Nuevos enigmas de la Biblia 3. Ariel Álvarez Valdés

Nuevos enigmas de la Biblia 3 - Ariel Álvarez Valdés


Скачать книгу
de que el narrador cuenta con todo lujo de detalles cómo, cuándo, dónde y por qué se había casado con su tercera mujer, llamada Abigail (1 Sam 25), de pronto, y como si se hubiera olvidado de decirlo antes, recuerda: «Ah, David también se había casado con Ajinoán, de Yizreel» (1 Sam 25,43).

      El autor no dice quién era esta Ajinoán. Sin embargo, los exegetas han descubierto las huellas de una antigua tradición que la identifica como la madre de su primera mujer y, por tanto, como su propia suegra. ¿Cuáles son esos datos? ¿Y por qué David concretó ese matrimonio contrario a la Ley judía, que prohibía a un hombre casarse al mismo tiempo con la madre y con la hija (Lv 18,17)?

      Un canto que desencanta

      Según el texto bíblico, todo comenzó cuando el joven e inexperto David llegó a la corte del rey Saúl. David era un modesto pastor, nacido en Belén, que cuidaba las ovejas en el campo de su padre. Por su afición a la música y porque tocaba muy bien la cítara, el rey Saúl lo llevó a su palacio y lo contrató para que con sus melodías ahuyentara los «malos espíritus» que solían atacarle y le liberara de los estados depresivos en los que caía con frecuencia.

      Pero David no solo era músico, sino que con el tiempo se convirtió en un excelente guerrero, y en épocas de campaña militar salía a luchar valerosamente. Sus hazañas poco a poco fueron sacándolo del anonimato y lanzándolo a la fama ante los ojos de todo Israel. También el rey Saúl era admirado por sus proezas militares, pero los logros de David fueron eclipsando paulatinamente la actuación del rey. Así, un día en que ambos volvían victoriosos de la guerra contra los filisteos, dice la Biblia que las mujeres de la ciudad salieron a recibirlos cantando: «Saúl ha matado a miles, pero David, a decenas de miles» (1 Sam 18,5-7).

      Al rey Saúl no le sentó bien la copla de las cantoras, y comenzó a sentir envidia por su joven militar. Veía que hasta su hijo mayor, Jonatán, le admiraba y se había convertido en el mejor amigo de David (1 Sam 18,1-4). A medida que su fama aumentaba, crecían los celos y la antipatía del rey hacia el músico de la corte.

      El odio del rey llegó a tal punto que dos veces, mientras David tocaba el arpa en su presencia para relajarlo, intentó matarlo arrojándole una lanza. Pero en ambas ocasiones David pudo zafarse a tiempo (1 Sam 18,10-11; 19,9).

      Escape por la ventana

      Entonces Saúl resolvió tenderle una trampa. Ofreció darle como esposa a su hija mayor, la princesa Merab, con una condición: «Que seas valeroso y luches las batallas de Yahvé». Lo que quería Saúl era que David saliera a pelear en todas las batallas, pensando que en alguna podría sucumbir. David cumplió con lo que le pedía. Pero, cuando llegó el momento de entregarle su hija, el rey se la dio a otro, a un tal Adriel de Mejolá (1 Sam 18,17-19). No sabemos con qué argumento Saúl faltó a su promesa. Lo cierto es que las esperanzas de David de convertirse en su yerno quedaron frustradas.

      Pronto Saúl encontró una nueva oportunidad de atentar contra David. Se enteró de que su hija menor, Mical, estaba enamorada de él, y decidió usarla como señuelo. Pero esta vez puso una condición más arriesgada para concretar la boda: que le trajera cien prepucios de filisteos, ya que estos eran famosos por no estar circuncidados.

      Saúl estaba seguro de que David no iba a poder cumplir con la petición. Los filisteos eran los enemigos más feroces que tenían los israelitas, y nunca habían podido ser sometidos del todo. Pero David, que seguía soñando con la idea de convertirse en miembro de la familia real, cumplió también con esta condición, y en vez de cien le trajo doscientos prepucios de filisteos. Esta vez la boda ya no pudo evitarse (1 Sam 18,20-27). Ahora sí, Saúl estaba más preocupado que nunca. David se había convertido en una verdadera amenaza, ya que, como miembro de la familia real, podía aspirar a suceder al monarca en el trono.

      Saúl pensó que, si no acababa pronto con David, David acabaría pronto con él. Su popularidad crecía cada día más, y su nombre se había vuelto famoso incluso entre los filisteos (1 Sam 18,28-30). Entonces, una noche envió soldados a su casa para capturarlo por sorpresa y matarlo. Pero David, advertido por su esposa Mical, logró escapar por una ventana y huir lejos, al desierto de Judá (1 Sam 19,11-18).

      Nunca más ese nombre

      Al ver disipada la última oportunidad de matar a David, Saúl dispuso que Mical fuera entregada como mujer a otro hombre, así David quedaría sin vínculo alguno con la casa real. De este modo, el poderoso yerno del rey se convirtió de la noche a la mañana en un fugitivo errante en las montañas de Judá. Tuvo que empezar a organizarse de nuevo. Con esfuerzo reunió un pequeño ejército de pordioseros y vagabundos, y emprendió con ellos algunas campañas militares por los alrededores. Así se fue transformando en una especie de reyezuelo sin reino, y gradualmente fue afianzando su poder. Llegó incluso a aliarse con el monarca de los filisteos (1 Sam 27,1-7)

      Quizá en este momento fue cuando empezó a querer concretar sus aspiraciones al trono de Saúl. Pero para poder aceptado por las tribus de Israel necesitaba emparentarse con el rey; y Mical, su exesposa, ya había sido dada en matrimonio a otro hombre. Fue entonces cuando ideó su más hábil maniobra política y su apuesta más alta: en vez de intentar recuperar a la hija del rey se apoderaría de la propia esposa del monarca, la reina Ajinoán. En efecto, en este momento del relato es cuando la Biblia cuenta: «David se casó con Ajinoán, de Yizreel» (1 Sam 25,43).

      La Biblia guarda un respetuoso silencio y no dice que esta Ajinoán sea la esposa de Saúl. Sin embargo, en todo el Antiguo Testamento solo hay una persona que se llama así: la mujer de Saúl (1 Sam 14,50). Y como afirman hoy los estudiosos, dos personajes que tienen el mismo nombre, en el mismo lugar, en la misma época, en la misma familia, en la misma narración, y que no vuelve a aparecer nunca más, son con toda probabilidad la misma persona.

      Además, el escritor sagrado no intentó distinguirlas en el relato, como se suele hacer cuando dos personas llevan el mismo nombre y son diferentes personajes. Al contrario, a la Ajinoán de Saúl se la identifica como «hija de Ajimaas» (1 Sam 14,50), por el nombre de su padre, y la de David como «[oriunda] de Yizreel» (1 Sam 25,43), por el nombre de su ciudad. Lo cual parece ser una prueba a favor de la identificación de las dos.

      Con la moneda del rey

      Pero hay otras escenas que parecen avalar esta misma conclusión.

      Por ejemplo, después de que la Biblia cuenta que David se había casado con Ajinoán, añade: «Porque Saúl había dado a su hija Mical, mujer de David, a Paltí» (1 Sam 25,44).

      El hecho de que el autor bíblico diga que David se había casado con Ajinoán «porque» Saúl había entregado a Mical a otro hombre significa que había alguna relación entre ambos sucesos, es decir, entre el nuevo matrimonio de David y la ruptura de su matrimonio anterior. Ahora bien, ¿qué vinculación podía haber entre las dos bodas? La única respuesta es que, al verse David privado por Saúl de la princesa que le servía para sus aspiraciones al trono, se apoderó de la esposa, la reina madre, con lo cual sus pretensiones monárquicas se veían reforzadas.

      De este modo, David no solo volvía a estar en la carrera hacia el trono de Israel, sino que además se vengaba del rey pagándole con la misma moneda: Saúl le había quitado su mujer, y David le quitaba la suya.

      La cólera del monarca

      Si aceptamos esta hipótesis, debemos reconocer que no sabemos cómo David se apoderó de su suegra. Quizá mediante una estratagema o un ataque por sorpresa. O incluso ella pudo haberse ido con él voluntariamente, pensando que con su depresivo marido tenía menos futuro que con el ascendente David. Lo cierto es que a partir de este momento vemos a Saúl emprender una feroz persecución contra David. A través del desierto, de las montañas, de las grutas, de los poblados de Judá, el rey envió varias expediciones, algunas incluso dirigidas por él mismo, en busca de su detestado enemigo, pero sin resultado. Era tal el odio hacia David y tal su obsesión por encontrarlo que llegó a asesinar a ochenta y cinco sacerdotes del santuario de Nob, las personas más sagradas del país, porque habían ayudado al fugitivo a escapar con provisiones (1 Sam 22,12-19).

      Otra escena bíblica también


Скачать книгу