Los Milagros de Jesús. Simon J. Kistemaker
e hijos.
Siete hombres salieron a pescar en un bote. Presumiblemente, el bote pertenecía a Pedro, quien había probado ser un experto pescador. Pero toda la noche, sus redes permanecieron vacías. Cuando rompió el amanecer y las vetas de vapor aparecieron sobre el lago, ellos pudieron distinguir la orilla, pero los objetos sobre la playa eran vagos. Ellos podían ver a un hombre parado en la playa pero no podían identificarlo.
Cuando llevaron el bote más cerca de la orilla, ellos oyeron una voz distinta viniendo de esa persona. Él les preguntó: “Muchachos, ¿no tienen algo de comer?” Él parecía percibir que su bote estaba vacío y sus espíritus desanimados. Sus voces demostraban esto cuando respondieron con un apagado “no”.
Luego, el extraño les dijo que arrojaran la red al agua, al lado derecho del bote, y ellos lo hicieron así. Para su asombro, ellos no podían arrastrar la red debido a la multitud de peces atrapados. Inmediatamente, Juan supo que el extraño sobre la playa no era otro que Jesús y le dijo a Pedro: “¡Es el Señor!”
Instantáneamente, ambos hombres vieron la conexión entre esta pesca y la de algunos años atrás, cuando Jesús los llamó a ser sus discípulos. Ahora, al final del ministerio de Jesús, Él demostró una vez más su divino conocimiento al haberles dado una abundante pesca. En resumen, esta era una repetición del mismo milagro.
Simón Pedro, fiel a su impetuosa naturaleza, arrojando la vestimenta que se había quitado, se lanzó al lago, nadó la corta distancia de aproximadamente noventa metros hasta la orilla, y allí encontró a Jesús. Los otros hombres no se precipitaron como Pedro, sino que continuaron con la tarea de arrastrar hasta la orilla la red llena de peces.
Cuando los demás hombres saltaron del bote y llegaron a tierra, vieron que Jesús había preparado el desayuno. Sobre la brasa, Él estaba asando un pescado y había un pan. Él les pidió que trajeran algo del pescado que acababan de pescar. Al hacerlo así, ellos participaron del milagro que acababa de ocurrir. De hecho, la presencia de un fuego, del pescado y del pan puede haber sido un milagro por sí solo.
Mientras tanto, Simón Pedro abordó el barco pesquero, aflojó la punta de la red y ayudó a los hombres a arrastrar la red hasta la orilla. La cantidad de peces que atraparon fue de 153 peces grandes y a pesar del peso, la red no se rompió.
Pedro Reinstalado
Cuando el desayuno estuvo listo, Jesús apartó a Pedro de la compañía de los demás discípulos. En el último día de la vida terrenal de Jesús, Simón Pedro había negado a Jesús tres veces seguidas. Ahora, en la playa del lago, Jesús le preguntaba tres veces de manera ininterrumpida si él lo amaba. Cada vez Pedro respondió afirmativamente, Jesús le replicó de manera sucesiva:
“Apacienta mis corderos”.
“Cuida de mis ovejas”.
“Apacienta mis ovejas”.
Cuando Pedro oyó la misma pregunta, “¿me quieres?”, por tercera vez, él estaba visiblemente dolido. Él le respondió a Jesús con una voz tenue: “Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero”.
Antes que Pedro pudiera ser plenamente restaurado como apóstol de Jesús, el Señor lo presionó tres veces a expresar el concepto de amor en una forma de pregunta y respuesta. La importancia de las tres veces es por el énfasis.
Ahora, ya reinstalado con nuevas y más responsabilidades, Pedro serviría a Jesús como cabeza de los apóstoles y líder y vocero de la iglesia madre en Jerusalén, defensor de la fe, misionero a los judíos en la dispersión y a los gentiles temerosos de Dios en el extranjero y autor de dos de las Cartas Canónicas. La iglesia, ya fuera en Jerusalén o en el extranjero, consideraba a Pedro como el apóstol de Jesús más respetado (pues Pablo se identificaba a sí mismo como uno que no debía ser llamado apóstol).
Puntos para Reflexionar
Este fue el último milagro que Jesús hizo antes de ascender al cielo. Con él, Jesús concluyó la serie de milagros que acompañaron su ministerio. Los apóstoles recibieron el don espiritual de Dios de hacer milagros que apoyaran su predicación. Pero tras la muerte de los apóstoles en el primer siglo, su autoridad cesó.
El Nuevo Testamento enseña que sólo Jesús nombró a los apóstoles. Después de pasar una noche orando, Él llamó a doce hombres para que fueran sus discípulos. Cuando Judas se suicidó, los apóstoles echaron suertes para nombrar un sucesor. Pero fue Jesús quien controló la suerte y eligió a Matías. En las puertas de Damasco, el Señor llamó a Pablo para ser el apóstol a los gentiles. Sin embargo, cuando Santiago, hijo de Zebedeo, fue decapitado, Él no llamó a nadie a tomar su lugar (Hechos 12:2). Y Pablo se refiere a su apostolado como de “uno nacido fuera de tiempo” (1 Corintios 15:8).
El milagro de la primera pesca se refiere a los discípulos como pescadores de hombres; el milagro de la segunda pesca enfoca su atención en su llamado como pastores de ovejas. En el primer incidente, Pedro se vio a sí mismo como un pecador y en el segundo como un hombre restaurado que fue instruido para cuidar al pueblo de Dios.
Así como Jesús ordenó a los discípulos que echaran la red al lago y pescaran, Él ordena hoy a sus seguidores a llevar el mensaje del Evangelio a la gente y Dios hace el milagro de llevarlos al arrepentimiento, la fe y la salvación.
PARTE 2
Capítulo 10
La Suegra de Pedro
Mateo 8:14-17 • Marcos 1:29-31 • Lucas 4:38-39
Todo en la Familia
Como era su costumbre, Jesús asistía fielmente a los servicios de adoración en las sinagogas locales, donde regularmente enseñaba a la gente desde las páginas de las Escrituras del Antiguo Testamento. En la mañana de un Sábado en particular, Él predicó en la sinagoga de Cafarnaúm, donde había establecido su hogar.
Durante ese servicio de adoración, mientras Jesús estaba predicando, un hombre poseído por el demonio gritó: “¿Por qué te entrometes, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Yo sé quién eres tú: ¡el Santo de Dios!” Jesús reprendió al espíritu maligno y dijo: “¡Cállate! ¡Sal de ese hombre!” Gritando fuertemente, el demonio salió del hombre, quien parecía ileso aun cuando el demonio lo había arrojado al piso. Todos en la sinagoga estaban asombrados porque Jesús no sólo presentaba una nueva enseñanza sino que también demostraba una gran autoridad para expulsar demonios.
Inmediatamente después del servicio de adoración, Pedro y su hermano Andrés, invitaron a Jesús a acompañarlos a la casa de Pedro. Juan y Santiago, hijos de Zebedeo, vinieron también. El propósito de la invitación era pedirle a Jesús que sanara a la suegra de Pedro, que estaba enferma en cama con una fiebre alta. Los discípulos le hablaron a Jesús acerca de su condición y pensaron que si Jesús podía restaurar la salud de alguien poseído por el demonio, podía ser persuadido también de sanar a la paciente que estaba en la casa de Pedro.
Lucas, identificado como el médico amado, escribió un interesante detallito en su Evangelio: la suegra de Pedro tenía una fiebre muy alta. Este médico convertido en escritor del Evangelio, ya tenía una inclinación a expresar de manera correcta el reporte médico y constantemente incluye detalles adicionales:
Un hombre estaba cubierto de lepra.
La mano derecha paralizada de un hombre.
Un esclavo que estaba enfermo y a punto de morir.
Además, Lucas reporta que Jesús entró a la habitación de la mujer enferma, se inclinó sobre ella, tocó su mano y luego reprendió a la fiebre. Jesús mostró a través de sus acciones un cuidado tierno y amoroso. Tomándola de su mano, Él la ayudó a levantarse y demostró que ella estaba completamente sana.
Tan pronto como la suegra de Pedro