mi tío no hubiese insistido en continuar el programa o no invirtiera en esta pocilga? ¡Deberías agradecerme por tener un mísero puesto aquí! ¡Mi tío pudo hacer que te quedaras en el colegio pero yo puedo hacer que te echen en dos segundos! ¡Basta solo una llamada! ¡Así que si pretendes graduarte en esta institución, por muy genio que seas, más te vale pensar en lo que vayas a hacer!
—De hecho… ya lo hice.
No habían pasado ni dos segundos de terminada la frase cuando la puerta del aula se abrió y entró el director del colegio, el tutor de tercer año y el mismísimo excomandante y excombatiente de Manchuria, Tenshi Tsushira, el padre de Kyomasa. Los tres acompañados por policías. Todos fijaron la vista en Kyo, quien los miró con una mezcla de desconcierto y horror.
—Apréndanlo —ordenó el director.
Los oficiales se abalanzaron sobre el muchacho, lo redujeron y lo esposaron, haciendo caso omiso a sus palabras de indignación y a sus amenazas. Todo ante la mirada decepcionada pero inmutable del señor Tsushira.
—Señor Tsushira Kyomasa, queda arrestado por daños y perjuicios y vejación de una menor, perpetrados en las instalaciones de esta honorable institución, robo de exámenes, soborno, acoso escolar a varios de sus compañeros y posesión de sustancias ilegales. Tiene derecho a un abogado y a guardar silencio. Todo lo que diga podrá ser usado en su contra en un juzgado —recitó uno de los oficiales de manera formal.
—¡No pueden arrestarme! ¡Malditos incompetentes! ¿Acaso saben quién soy?
—Por supuesto que lo sabemos —contestó con severidad el otro uniformado—. Un niño malcriado, deshonesto y buscapleitos. Ya nos han informado de acciones suyas que no son propias de su clase. ¿Coimas? ¿Chantajes? ¿Sustancias ilegales y actos indecentes? Tendrá mucho que explicar en la jefatura y ni tu padre ni tu tío van a ayudarte. Y desde luego que podemos arrestarte. Cumpliste dieciocho años hace un mes, así que serás procesado como adulto.
El joven luchó por liberarse de sus captores, pero estos lo arrastraron como a una res hasta la puerta. Intentó acudir a su padre pero este se limitó a mirar hacia un costado, haciendo oídos sordos a sus réplicas. Nanjiro se acomodó el uniforme, observando aquello con resolución. Antes de que lo perdiera de vista, Kyomasa le echó una mirada cargada del más intenso odio, odio y rencor. Su atractivo rostro estaba desencajado, dejando entrever el monstruo que era.
—¡Te arrepentirás de esto, Minami! —gritó—. ¡Me vengaré, juro que me vengaré! ¡Esto no ha terminado! ¡Te arrepentirás de haberte metido conmigo…!
Y siguió chillando y lanzando pataletas hasta que su voz se volvió un mero eco resonando por los corredores.
Fue la última vez que lo vio. Poco después, se enteró de que lo habían expulsado, además de la demanda millonaria que le habían hecho los padres de su víctima y los espectaculares malabares que tuvieron que hacer sus padres para que lo liberaran de la cárcel, incluyendo una abultadísima suma de dinero como fianza. Le pareció oír que acabó sus estudios por correspondencia y que le enviaron su título por el mismo medio pero jamás se volvió a ver a Kyomasa Tsushira en la escuela.
La acalorada discusión entre ambos fue tema de conversación durante los últimos días de clases y parte del verano. Nunca nadie había tenido el valor de enfrentarse a semejante bravucón. Tanto en los pasillos de la escuela como en las calles, se encontraba con compañeros y estudiantes de otros cursos que lo atosigaban a preguntas sobre qué le había dicho, cómo se había sentido, si no había tenido miedo al contestarle así, etc. Por fortuna, la euforia no duró demasiado y todo volvió a la normalidad a comienzos del nuevo ciclo lectivo. Hubo otros, no obstante, que lo censuraron por haberlo delatado. Los bocones tampoco eran bien vistos en aquel entonces y, a Nanjiro, eso le hizo darse cuenta de que el sentido de justicia estaba más distorsionado de lo que pensaba. Por fortuna, ya había hecho planes.
Tras graduarse con honores, ingresó a la Escuela de Medicina de la Universidad de Tokio con beca completa. En su tercer año obtuvo una beca internacional para completar su carrera en Harvard, su más grande sueño.
Tenía 20 años cuando dejó su tierra natal y ahora, diecisiete años más tarde, volvía a casa con una importante oferta en puertas (entre tantas otras). Lo que más le llamaba la atención era el hecho de que el mismísimo Tsushira se hubiese molestado en participarlo de su proyecto. Sabía que el tipo era rencoroso y vengativo pero era tal su curiosidad y su necesidad de demostrarles a sus conciudadanos lo mucho que había aprendido, que se propuso dejar atrás el pasado y dar lo mejor de sí. Que lo catalogaran como engreído y elitista no le importaba.
Pero ahora, llegando al final de aquel pasillo silencioso, las dudas volvieron a surgir en su cabeza. ¿Para qué necesitaba el Jefe de Estado a un montón de profesionales de la salud en aquellos tiempos de guerra? Supuso que era para atender a sus combatientes heridos. Pero… ¿Habría algo más? Y ahora que lo pensaba, ¿cómo pudo Kyomasa convertirse en el Primer Ministro y Jefe de Estado de su nación? Tenía apenas treinta y pocos años cuando lo consiguió, a diferencia de sus predecesores que no tuvieron menos de cuarenta cuando fueron elegidos. Supuso que su fortuna junto con sus numerosos contactos en la Cámara de Representantes, le fueron de ayuda. Dinero y acomodo; la misma historia de siempre. Definitivamente, Kyomasa no había cambiado.
Llegaron a la puerta de la habitación Nº 17 y la doncella, le indicó que pasara. Tan pronto entró, una leve oscuridad lo envolvió y tuvo que esperar a que sus ojos se acostumbraran a la penumbra. Era un cuarto grande, que resultó ser una especie de anfiteatro, con varias hileras descendentes de asientos acolchonados y un estrado al final de todo, montado sobre una tarima de madera y con una pantalla blanca de fondo. Le recordó un poco a las aulas de Harvard. Aunque había muchísimos asientos, solo las primeras dos filas estaban ocupadas por algunos colegas que intercambiaban palabras por lo bajo. Intrigado, se dirigió hacia un asiento libre. Buscó con la mirada pero no vio ningún rostro conocido. Qué extraño, Fuji no suele llegar tarde a las reuniones… Luego de cinco minutos, una luz blanca y cegadora se encendió en la tarima. De la nada había aparecido un hombre.
3
—¡Bienvenidos! —saludó el extraño, levantando las manos como si quisiera abrazarlos a todos—. Sean bienvenidos a lo que seguramente será la aventura más increíble y trascendental de sus vidas. Les agradecemos su puntualidad; dentro de unos segundos comenzaremos con la reunión —sonrió ampliamente y les dio la espalda para dirigirse hacia la mesa, de donde tomó un pequeño mando con un botón rojo.