Consejos sobre la salud. Elena Gould de White

Consejos sobre la salud - Elena Gould de White


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Evitar la glotonería

      Hay muchos que son incapaces de controlar sus apetitos y se dejan arrastrar por sus deseos a expensas de su propia salud. Como resultado de su intemperancia, el cerebro se entorpece, los pensamientos se aletargan y dejan de realizar lo que ha­brían podido hacer si hubieran sido abnegados y abstemios. Las personas intemperantes le roban a Dios las energías físicas y mentales que podrían haber consagrado a su servicio si hu­biesen sido temperantes en todas las cosas...

      La Palabra de Dios coloca la glotonería al mismo nivel que el pecado de la borrachera. Este pecado era tan ofensi­vo a la vista de Dios, que le ordenó a Moisés que cualquier muchacho que se rebelara y no permitiera el control de sus apetitos –es decir, que comiera rebelde y glotonamente todo lo que se le antojara– debía ser llevado por sus padres ante los gobernantes de Israel para ser apedreado. La persona glo­tona era considerada como un caso perdido. No era útil para los demás y constituía una maldición para sí misma. A esa persona no se le confiaba ninguna responsabilidad, porque su influencia sería perjudicial para los demás, y el mundo lo pasaría mejor librándose de un individuo que sólo lograría perpetuar sus terribles defectos.

      Ninguna persona consciente de su responsabilidad ante Dios permitiría que los instintos animales controlen su racio­cinio. Los que actúan de esta manera no son verdaderos cristia­nos, no importa quiénes sean ni cuán elevada sea su posición. El consejo de Cristo es: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mat. 5:48). Por medio de estas palabras nos enseña que podemos ser tan perfectos en nuestra esfera como lo es Dios en la suya.–Testi­monios para la iglesia, t. 4, págs. 445, 446 (1880).

      Por mucho tiempo el Señor ha estado llamando la atención de su pueblo en cuanto a la reforma de la salud. Esta obra constituye una de las ramas principales en la preparación para la segunda venida del Hijo del Hombre.

      Juan el Bautista avanzó con el espíritu y el poder de Elías para aparejar el camino del Señor y encaminar a los hombres por el sendero de la sabiduría de los justos. Fue un prototipo de quienes vivirían en los últimos días con el cometido divino de proclamar a la gente las verdades sagradas, con el fin de pre­parar el camino para la segunda venida de Cristo. Juan fue un reformador. El ángel Gabriel, al descender del cielo, pronunció un discurso sobre salud a los padres de Juan. Les dijo que no debía beber vino ni otras bebidas fuertes, y que debía ser lleno del Espíritu Santo desde su mismo nacimiento [Juan 1:6].

      Juan se separó de sus amistades y los lujos mundanales. La sencillez de su indumentaria, una vestimenta fabricada de pelos de camello, fue una aguda reprensión para la extra­vagancia ostentosa de los sacerdotes judíos, así como para los demás. Su alimentación completamente vegetariana, de algarrobas y miel silvestre, constituía una reprensión contra la complacencia de los apetitos y la glotonería prevaleciente por doquiera.

      El profeta Malaquías declara: “He aquí, yo os envío el profeta Elías, antes que venga el día de Jehová, grande y terrible. Él hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres” (Mal. 4:5, 6). Aquí el profeta describe el carácter del trabajo que debe realizarse. Los que lleven a cabo la obra de preparar el ca­mino para la segunda venida de Cristo están representados por el fiel Elías, así como Juan vino con el espíritu de Elías para preparar el camino del primer advenimiento de Cristo. El gran tema de la reforma debe presentarse ante el mundo y la mente de la gente debe ser impresionada. El mensaje debe caracterizarse por la práctica de la temperancia en to­das las cosas, para que el pueblo de Dios se vuelva de su idolatría, de su glotonería y de su extravagancia en el vestir y otros asuntos.

      La abnegación, la humildad y la temperancia que Dios requiere de los justos, a quienes dirige y bendice de manera especial, deben ser presentadas a las gentes en contraste con los hábitos extravagantes y destructivos de quienes viven en esta época depravada. Dios nos ha mostrado que la reforma de la salud está conectada tan estrechamente con el mensaje del tercer ángel como lo está la mano con el cuerpo. En nin­guna parte se encuentra mayor causa de decadencia moral y física como en el descuido de este importante tema. Los que dan rienda suelta a los apetitos y pasiones y cierran los ojos a la luz por temor a descubrir complacencias pecaminosas que no desean abandonar, son culpables ante los ojos de Dios. Quienquiera que rechaza la luz que se le da sobre un asunto, predispone su corazón para rechazar de la luz sobre otros. El que viola las obligaciones morales relacionadas con la comida y la vestimenta, prepara el camino para quebrantar las exigencias divinas que tienen que ver con los intereses eternos.

      Nuestro cuerpo no nos pertenece. Dios tiene el derecho de exigir que cuidemos de la habitación que nos ha dado, con el fin de que presentemos nuestro cuerpo en sacrificio vivo, santo y agradable a Dios. Nuestro cuerpo le pertenece al Dios que nos creó, y nosotros estamos moralmente obligados a aprender la mejor forma de preservarlos de la enfermedad [1 Cor. 6:19, 20]. Si debilitamos nuestro cuerpo a causa de la autocomplacencia, satisfaciendo los apetitos y vistiéndonos al compás de modas perjudiciales para la salud, sólo por el afán de mantenernos en armonía con el mundo, nos convertimos en enemigos de Dios...

      La providencia divina ha estado impresionando al pueblo de Dios para que abandone las costumbres extravagantes del mundo, se aparte de la complacencia de apetitos y pasiones, y adopte una posición firme sobre la plataforma del dominio propio y la temperancia en todas las cosas. El pueblo dirigi­do por Dios será peculiar; un pueblo diferente al mundo. Si aceptan la dirección de Dios cumplirán los propósitos divinos y someterán su voluntad a la suya. Entonces Cristo morará en su corazón. El templo de Dios será santo. Vuestro cuerpo, dice el apóstol, es el templo del Espíritu Santo. Dios no requiere que sus hijos se nieguen a sí mismos al punto de debilitar sus energías físicas. Él exige que sus hijos obedezcan las leyes naturales con el fin de promover una buena salud. El cami­no de la naturaleza es el sendero que Dios ha marcado y es suficientemente amplio para todos los cristianos. Dios nos ha colmado, con su mano cariñosa, de ricas y abundantes bendi­ciones para nuestro propio sustento y deleite. Pero, para que gocemos del apetito natural que preserva la salud y prolonga la vida, él restringe ese mismo apetito. Nos amonesta: “Cuídense de los apetitos artificiales; contrólenlos, rechácenlos”. Cuando cultivamos un apetito pervertido, transgredimos las leyes de nuestro organismo y nos echamos encima la responsabilidad del abuso de nuestro propio cuerpo y de acarrear enfermedades sobre nosotros mismos...

      El dominio propio es esencial en toda religión genuina. Los que no han aprendido a negarse a sí mismos se hallan destitui­dos de la piedad práctica vital. Es inevitable que las demandas de la religión afecten nuestras inclinaciones naturales y nues­tros intereses temporales. Todos tenemos una obra que hacer en la viña del Señor.

      Los que profesan ser cristianos no debieran casarse has­ta después de haber considerado el asunto cuidadosamente y con oración, de un modo elevado, para ver si Dios pue­de ser glorificado por la unión. Luego debieran considerar debidamente el resultado de cada privilegio de la relación matrimonial, y los principios santificadores debieran ser la base de todas sus acciones. Antes de aumentar su familia, debieran considerar si Dios sería glorificado o deshonra­do al traer hijos al mundo. Debieran tratar de glorificar a Dios por medio de su unión desde el primero y durante cada año de su vida matrimonial. Debieran considerar con calma cómo pueden brindar a sus hijos lo que necesitan. No tienen derecho a traer hijos al mundo que han de ser una carga para otros. ¿Tienen un trabajo que les permitirá sostener una fa­milia de modo que no necesiten llegar a ser una carga para los demás? Si no lo tienen, cometen un crimen al traer hijos al mundo para que sufran por falta de cuidados, alimentos y ropas apropiados. En esta época veloz y corrupta no se consi­deran estas cosas. La concupiscencia predomina sin que se la someta a control, aunque la debilidad, la miseria y la muerte sean el resultado de su predominio. Las mujeres llevan for­zosamente una vida de penurias, dolores


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