Eternamente. Angy Skay
el supuesto príncipe azul ha resultado ser un sapo, y no un sapo cualquiera. Tendré que mantener mucho más las distancias, y siempre que esté en el trabajo, intentaré tener a alguien conmigo para evitar quedarme a solas con él.
Por último, está Mikel… ¿Qué habrá pasado con él? Para evitar una discusión, no me he atrevido a preguntarle a Bryan. No es que sea una desagradecida, ya que él me salvó la vida. De lo contrario, seguramente estaría muerta ahora mismo. Siempre se lo agradeceré.
No obstante, es el hombre con el que estoy compartiendo mi vida, y me gustaría saber el porqué de muchas cosas. ¿Qué hacía con una pistola? Y lo peor de todo…, ¿le pegas dos tiros a alguien sin más y sin importarte qué pueda pasar después? Si alguna vez se nos va de las manos alguna discusión, ¿podría correr yo esa misma suerte?
No es que lo piense, claro que no, y creo que no sería capaz. Pero siempre correrá la duda por mi cabeza.
Una persona normal puede perder los papeles y matar a su contrincante dándole un mal golpe en la cabeza, incluso de muchas maneras diferentes. Pero él… llevaba una jodida pistola como si nada. Y, por la serenidad que desprendía, parecía estar acostumbrado. Me atemoriza el simple hecho de pensarlo. ¿Habrá matado a alguien más? No quiero ni plantearme las posibilidades que puede conllevar hacerle esa pregunta.
Me tomé la libertad de contratar a un investigador privado hace cuatro meses. Me asusté. Y no precisamente por lo que encontré, porque no encontré nada sobre Bryan, ni una analítica siquiera. Eso fue lo que más me llamó la atención. Es como si él no existiera, lo cual atrajo más mis dudas. Si no existes, ¿quién eres? Eres una persona reconocida en Londres, pero si te investigan, no sale nada sobre ti. Solo datos mínimos, como el nombre propio y el de la empresa; algo muy raro.
Bryan estuvo explicándome claramente —o al menos eso creo— el tema de la seguridad en la casa. Los dos gorilas, como yo los llamo, son sus trabajadores. Lo que no llego a comprender es el cometido que tienen en su empresa. Quizá sean sus guardaespaldas, aunque nunca lo he visto llevar a nadie. Ya he podido ponerles nombre. Sé que uno de ellos se llama Eduardo y el otro Liam.
Por lo que me ha contado Bryan, Liam es su hombre de confianza. Es como si Max fuese su mano derecha y Liam la izquierda. Nunca lo había mencionado, y creo que después de ver los desplantes que le hacía cada dos por tres a ambos, decidió contármelo todo.
Cuando pasó lo de las niñas, Bryan se tomó al pie de la letra la amenaza de esos mensajes y, acto seguido, puso todo patas arriba para garantizar nuestra seguridad. No he vuelto a recibir nada más desde entonces, y es algo que me tranquiliza, pero siempre hay alguien al lado de mis hijas cuando Bryan y yo no estamos. Como aquella vez que coincidimos los dos en Sevilla. Yo estaba allí por trabajo, y sé que mis hijas se quedaron en buenas manos con Giselle, Nina, John y los de seguridad. Estoy segura de que no podría haberles pasado nada.
Otra pregunta que florece en mi cabeza es qué hacía Bryan en Sevilla. Negocios, según él. Sí, pero ¿qué tipo de negocios?
Dudas, dudas y más dudas me consumen día a día.
Está claro cuál es el problema de esta relación. Por mucho que no queramos aceptarlo, hemos ido demasiado rápido como para pararnos a pensar en la cantidad de sucesos que nos han pasado desde que nos conocemos. Si analizamos las cosas buenas y las malas, son muchas más las buenas, está claro, puesto que el hecho de ser padres es la mejor alegría que nadie podría tener en la vida. Pero si pensamos en las malas, la balanza estaría muy igualada.
Esto no se quedará así, dado que mi cabezonería puede con todo. Y sé que, aunque sea tarde, averiguaré quién eres, Bryan Summers.
Yo saqué a la luz todo mi pasado, pensando que mi vida era lo peor para él y que me repudiaría por ello. Pero no, él lo sabía todo. Y ya me quedó bastante claro que el artífice de que la carpeta llegara a manos de Bryan fue ni más ni menos que Abigail Dawson, cómo no.
Esa es otra.
Si alguna vez vuelve a toparse en mi camino o me entero de que tuvo algo que ver con los mensajes que me mandaron, juro que me las pagará, y de la manera más cara que pueda, porque me tomaré la justicia por mi propia mano.
Y Max, ese hombre al que ya considero un amigo… Pero ¿amigo fiel? La respuesta es no. No llego a entender por qué protege tanto a Bryan. Recuerdo la conversación que tuvimos cuando se enteró de que contraté a un detective privado para investigar a Bryan. La reacción no podría haber sido peor. Ni la situación. No pensaba contárselo, pero me pilló de pleno. Lo recuerdo a la perfección.
Estaba en el aparcamiento de mi trabajo. Allí es donde solía ver a mi detective, como yo lo llamaba. Yo le pagaba y él me daba fotos e informes que destruía en cuanto salía del garaje para que Bryan no los viera. El último día que lo vi, pues no hubo manera de encontrar nada relevante como para continuar con la investigación, le entregaba un sobre con dinero en el preciso instante en el que entraba Max al garaje como un toro mientras yo le sonreía agradecida al hombre.
—Muchas gracias por sus servicios, aunque he de decir que no han servido para nada. Entiendo que no ha sido su culpa.
—El placer ha sido mío, señorita A…
¡Pum! Puñetazo en toda la boca y detective al suelo.
Me giré levemente para ver de quién se trataba. Cuando vi que era Max, desencajado, casi me dio un vuelco el corazón.
—Pero ¡¿qué haces?! —le chillé.
—¡¿Qué haces tú con este?! —me gritó cerca de la cara.
—Pues…, pues…
—¡¿Pues qué?! —Me miraba desesperado por una respuesta.
Tras ayudar a levantarse al pobre detective, que había caído desplomado al suelo, miré a Max. Sabía que me echaría una bronca de tres pares de narices, y así fue.
—Max, este es José, un detective privado. Estaba… —pensé mi respuesta mientras Max me escrutaba con la mirada. Sería una tontería engañarlo— pagándole sus servicios.
—¿Sus servicios… para qué? —me preguntó, arqueando una ceja.
Por un extraño motivo, bajé la mirada, avergonzada. Pero enseguida la levanté, porque no estaba haciendo nada malo.
—Quería saber quién era Bryan, aunque ha sido en vano.
Max meneó la cabeza enérgicamente de arriba abajo, con cara de pocos amigos.
—Entiendo… Váyase de aquí antes de que le deje sin un diente en la boca. ¡Ya!
El pobre detective no rechistó; se subió en su coche y se marchó a toda prisa.
No sabía dónde meterme.
Max empezó a dar vueltas de un lado a otro por el parking de la empresa. Lo escuché respirar con fuerza. Para ser más exactos, oí hasta el latir de su corazón.
—Vamos a ver, Any…
Lo interrumpí antes de que empezara a hablar:
—No eres mi padre para decirme lo que debo o no hacer.
Al ver las malas maneras en las que se lo decía, se pegó a mí y se quedó completamente a la altura de mi rostro, mirándome de manera intimidatoria. Alcé mi cabeza para mirarlo a los ojos, y en ellos solo había chispas.
—Claro que no soy tu padre, pero veo las consecuencias de lo que haces; consecuencias que tú ignoras por completo.
Enarqué una ceja y lo miré más intensamente.
—¡Ah, ¿sí?! Y, según tú, ¿qué es lo que ignoro?
—Muchas cosas de las que no tienes ni puta idea, y con esto, solo lo empeoras todo.
Ya estaba empezando a desesperarme.
—Habla claro, Max. ¿Qué se supone que empeoro?
—Te