Los Milagros de Jesús. Simon J. Kistemaker

Los Milagros de Jesús - Simon J. Kistemaker


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preguntó por qué estaban temerosos. Como regla fundamental, ellos debían saber que en presencia de su Maestro, siempre estarían salvos y seguros. Aunque el viento y las olas desataron su furia contra todos los que estaban en el lago, con Jesús a bordo, ellos no tenían nada que temer. Aun así, esto requería tener fe en Jesús. Por eso, Jesús les hizo la pregunta directa: “¿Dónde está la fe de ustedes?” Jesús nunca ha reprendido a alguien por confiar demasiado en Él. Él siempre presta atención cuando sus seguidores lo buscan con la fe de un niño.

      Los discípulos sintieron temor cuando vieron el poder de Jesús sobre los elementos de la naturaleza. Ellos presenciaron un milagro en medio de una situación aterradora, en la que Jesús estuvo completamente en control.

      ¿Por qué ellos no comprendían que con Jesús a bordo, ellos no naufragarían? Como agente de la creación, Él estaba completamente en control de los elementos de la naturaleza. ¿No sabían que toda la creación tenía que escuchar su voz? Si ellos sólo hubieran sabido que tenían a bordo al Creador del universo, no les hubiera preocupado su seguridad. Jesús no los estaba reprendiendo por tener miedo sino por su falta de fe. Por lo tanto, Él les enseñó esta lección: que en la presencia de su Maestro, ellos estarían siempre salvos y seguros.

      La Soberanía de Jesús

      Los discípulos se aterrorizaron cuando vieron la majestuosa soberanía de Jesús extenderse sobre el viento y las olas. Ellos preguntaron: “¿Quién es éste, que manda aun a los vientos y al agua, y le obedecen?” Ellos habían visto su capacidad para conquistar las fuerzas de la naturaleza, a las cuales consideraban como poderes de la oscuridad. Sus mentes los llevaron de regreso a Moisés, quien al extender su mano sobre el Mar Rojo separó las aguas para que los israelitas pudieran cruzar con seguridad al otro lado. De manera similar, en los días de Josué, las aguas del Río Jordán se detuvieron para que todo Israel cruzara por tierra seca.

      Todo lo que ellos sabían era que nadie más que Dios podía controlar el viento y la tempestad. Ahora Jesús simplemente le hablaba a la tormenta y tanto el viento como el agua le obedecían. Es verdad que por su familiaridad con la naturaleza, ellos sabían que las tormentas en el Lago de Galilea podían levantarse y disiparse en cuestión de minutos. Sin embargo, en medio del aullido del viento y de las salpicantes olas, Jesús reprendió a las fuerzas de la naturaleza que inmediatamente se subordinaron a Él. Cuando ese milagro ocurrió, sus discípulos lo reconocieron como el Hijo de Dios y el Hijo del Hombre.

      Los discípulos vieron ahora un despliegue de la divinidad de Jesús en acción. Ya no era más el carpintero convertido en profeta ni el maestro que había venido de Nazaret. Ahora ellos entendían que Él era al mismo tiempo divino y humano, con poderes que controlaban la naturaleza a su alrededor. Ellos temieron y reconocieron a Jesús como Señor Soberano. Jesús cumplió las palabras del salmista que habló de gente que se hizo a la mar en barcos, de tempestades y olas, de marineros clamando al Señor y de Dios cambiando la tormenta en suave brisa (Salmo 107:23-30).

      Puntos para Reflexionar

       Si los discípulos hubieran sabido que Jesús era el agente de la creación y que tenía poder sobre las fuerzas de la naturaleza, lo habrían dejado dormir. Él necesitaba un descanso bien merecido. Ellos debían haber comprendido que Jesús nunca se expondría Él mismo ni a sus discípulos al peligro de ahogarse en el Lago de Galilea. Pero en lugar de confiar, les faltó fe y se llenaron de un miedo mortal.

       ¿Es el temor una reacción natural a las fuerzas externas? ¿El temor siempre demuestra falta de fe? ¿Deberían los cristianos sentir miedo alguna vez? La respuesta a estas preguntas es que de hecho, el miedo aparta la fe; por el contrario, la fe suprime el miedo. En los Evangelios, en Hechos y Apocalipsis, Jesús le dice repetidamente a su pueblo: “¡No tengan miedo!” Él le dio a sus seguidores esta promesa: “estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo” (Mateo 28:20). Cuando estemos en una situación que cause temor como una reacción natural, debemos recordar que el miedo debería llevarnos a Jesús en lugar de apartarnos de Él. Él siempre está cerca de nosotros y nos dice palabras de ánimo. Jesús nos hace libres del miedo.

       Por otro lado, la Escritura nos enseña a temer a Dios y a amarlo con todo nuestro corazón, alma y mente. Expresamos un temor piadoso cuando vivimos en armonía con su Palabra y sus preceptos. El temor en el sentido de reverencia a Dios es una de las más grandes riquezas espirituales que podemos poseer en algún momento. Lo reverenciamos como Creador de todas las cosas; sabemos que Él está plenamente en control de cada situación, incluyendo las tempestades de cualquier índole que inquiete nuestras vidas.

      Capítulo 3

      Alimentando a los Cinco Mil

      Mateo 14:13-21 • Marcos 6:32-44 Lucas 9:10-17 • Juan 6:1-13

      Pastor y Oveja

      Todos los cuatro Evangelios mencionan el milagro de Jesús alimentando a los cinco mil hombres, sin contar mujeres ni niños. Si estamos de acuerdo que hay tantos hombres como mujeres, la multitud se dobla en tamaño. Y si agregamos a los niños, el conteo total puede bien exceder las veinticinco o treinta mil personas. Alimentar a tal multitud sin detenerse a pensar, sin duda es un milagro.

      Los escritores de los Evangelios también relatan cuándo y dónde ocurrió el milagro. Jesús y sus discípulos habían ido a un lugar solitario apartado de ciudades y aldeas cercanas. Eso fue en la orilla oriental del Lago de Galilea, en la primavera de ese año, probablemente en Abril, cuando el pasto aún estaba verde. Jesús eligió este lugar para tener privacidad y estar lejos de las multitudes que lo seguían por doquiera que iba.

      Sin embargo, la quietud que Jesús y sus discípulos buscaban llegó al final, cuando la gente se le acercó por miles. Ellos caminaron alrededor del lago y llegaron donde Jesús estaba, anhelando que los sanara de sus enfermedades y que les enseñara.

      Jesús pasó el resto del día ministrando a la gente porque estaban como ovejas sin pastor. Aunque el clero de ese tiempo trataba de darles dirección espiritual e instrucción religiosa, ellos fracasaron. Jesús llenó esa necesidad. Él cuidó a la gente con su enseñanza y con sus hechos, Él sanó a los enfermos y afligidos.

      La gente se quedó hasta el final del día y pronto se hizo evidente que necesitaban alimento físico. El tiempo de enseñar a las multitudes había terminado y el momento de suplir las necesidades de sus cuerpos físicos había llegado. En un sentido, Jesús se convirtió en su gentil anfitrión, en tanto que ellos se convirtieron en sus ilusionados invitados. ¿Sería Él capaz de cuidar de esta inmensa multitud e incluso ser su proveedor?

      Todos los escritores de los Evangelios relatan que los discípulos se le acercaron a Jesús con la sugerencia de despedir a las multitudes para que fueran a comprar comida en las aldeas cercanas. Pero Jesús sabía exactamente lo que iba a hacer. Él preguntó a los discípulos si tenían el dinero para comprar suficiente pan para todas esas personas. Él quería que ellos participaran en la labor de alimentar a la muchedumbre y probó su fe al enseñarles a satisfacer las necesidades físicas de las multitudes.

      Felipe hizo un cálculo rápido y estimó que la cantidad de dinero que un trabajador ganaba en ocho meses no sería suficiente para darle a cada persona un pedazo de pan. Él comprendió rápidamente la imposibilidad de satisfacer las necesidades de las multitudes. Su sugerencia había sido una simple suposición y ahora él veía a Jesús ayudar a resolver el problema.

      Pan y Pescado

      Andrés, el hermano de Simón Pedro, observó que un muchacho tenía cinco hogazas de pan de cebada y dos pequeños pescados. Esto era suficiente para calmar el hambre de un muchacho pero no era nada para una multitud. Por eso, Andrés le preguntó a Jesús hasta qué punto esta diminuta cantidad de comida satisfaría la necesidad de una multitud. Andrés no comprendía que estaba en presencia del Creador del universo que alimenta diariamente a todas sus criaturas. Es más, los discípulos no vieron que Jesús nunca envía a la gente lejos con las manos vacías. Él siempre ministra a quienes dependen completamente de Él.

      El pan de cebada era consumido por los pobres que no podían


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