Consejos sobre la salud. Elena Gould de White

Consejos sobre la salud - Elena Gould de White


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porque el estómago ya estaba sobrecargado...

      A menudo la madre hace planes de realizar cierta cantidad de trabajo durante el día; y cuando los niños la molestan, en lugar de dedicar algunos instantes para atender sus pequeñas necesidades y entretenerlos, con frecuencia les da algo de co­mer para aquietarlos. Esta medida surte efecto por poco tiem­po, pero más tarde la situación se complica. El estómago de los niños se sobrecarga de alimentos cuando no tienen la más mínima necesidad de comida. Todo lo que se requería era un poquito de tiempo y atención por parte de la madre.

      El tabaco, no importa cómo se use, es nocivo para el or­ganismo. Es un veneno lento. Afecta el cerebro y entorpece el discernimiento, de modo que la mente no pueda percibir las cosas espirituales, especialmente las verdades que pudie­ran ejercer un efecto correctivo sobre este vicio inmundo. Los que usan tabaco en cualquier forma no están libres ante los ojos de Dios. A los que practican este hábito sucio les resulta imposible glorificar a Dios en su cuerpo y espíritu, los cuales son de Dios. El Señor no los puede aprobar mientras usan esos venenos lentos, pero certeros, que arruinan la salud y menos­caban las facultades de la mente. Dios es misericordioso con los que practican este pernicioso hábito ignorantes del mal que les causa, pero cuando el asunto se les presenta en su luz ver­dadera, si continúan practicando su degradante vicio, entonces son considerados culpables delante del Señor.

      Dios exigía que los hijos de Israel practicaran hábitos de estricta limpieza. En caso de la menor impureza debían quedar fuera del campamento hasta la tarde, y sólo podían regresar después de lavarse. En ese vasto ejército no había nadie que usara tabaco. Si hubiera habido, habría sido obligado a escoger entre renunciar a la maldita hierba o abandonar el campamen­to. Y después de lavarse bien la boca, hasta librarse del último vestigio de tabaco, se le habría permitido de nuevo mezclarse con el pueblo de Israel.

       La contaminación del tabaco, una ofensa para Dios

      A los sacerdotes que administraban las cosas sagradas, para que no profanaran el santuario, se les ordenaba lavarse los pies y las manos antes de entrar en el tabernáculo, a la presencia de Dios, para intervenir por Israel. Si los sacerdotes hubieran en­trado en el santuario con sus bocas contaminadas con tabaco, sin lugar a dudas habrían corrido la misma suerte de Nadab y Abiú. Y a pesar de eso, hay profesos cristianos que se postran a adorar a Dios en sus cultos familiares con sus bocas sucias con la inmundicia del tabaco...

       Se requiere una estricta limpieza

      Algunos hombres que han sido apartados por la imposición de las manos para administrar las cosas sagradas, a menudo pasan al púlpito con sus bocas contaminadas, sus la­bios manchados y el aliento mancillado por el tabaco. Deben hablar a la gente en lugar de Cristo. ¿Cómo podría un Dios santo aceptar un servicio tal, cuando exigía que los sacerdo­tes de Israel realizaran preparativos tan especiales antes de llegar delante de su presencia, para no ser consumidos por su infinita santidad por deshonrarlo, como en el caso de Nadab y Abiú? Estos ministros pueden tener la seguridad de que el poderoso Dios de Israel es todavía un Dios de limpieza. Ellos profesan servir a Dios mientras practican la idolatría y hacen un dios de sus propios apetitos. El tabaco es su ídolo acariciado, y a él le rinden toda clase de sagrada y alta con­sideración. Profesan adorar a Dios a la vez que quebrantan el primer mandamiento. Tienen dioses ajenos delante del Señor. “Purificaos los que lleváis los utensilios de Jehová” (Isa. 52:11).

      Dios requiere hoy la misma limpieza del cuerpo y pureza del corazón que le exigía al pueblo de Israel. Si Dios era tan estricto acerca de la limpieza con ese pueblo que peregrinaba por el desierto, que pasaba casi todo el tiempo al aire libre, no requerirá menos de nosotros que vivimos en casas techadas, donde las impurezas son más evidentes, y nos hallamos some­tidos a una influencia más insalubre.

      Cuando contemplo a hombres que pretenden gozar de la ben­dición de una santificación completa mientras son esclavos del tabaco, que escupen y ensucian todo lo que se halla a su alrede­dor, me pregunto: ¿Qué aspecto ofrecería el cielo si se permitie­ra entrar en él a los que usan tabaco? Los labios de quienes pro­nunciaran el precioso nombre de Cristo estarían contaminados por el uso del tabaco, saturados de un aliento maloliente y aun el lino de las vestimentas se hallaría impregnado. La persona que ama un ambiente corrompido, está corrompida por dentro. Lo que se ve por fuera indica lo que hay adentro.

      Hay hombres que profesan santidad pero ofrecen su cuerpo sobre el altar de Satanás, y le queman el incienso del tabaco a su satánica majestad. ¿Parece demasiado severa esta declara­ción? La ofrenda debe ofrecerse a alguna deidad. Puesto que Dios es puro y santo, y jamás aceptará nada que degrade su ca­rácter, no puede menos que rechazar este sacrificio inmundo, costoso y profano. Por tanto concluimos que es Satanás quien acepta el honor [Lev. 10:1, 2].

       El hombre es pr opiedad de Cristo

      Jesús sufrió la muerte para rescatar al hombre de las garras de Satanás. Vino para ponernos en libertad por medio de la sangre de su sacrificio expiatorio. El hombre que haya aceptado per­tenecer a Jesucristo, y cuyo cuerpo sea un templo del Espíritu Santo, no se dejará esclavizar por el terrible vicio del tabaco. Sus facultades pertenecen a Cristo, quien lo compró por un precio de sangre. Lo que posee pertenece al Señor. Entonces, ¿cómo pue­de ser inocente si gasta cotidianamente el dinero, que el Señor le ha confiado, para satisfacer un apetito que no es natural?

       Triste despilfarro del dinero

      Una enorme suma de dinero se derrocha anualmente en la complacencia de este vicio, mientras las almas perecen nece­sitadas de la Palabra de vida. ¿Cómo pueden los cristianos que entienden bien este problema continuar robándole a Dios los diezmos y las ofrendas que se usan para el sostén del evangelio, mientras ofrecen sobre el altar del placer destructivo del tabaco más de lo que dan para socorrer a los pobres o suplir las nece­sidades de la causa de Dios? Si esas personas fueran verdadera­mente santificadas, ganarían la victoria sobre cada inclinación perjudicial. Entonces todos esos gastos innecesarios se canali­zarían hacia la tesorería del Señor, y los cristianos tomarían la delantera en el campo de la abnegación, el sacrificio propio y la temperancia. Entonces llegarían a ser la luz del mundo...

       La capacidad natural de percepción se entorpece

      Al fumador todo le parece desagradable e insípido si no sa­tisface su vicio favorito. El uso del tabaco entorpece de tal ma­nera la capacidad natural de percepción del cuerpo y la mente, que la persona se vuelve insensible a la influencia del Espíritu de Dios. Cuando le falta su estimulante habitual, el alma y el cuerpo del fumador experimentan un hambre ansiosa, no por la justicia y la santidad de la presencia divina, sino por su ídolo acariciado. Al satisfacer sus apetitos pervertidos los cristianos profesos debilitan diariamente sus facultades haciendo impo­sible de esa manera que puedan glorificar a Dios.

      El tabaco es uno de los venenos más engañosos y dañinos que existen; y ejerce una influencia estimulante primero y luego de­presiva sobre los nervios del cuerpo. Es tanto más peligroso cuan­to que sus efectos sobre el sistema son muy lentos y casi imper­ceptibles al principio. Multitudes han llegado a ser víctimas de su maléfica Influencia.–Spiritual Gifts, t. 4, pág. 128 (1864).

      Nuestro pueblo retrocede constantemente


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