Eternamente. Angy Skay

Eternamente - Angy Skay


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Summers se entere…

      Se me enciende una bombilla.

      —¿Qué pasa si el señor Summers se entera?

      Para que vea que no me intimida, me estiro un poco más hasta ponerme de puntillas y alzo mi cabeza. Se da cuenta de que acaba de cometer un error. Lleva unos papeles, y me dan ganas de arrancárselos de la mano. Él se percata del gesto y echa su mano hacia atrás para esconderlos de mi mirada. Brenda lo ve y me mira. Yo la observo de reojo; se da cuenta también.

      —Salga de aquí inmediatamente si no quiere tener problemas, Annia.

      —¿Y si no quiero? ¿Vas a obligarme?

      Liam empieza a desesperarse. Creo que va a comerse todo, el pobre hombre. Está poniéndose muy nervioso, y ese es un síntoma muy raro en él. En el tiempo que he podido observarlo, he averiguado que no es una persona insegura, y ni mucho menos le tiembla el pulso ante nada.

      —Any, por favor, hacedme caso. Salid de aquí inmediatamente. Esto… Esto no es… —No encuentra las palabras adecuadas.

      Me asombra que me llame por mi diminutivo.

      —No es una empresa de construcción… —termino yo la frase por él.

      Liam cierra los ojos y se pasa una mano por la cara, desesperado. No quiero que nos ocurra nada, y mucho menos a Brenda. Además, creo que su cara acaba de cambiar a un blanco transparente.

      —¿Por dónde salimos? El ascensor no tiene botones.

      Levanta la cabeza y parece aliviado. Brenda suelta todo el aire que contenían sus pulmones. Al final, se desmayará; estoy viéndolo.

      —Venid, rápido.

      Liam nos conduce por otro pequeño pasillo y, cuando estamos más o menos en el final, pasa una tarjeta por la ranura de una puerta y esta se abre. Acabo de darme cuenta de que todas las puertas tienen el mismo modo de abrirse.

      —Lleguen hasta abajo del todo por las escaleras. Cuenten las plantas, hay doce realmente. Salgan por la única puerta que hay en el número doce. No se paren y salgan cuanto antes de aquí.

      —¿Doce? Si yo he visto diez. ¿Cómo va a haber doce?

      Me mira y ve mi confusión.

      —No hay tiempo para pararse a explicar nada. Salgan de aquí. —Nos empuja a la vez que examina el pasillo por el que hemos venido.

      —Any, vámonos, por favor —me suplica Brenda al ver que yo me quedo mirando pasmada a Liam.

      Giro mis pies y entramos en una entreplanta de emergencia. Las paredes son blancas y las escaleras parecen de mármol. No tienen el diseño cuidado que el resto del edificio. La barandilla es de color gris oscuro y muy endeble. Empezamos a bajar las escaleras en pleno silencio. Brenda no se separa de mí mientras yo voy contando cada vez que llegamos a un rellano. ¡Solo espero que no nos pasemos!

      Cuando estamos por la planta seis, si no me equivoco, oigo una voz que me es familiar. Me freno en seco y Brenda me mira asustada.

      —Any, ni lo sueñes. No se te ocurra abrirla, no sabemos quién hay. ¡Dios mío! ¿Estás loca? —dice histérica—. Ese tío parecía que estaba salvándonos del corredor de la muerte. Vámonos, por favor.

      Tira de mi brazo, pero mis pies se quedan clavados en el suelo.

      —Escúchame. —La sujeto de los hombros. Ella niega frenéticamente con la cabeza—. Solo será un pequeño vistazo. Tú agarras la puerta y yo miro por encima.

      —Any, no. Ni se te ocurra. —Niega sin parar—. No sabes qué cojones es esto ni quién puede haber dentro. No entres.

      Asiento con la cabeza. Ella niega de nuevo.

      —Agarra la puerta y no te vayas sin mí. No me dejes sola, Brenda —le pido.

      Abro la puerta. Hay un pasillo pequeño con el mismo estilo que el de la entrada. Tiene dos puertas, y una de ellas está medio abierta. La otra está cerrada a cal y canto. Contemplo a Brenda durante un segundo y me parece ver que está llorando. «Son los nervios», me digo a mí misma.

      Justamente, donde está la puerta abierta, hay una especie de esquina donde puedo esconderme un poco. Se oyen voces. Veo algo, aunque muy poco. Sin embargo, mi boca llega al suelo cuando me fijo bien y logro visualizar lo que tengo delante.

      La única pared que se ve es la que está justo enfrente cuando abres la puerta. Está llena de fotografías. Mis ojos enfocan una en particular. ¡No puede ser! Son… Son… Brenda y Ulises.

      En ella se ve que van agarrados de la mano, andando por alguna especie de avenida. Cuento unas veinte fotos más de ellos pegadas con celo en la pared. Al lado hay un montón más, pero no consigo distinguirlas. Habría que abrir la puerta solo un poquito más. Miro a Brenda durante un instante. Empieza a menear la cabeza de un lado a otro al intuir mis intenciones. En el momento justo en que mi mano va a empujar la puerta un poco, la escucho susurrar:

      —No lo hagas, Any, no lo hagas. ¡Vámonos!

      No le hago caso ni miro hacia atrás, pero veo una sombra cruzarse e, inmediatamente, me escondo detrás de la pared de enfrente. Alguien sale de la habitación. Brenda cierra la puerta casi entera y me mira con los ojos como platos. Veo miedo en ellos. ¡Joder! ¡Van a pillarme!

      La persona que sale de la habitación comienza a andar en dirección contraria a la mía y, entonces, suelto todo el aire que tengo en los pulmones. Hasta que, de repente, noto cómo se para. ¡Mierda! Por suerte, a los pocos segundos, reanuda su marcha.

      En ese instante, jadeo una exclamación cuando mi móvil empieza a sonar. Comienzo a tocar todos los botones habidos y por haber hasta que consigo silenciarlo. ¡Mierda, mierda y más mierda! Corro como si el mismísimo diablo me persiguiera y llego a la puerta donde Brenda está mirándome, exasperada. No vuelvo la vista hacia atrás en ningún momento, pero sé que me han visto. Brenda no tarda en confirmármelo:

      —¡Dios mío, Any! ¡Te han visto! ¡Te han visto!

      —¡Cállate y corre!

      Pánico. Mi cuerpo empieza a experimentar el pánico de manera atroz.

      Corremos escaleras abajo, saltando varios peldaños a la vez. Cuando nos queda una planta para llegar a la salida, Brenda tropieza y se cae al suelo, pegándose un fuerte golpe en la barbilla, la cual empieza a sangrarle. Rápidamente, subo para ayudarla a levantarse.

      —¡Jodeeerrr!

      —¡Brenda! ¿Te encuentras bien? —Rauda, la cojo del brazo para que se levante. Oigo cómo se abre una puerta en la planta de arriba. ¡Mierda!—. Brenda, tenemos que irnos. ¡Corre! —Al levantarse, pega un chillido de dolor y la miro asustada—. ¿Qué pasa? ¿Qué te pasa? —le pregunto histérica.

      —Creo que me he hecho algo en el tobillo. Joder, cómo me duele —se queja. Cojea al andar.

      Cuando escuchamos a alguien bajar las escaleras tranquilamente, ambas nos miramos. Por inercia, salimos disparadas. Brenda se agarra de mi brazo y salimos lo más rápido posible de allí. En cuanto veo la puerta, me tiro hacia ella sin pensar en nada más. La traspasamos, y menos mal que lo que encontramos es la calle. Estamos en un callejón trasero, pero enseguida veo la gran avenida y la cafetería en la que estábamos antes. Nos alejamos a toda prisa de allí. Cuando llegamos a la avenida, me giro un instante y no puedo evitar sentir que alguien está clavándome los ojos.

      La barbilla de Brenda no para de sangrar. Creo que se ha partido el labio.

      —¿Estás bien? Tenemos que ir a un hospital inmediatamente.

      Ella asiente. Nos dirigimos al coche con premura.

      Todo esto me ha hecho reflexionar. De camino al hospital, la culpabilidad me invade de una manera horrible. Me cuesta hasta respirar.

      —Brenda, lo siento… —susurro.

      —Eh, eh. No ha sido culpa tuya que


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