En camino hacia una iglesia sinodal. Varios autores
que nombrándose a sí mismos como centinelas de la recta doctrina católica protestaron que no se podía comprometer la indisolubilidad del matrimonio, el papa opuso la necesidad de una verdadera escucha: ¿cómo pretender escuchar a Dios sin escuchar a los demás? Decía el papa en la vigilia del Sínodo extraordinario: «Pidamos ante todo el Espíritu para los padres sinodales, el don de la escucha: escucha de Dios, hasta escuchar con él el clamor del pueblo; escucha del pueblo, hasta respirar en él la voluntad a la que Dios nos llama» 32.
Esta disposición ya era evidente en Evangelii gaudium, donde el papa subrayaba la necesidad «de ejercitarnos en el arte de escuchar, que es más que oír» (EG 171). En una Iglesia donde cuenta más el derecho a la palabra, el papa pedía un giro copernicano, capaz de asignar a todos en la Iglesia su función activa: no solo a la jerarquía, sino también al pueblo creyente. Insertándose en la doctrina conciliar sobre el pueblo de Dios, el papa Francisco muestra que no se puede hablar de Iglesia en salida sin hablar de la participación del pueblo de Dios en la vida y a la misión de la Iglesia. El capítulo tercero de la Exhortación señala cómo «todo el pueblo de Dios anuncia el Evangelio»:
La evangelización –dice el papa– es tarea de la Iglesia. Pero este sujeto de la evangelización es más que una institución orgánica y jerárquica, porque es ante todo un pueblo que peregrina hacia Dios. Es ciertamente un misterio que hunde sus raíces en la Trinidad, pero tiene su concreción histórica en un pueblo peregrino y evangelizador, lo cual siempre trasciende toda necesaria expresión institucional (EG 111).
«Ser Iglesia –insiste la Exhortación– es ser pueblo de Dios, de acuerdo con el gran proyecto de amor del Padre» (EG 114). En este pueblo, todos son discípulos misioneros en razón del bautismo, que habilita para participar en la vida y en la misión de la Iglesia. Hay un apartado que justifica esta participación dando énfasis al sensus fidei. Así suena el texto:
En todos los bautizados, desde el primero hasta el último, actúa la fuerza santificadora del Espíritu, que impulsa a evangelizar. El pueblo de Dios es santo por esta unción que lo hace infalible «in credendo». Esto significa que, cuando cree, no se equivoca, aunque no encuentre palabras para explicar su fe. El Espíritu lo guía en la verdad y lo conduce a la salvación. Como parte de su misterio de amor hacia la humanidad, Dios dota a la totalidad de los fieles de un instinto de la fe –sensus fidei– que les ayuda a discernir lo que viene realmente de Dios. La presencia del Espíritu otorga a los cristianos una cierta connaturalidad con las realidades divinas y una sabiduría que les permite captarlas intuitivamente, aunque no tengan el instrumental adecuado para expresarlas con precisión (EG 119).
Esta insistencia sobre el sensus fidei de todo el pueblo de Dios explica no solo las novedades en la celebración del Sínodo, sino el paso adelante de la Iglesia en sentido sinodal, que empezó a tomar forma justo con la celebración de los Sínodos sobre la familia.
4. ¿Hacia una Iglesia sinodal?
El cambio en esta dirección se advirtió en el discurso que el papa pronunció el 17 de octubre de 2015, cuando se celebró el 50° aniversario de la institución del Sínodo de los obispos. En muchos aspectos, el discurso tiene un valor histórico. El papa no se limita a decir que, «desde el inicio de su ministerio como obispo de Roma ha pretendido valorar el Sínodo, que constituye una de las herencias más preciosas de la última reunión conciliar», releyendo el camino de la Iglesia en el posconcilio como una experiencia creciente de la «necesidad y belleza de caminar juntos»; más en profundidad, él indica «el camino de la sinodalidad [como] el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio».
Después de los preámbulos de rigor, el papa aborda inmediatamente la cuestión, evidenciando cómo «lo que el Señor nos pide, en cierto sentido, ya está todo contenido en la palabra “sínodo”. Caminar juntos –laicos, pastores, obispo de Roma– es un concepto fácil de expresar con palabras, pero no es tan fácil ponerlo en práctica». Aunque el tenor del discurso parezca exhortativo y pastoral –caminar juntos todo el pueblo de Dios–, su impacto es teológico, porque encuadra la sinodalidad en un marco muy original respecto al magisterio precedente, que nunca trató el tema de la sinodalidad, limitándose a una declinación débil de la colegialidad afectiva 33.
Primero, porque la sinodalidad no se limita a la celebración de la asamblea sinodal, sino que envuelve toda la vida de la Iglesia: el papa llega a imaginar una Iglesia sinodal, que es «una Iglesia de la escucha, con la conciencia de que escuchar es más que oír», como se expresaba en Evangelii gaudium. Pero si la Iglesia es «constitutivamente sinodal», su vida está enmarcada por la sinodalidad como estilo y como proceso. La novedad de este discurso es que la sinodalidad atañe a toda la vida de la Iglesia, y no es solo un acontecimiento excepcional.
El Sínodo de los obispos es el punto de convergencia de este dinamismo de escucha llevado a todos los ámbitos de la vida de la Iglesia. El camino sinodal comienza escuchando al pueblo, que «participa también de la función profética de Cristo» (LG 12), según un principio muy estimado en la Iglesia del primer milenio: Quod omnes tangit, ab omnibus tractari debet. El camino del Sínodo prosigue escuchando a los pastores. Por medio de los Padres sinodales, los obispos actúan como auténticos custodios, intérpretes y testimonios de la fe de toda la Iglesia, que deben saber distinguir atentamente de los flujos muchas veces cambiantes de la opinión pública. [...] Además, el camino sinodal culmina en la escucha del obispo de Roma, llamado a pronunciarse como «pastor y doctor de todos los cristianos»: no a partir de sus convicciones personales, sino como testigo supremo de la fides totius Ecclesiae, «garante de la obediencia y la conformidad de la Iglesia a la voluntad de Dios, al Evangelio de Cristo y a la Tradición de la Iglesia».
La novedad más evidente y relevante es la de transformar el Sínodo de acontecimiento en proceso, con una complejidad de sujetos –el pueblo de Dios, los obispos, el obispo de Roma– y de respectivas funciones. Novedad en la novedad es indicar el comienzo de este proceso en la función profética del pueblo de Dios. Más que una cita enfática del sensus fidei, el texto propone un ejercicio de la sinodalidad donde todos desempeñan su función, de manera que la decisión en la Iglesia respete el principio antiguo –Quod omnes tangit, ab omnibus tractari debet–, según la especificidad de cada uno: al pueblo de Dios, el momento profético; a los obispos reunidos en asamblea, el discernimiento; al obispo de Roma, la última palabra como «pastor y doctor de todos los cristianos».
La secuencia de las etapas determina que el proceso empieza en las Iglesias particulares, donde puede ser consultado el pueblo de Dios; sigue con las instancias intermedias de sinodalidad, como las Conferencias episcopales o, si es necesario, recuperando para la vida de la Iglesia instituciones antiguas como los concilios provinciales o regionales; termina con la Iglesia universal, donde el Sínodo de los obispos, «representando al episcopado católico, se transforma en expresión de la colegialidad episcopal dentro de una Iglesia toda sinodal». El papa sabe bien que la asamblea sinodal no es un organismo estrictamente colegial, y aclara, citando Pastores gregis 34, que se trata de colegialidad afectiva, «la cual puede volverse en algunas circunstancias “efectiva”, que une a los obispos entre sí y con el papa, en el cuidado por el pueblo de Dios». Se puede hablar de un paso pequeño hacia la transformación del Sínodo de organismo en ayuda del primado a organismo colegial. Francisco muestra no tener miedo de este desafío que implica una «conversión del papado» 35; al contrario, dice que «el papa no está, por sí mismo, por encima de la Iglesia; sino dentro de ella como bautizado entre los bautizados y dentro del colegio episcopal como obispo entre los obispos, llamado a la vez –como sucesor del apóstol Pedro– a guiar a la Iglesia de Roma, que preside en la caridad a todas las Iglesias».
El discurso del papa abrió un escenario eclesial inimaginable hasta aquel momento, que extrañó por tenor y contenido: hablar de «Iglesia sinodal» en su misma constitución era algo que nunca se había escuchado. Los críticos del papa dicen que son palabras: que él no ha hecho nunca nada verdaderamente sinodal. Pero el papa continúa con el mismo estribillo y nos obliga a todos a estar sobre el tema 36. Lo atestiguan el estudio de la Comisión Teológica Internacional sobre la sinodalidad,