Los secretos del libro de la naturaleza. Omraam Mikhaël Aïvanhov
éxtasis, pero sus trabajos terrestres perecen y también su cuerpo físico. Para poder desarrollarse armónicamente hay que trabajar en los dos planos.
El sol nos impide ver el resto de la creación, la cual, sin embargo, existe; en el universo encontramos incluso soles mucho más grandes y poderosos que el nuestro. El sol es necesario e indispensable, y aunque su luz nos impida ver la inmensidad, no hay que reprochárselo, porque este trabajo corresponde al intelecto. En un pasado lejano, cuando el intelecto de los seres humanos no estaba desarrollado y su conciencia tampoco estaba despierta en el plano físico, su vida era más bien psíquica, astral, habitaban en medio de los espíritus, se desdoblaban fácilmente y visitaban las regiones invisibles en las que veían las almas de los muertos y se comunicaban con ellas. Pero luego, la Inteligencia de la naturaleza decidió desarrollar el intelecto de los seres humanos, y actualmente este intelecto está tan desarrollado que la intuición, la clarividencia y el misticismo han quedado difuminados. Naturalmente algunos han conservado estas creencias, este contacto con las regiones sutiles, pero la mayoría está completamente al margen de todo ello porque trabaja mucho más con el intelecto.
Sin embargo, este intelecto que ahora ensombrece el mundo divino tiene la posibilidad de avanzar y de llegar un día a alcanzar y a unirse con la inteligencia superior, la inteligencia pura y sublime de las causas primeras. En este momento preciso, el hombre conocerá al mismo tiempo el mundo objetivo, concreto y material, y el mundo invisible, sutil, espiritual y divino. No hay que eliminar el intelecto porque de entre todas las facultades que Dios nos ha dado, ésta es precisamente la que nos permitirá reencontrarlo. Si no tuviéramos esta inteligencia, aunque sea mediocre y limitada, jamás podríamos encontrar nada.
Dios ha dado este intelecto a los seres humanos para que puedan encontrarlo; y no sería difícil si tuvieran un poco de buena voluntad. Tomemos un ejemplo: cuando se ha cometido un crimen, o unos atracadores han desvalijado un banco, la policía acude buscando indicios y tomando las huellas digitales. ¿Por qué? Sencillamente porque está absolutamente convencida de que todo acto, toda obra tiene un autor. Siguiendo el mismo razonamiento, ¿por qué los seres humanos no reconocen que si existe un universo con unas leyes, con un orden, con una armonía, es porque también hay un autor? ¡Ah, no! Cada cosa tiene su autor, pero la naturaleza con los océanos, las montañas, los soles, las constelaciones, y todos los seres vivos, no tiene autor... Como veis, éste es un razonamiento inconsistente.
No hay que subestimar el intelecto; nunca he querido disminuir su valor, sino sólo explicar cómo se manifiesta por ahora y en qué límites debe permanecer, sin desconocer su rol que es inmenso, pues gracias a él podemos descubrir al Creador, al Señor. Pero hay que obrar con lógica: si creemos que cada crimen tiene un responsable y la naturaleza toda no lo tiene, caemos en un absurdo total. ¡Para ciertas cosas las personas son incrédulas y para otras son de una credulidad impresionante! No creen en el Creador, ni en la Inteligencia cósmica, ni en el mundo divino, ni en la justicia, ni en la bondad, y sin embargo creen que cosecharán frutos sin haber plantado y sembrado nada. Si conociéramos la reencarnación y sus leyes, sabríamos que no hay que esperar, que hay que preparar el terreno para obtener lo que se pide, y que si hubiéramos trabajado en encarnaciones anteriores, tendríamos todo lo que deseamos en la vida.
Como podéis ver, los seres humanos no creen en la Inteligencia divina, pero sí en la estupidez, en el azar y en el absurdo. Algunos materialistas creen que los átomos se han armonizado entre ellos por azar, de manera que han creado cerebros inteligentes. Pero preguntad a un labrador si es el azar quien gobierna la naturaleza: os responderá que no se cosechan higos en las cepas de los viveros, ni ciruelas en los cardos. Y si sabe esto, también sabe que la inteligencia produce inteligencia, y el absurdo produce absurdo. Entonces, ¿cómo se entiende que los sabios puedan creer que un azar estúpido, insensato y caótico haya creado un mundo tan inteligentemente organizado? ¡Verdaderamente, es inaudito!
III
La alternancia del día y la noche nos enseña que el hombre debe vivir en los dos mundos, es decir, desarrollar su intelecto y distinguir bien los detalles en el plano físico, pero sin permanecer exclusivamente en dicho plano, ya que entonces nunca llegaría a ser completo al faltarle la inmensidad del corazón y del alma. El hombre sabio sabe que debe comulgar con la colectividad de las almas del universo y trabajar al mismo tiempo en el plano físico. Vive en el plano divino y en el físico al mismo tiempo; así se beneficia de la riqueza de ambos mundos. En mi opinión un materialista no es un hombre inteligente, porque no ha estudiado bien las cosas: ha contado sólo con su intelecto, y como éste es el asesino de la realidad, la verdadera realidad se le escapa.
Pero no me interpretéis mal, no quiero restarle importancia al sol. Nuestro sol está unido al sol espiritual, y a través de él podemos comunicar con este sol espiritual. Del mismo modo, nuestro sol, el intelecto, está unido al sol del plano causal, que es la sabiduría universal, el conocimiento absoluto. Así pues, nuestro sol es una etapa, una puerta, un grado. Sin embargo, no se os ocurra decir: “Si esto es así, ya no iré al sol porque oculta la realidad...” No la oculta, sólo lo hace para aquéllos que no saben ir más allá.
Si el día pone de manifiesto la importancia de la tierra, de los detalles, de lo pequeño, la noche pone de manifiesto su insignificancia. ¿Tenéis problemas, inquietudes? Contemplad las estrellas por la noche y sentiréis que, poco a poco, todo lo negativo empieza a desaparecer, que os volvéis nobles, generosos, indulgentes y que incluso os reís de las ofensas y vejaciones que os hacen. Cuando el hombre consigue desligarse de esta ínfima realidad que es la tierra y se lanza a la inmensidad, se convierte en algo grande y se fusiona con el Espíritu cósmico.
Pero, a continuación, tiene que regresar y reemprender sus tareas, ya que no puede desaparecer del todo porque debe permanecer en la tierra y cumplir con sus obligaciones. Si no disponéis de tiempo para contemplar las estrellas, cuanto menos, antes de dormiros, confiaron al Señor y decidle: “Señor, haz que comprenda y que pueda visitar los esplendores de tu Creación...” Así, durante la noche iréis muy lejos y no permaneceréis estancados en la tierra.
El hombre no está hecho para quedarse agazapado en la tierra, sino para viajar a otros planetas, a otras estrellas, pues para el alma no hay obstáculos. Evidentemente el cuerpo es demasiado denso y no puede volar por el espacio, pero para el alma no hay impedimentos, ni barreras. Para que pueda viajar sólo necesita que sus ataduras con el cuerpo no sean muy fuertes. El alma permanece prisionera y no puede emprender el vuelo si los apetitos, los deseos y las ansias la retienen al cuerpo físico.
Suponed ahora que debido a las condiciones atmosféricas desfavorables – cielo nuboso, plomizo – no llegáis a meditar. ¿Qué tenéis que hacer? Ya que las condiciones no son favorables, tenéis que variar de actividad: en lugar de mantenerla en el cerebro, en el consciente, debéis trasladarla al subconsciente. Os dejáis llevar por este océano cósmico de amor y beatitud, os entregáis a Dios confiadamente y decís: “Señor, me dejo transportar a este océano de luz, tengo confianza en Ti...” Y manteniendo sólo una ligera vigilancia en el intelecto para evitar que nada malo se introduzca en él, os abandonáis, nadáis en un océano de alegría y experimentáis la beatitud. En días parecidos esto es lo que hay que hacer, no dormirse, sólo dejarse arrullar, pero vigilando de vez en cuando lo que pasa en nuestro interior, sin pensar en nada.
Está dicho en los Libros sagrados que aquél que consigue detener el pensamiento saboreará la beatitud y la inmortalidad. Saber interrumpir el pensamiento es la cosa más difícil de todas. Ciertamente es muy difícil conseguir simultáneamente el silencio total en la cabeza y permanecer alerta; no pensar en nada pero sin llegar a dormirse; sentir solamente sin pensar. Sentimos y comprendemos al mismo tiempo y no sabemos bien cómo y por qué, pero comprobamos que no es por medio del cerebro. Este no es el único órgano capaz de comprensión. Los fisiólogos quizás no lo hayan descubierto todavía, pero yo os digo que el cerebro que conocemos no es el único órgano excepcionalmente preparado para comprender; existen otros.
Si comparáis el plexo solar y el cerebro, comprobaréis que están formados por la misma materia gris y blanca, pero dispuestos a la inversa: en el cerebro la materia gris está en la superficie y la blanca en la parte interna, mientras que en el plexo solar es al revés. Gracias a la materia gris el hombre comprende