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fue la elección de Jesús para alimentar a la multitud.
Jesús ordenó a los discípulos que hiciera que la gente se sentara sobre el pasto verde en grupos de cien y de cincuenta. Esto fue hecho por familias y de esa manera, el número total podía ser rápidamente contado. Ellos se sentaron agrupándose en una manera ordenada, así que no hubo confusión. Los jefes de familia se encargaron de reunir a sus propios clanes, en una forma muy parecida a como Moisés agrupó a los israelitas en el Desierto del Sinaí.
Luego Jesús tomó el pan y los peces en sus manos, miró al cielo y bendijo el alimento dándole gracias a Dios, el proveedor de todo lo bueno y perfecto. De esa manera, Él demostró a la gente su dependencia en Dios para suplir sus necesidades diarias y la necesidad de expresar gratitud.
Cuando Jesús partió el pan, el milagro de la multiplicación ocurrió de una manera que puede ser explicada al compararlo con el milagro que Jesús realiza cuando Él alimenta diariamente a toda la población de la tierra. Sin duda, ¡esa hazaña es un milagro!
Jesús dio el pan y los peces a los discípulos, quienes a su vez lo pasaron a la gente hasta que todos estuvieron llenos. Cuando cada uno estuvo satisfecho, Él dijo a los discípulos que reunieran las piezas sobrantes de pan y pescado para que nada se desperdiciara. Toda la comida sobrante ocupó doce canastas.
Este milagro describe a Jesús cuidando las necesidades tanto espirituales como físicas de la gente. Él les enseñó la Escritura del Antiguo Testamento y les trajo la revelación de Dios. En resumen, Él les dio el pan de vida, y al final del día, los alimentó físicamente con pan y pescado.
Puntos para Reflexionar
Dios es bueno con todos, pues Él hace que la lluvia caiga sobre justos e injustos. De hecho, Él provee diariamente comida y bebida para toda la gente, aun cuando algunos experimentan períodos de hambre. En pocas palabras, este acto en sí mismo es un milagro que exige respuestas de gratitud de quienes lo reciben.
En el tiempo de la comida, los cristianos expresan su gratitud a Dios y con frecuencia enseñan a sus hijos a orar: “Dios es grande, Dios es bueno y le agradecemos por nuestra comida”. Jesús expresó su gratitud a Dios Padre y mediante su ejemplo enseña a los cristianos a expresarle su gratitud a Él también. Sin embargo, olvidar dar gracias es una señal de ingratitud y negarse a hacerlo es un acto de insolencia que culmina apartando a la persona del Dios viviente.
La gente que Jesús alimentó probablemente pensaba en el profeta Elías, cuyo milagro en Sarepta consistió en que el tarro de harina de la viuda nunca estuviera vacío y su jarra de aceite nunca se secara (1 Reyes 17:7-15). Y ellos recordaron que el profeta Eliseo alimentó a cien hombres con veinte panes de cebada y aún sobró comida (2 Reyes 4:42-44).
Aquí, ellos reconocieron que había un profeta mucho más grande que Elías y Eliseo. Ellos reconocieron al que Moisés había anunciado, al Mesías, el Gran Profeta. Ellos incluso quisieron hacerlo su rey para derrocar a los invasores romanos. Pero Jesús no sería un rey político en un reino terrenal. Él es el Rey de reyes y Señor de señores en un reino que no es de este mundo.
Capítulo 4
Jesús Camina sobre el Agua
Mateo 14:22-23 • Marcos 6:45-51 • Juan 6:16-21
Un Bote Lento
Después de una tarde placentera con parientes y amigos, sabemos que ha llegado el momento de decir adiós. Luego, a los amables anfitriones nos queda la tarea de limpiar y ordenar las habitaciones y de lavar los platos. Después nos relajamos por un momento antes de retirarnos para descansar en la noche.
En un sentido, esto es lo que le sucedió a Jesús y sus discípulos. Después de alimentar a una multitud de cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños, Jesús despidió a la gente. Él dijo a sus discípulos que entraran al bote y se adelantaran para cruzar el Lago de Galilea hacia la ciudad de Betsaida. Él se retiró y fue a un lugar alto a orar. Él necesitaba tiempo para estar a solas y en comunión con su Padre. Entre otras necesidades, Él oró por la seguridad y el bienestar de los discípulos que necesitaban su protección de los tormentosos elementos del viento, el agua y las olas.
Los discípulos entraron al bote tarde en la noche. Tan pronto como ellos dejaron la orilla, enfrentaron un viento que pronto se convirtió en tormenta. Los discípulos no podían avanzar. Sin poder izar una vela, sólo podían usar sus remos, pero todos sus recursos humanos parecían ser de poca utilidad. Ellos entendieron que su progreso era mínimo y que después de muchas horas de estar remando no habían avanzado más allá de la mitad del lago. Al final de la noche, ellos aún estaban a casi cinco kilómetros de su destino. Cansados y frustrados, ellos sabían que su esfuerzo había terminado sólo en un éxito limitado.
Los discípulos preguntaban por qué Jesús los había enviado solos en la noche a cruzar el lago. ¿Él los había abandonado? Ellos querían escuchar de Él, especialmente en medio de las tormentosas aguas, palabras de seguridad; ellos recibirían su poder omnipresente sobre la naturaleza. Ciertamente ellos preguntaban dónde podría estar Él. ¿Acaso durmiendo mientras ellos se esforzaban?
De repente, ellos vieron a alguien caminando sobre las olas del lago. Ellos habían remado durante toda la noche sin haber avanzado sustancialmente y ahora veían a la distancia una tenue figura que se acercaba sin esfuerzo, como si los fuera a pasar. ¿Cómo podía un hombre caminar sobre la superficie de las olas como si estuviera por tierra seca? ¿No se hundiría y se ahogaría? Ellos estaban llenos de miedo. De repente, uno de ellos gritó: “¡Es un fantasma!” Todos estaban de acuerdo en que era un fantasma, una ilusión, un espíritu demoníaco flotando como una aparición por encima de la superficie del agua. Ellos estaban aterrorizados y todo rastro de valentía desapareció.
Luego ellos oyeron una voz familiar, la de Jesús diciéndoles: “¡Cálmense! Soy yo. No tengan miedo.” Jesús no los había abandonado del todo. Él había pasado tiempo orando, pidiéndole a su Padre que los protegiera de todo mal y peligro. Pero ahora Jesús quería fortalecer su fe en Él, demostrándoles que controlaba los elementos. Ellos presenciaron el milagro que Jesús realizó justo delante de sus ojos, ejerciendo todo su poder sobre la naturaleza; Él fue capaz de desafiar las leyes de la gravedad y de la hidrodinámica. Las fuerzas físicas estaban totalmente sujetas a Él.
Fe y Temor
Este milagro produjo en Pedro la reacción que Jesús había pretendido, es decir, que Pedro pusiera su fe en Él. Pedro dijo: “Señor, si eres tú, mándame que vaya a ti sobre el agua.” Él no dudó por un momento que esa persona era Jesús. En efecto, dado que él sabía que era Jesús, le preguntó si podía caminar con Él sobre el agua. Su petición no estaba queriendo decir que él era más fuerte en la fe que los otros discípulos. Pedro quería estar cerca de Jesús para poder experimentar también del poder de Cristo sobre la naturaleza. Él necesitaba la aprobación divina del Señor para hacer que este milagro se volviera auténtico para él en respuesta a la fe.
Mientras Pedro miró a Jesús, efectivamente pudo caminar sobre el agua aun cuando el viento soplaba y las olas crecían. Al momento que él apartó su mirada del Señor y vio la fuerza del viento y del agua, se precipitó a lo profundo. Pero antes de hundirse, él gritó pidiendo ayuda. Inmediatamente Jesús lo tomó de la mano y lo sacó del agua. Y una amable reprensión salió de los labios de Jesús: “¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?” Luego ambos subieron a bordo y para el absoluto asombro de los discípulos, el poder del viento se detuvo en seguida. Ellos adoraron a Jesús y dijeron: “Verdaderamente tú eres el Hijo de Dios.”
Pedro no pudo mantener su mirada en Jesús y por lo tanto, empezó a hundirse. Cuando él gritó, “¡Señor, sálvame!”, Jesús lo tomó de la mano y lo subió al bote. Observe que la urgente oración de Pedro por su vida fue seguida por una genuina adoración.
Jesús caminó sobre el agua, Pedro caminó sobre el agua y el viento dejó de soplar. ¿Cuál es la importancia de esta serie de milagros? ¿Cómo explicar estos fenómenos? Podemos comenzar con la alimentación de los cinco mil,