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pensamiento, no solo para provocar determinadas enfermedades y trastornos orgánicos, sino también en la curación de estos.

      Pocas semanas antes de escribir este libro, un vecino mío vino a explicarme cómo le habían desaparecido sus verrugas. Estaba internado en un hospital y había salido al corredor en donde se encontró con otro convaleciente que estaba charlando con un amigo. Este le decía al otro: “¿De manera que quiere librarse de las verrugas que tiene en las manos? Bueno, pues déjeme que las cuente y enseguida desaparecerán”. Mi vecino me contó que se quedó mirando al desconocido durante unos momentos y que luego le dijo: “Puesto que está en eso, ¿no quisiera contar también mis verrugas?”. El hombre accedió y mi vecino se olvidó del asunto hasta que, al día siguiente, al mirarse las manos, advirtió que las verrugas habían desaparecido.

      Yo referí esta historia a un grupo de doctores expertos en la cuestión, y uno de ellos, íntimo amigo mío, famoso especialista, vociferó diciendo: “¡Absurdo!”. No obstante, frente a él estaba sentado otro doctor, profesor de una facultad de medicina, quien vino en mi ayuda diciendo que había numerosos casos de curación de las verrugas por sugestión debidamente comprobados por la ciencia.

      Aunque me sentí tentado a preguntar si alguno de ellos sabía que, en enero de 1945, la Facultad de Medicina de la Universidad de Columbia había creado la primera clínica de medicina psicoanalista y psicosomática del país, con el propósito de estudiar la mente subconsciente y las relaciones entre el espíritu y el cuerpo, guardé silencio, pues eran demasiado escépticos en conjunto para mantener una discusión frente a todos ellos. Con todo, estaba seguro de que muy pocos de ellos recordaban que, varios años atrás, las revistas informaron cómo Heim, un geólogo suizo, había logrado suprimir las verrugas por mera sugestión, citando asimismo el procedimiento del profesor Block, otro especialista suizo que empleaba efectivamente la psicología y la sugestión con el mismo propósito.

      Con posterioridad a la mencionada conversación, han sido muy difundidos los hallazgos del doctor Frederick Kalz, notable autoridad médica canadiense, quien afirma rotundamente que la sugestión llega en algunos casos a curar verrugas de tipo infeccioso provocadas por virus. En un artículo publicado en el “Canadian Medical Association Journal”, en 1945, el doctor Kalz dice:

      En todos los países del mundo se conocen ciertos procedimientos ‘mágicos’ para curar las verrugas... los cuales van desde cubrirlas con tela de araña hasta enterrar huevos en un cruce de caminos durante la luna llena. Todos esos procedimientos mágicos son eficaces si el paciente cree en ellos.

      Al referirse al tratamiento de ciertas enfermedades de la piel, expresa: “Frecuentemente, he prescrito un ungüento para aplicarlo mientras se pronuncian ciertas palabras mágicas, cosa que no solo me ha dado resultado a mí, sino también a otros médicos, provocando rápidas curaciones”. Él destaca también que la sugestión opera en la terapia de los rayos X, que cura incluso cuando el especialista no le da energía al aparato. Los experimentos realizados con sesiones simuladas de rayos X permitieron confirmar esta observación. En los trabajos efectuados sobre el particular por el doctor Kalz hallamos ejemplos del poder mágico del pensamiento, el cual logra curar verrugas y enfermedades de la piel, entre otras, por la sola fuerza de la sugestión.

      En otra ocasión, charlábamos mis amigos médicos y yo en torno al problema de la telepatía, y yo les dije que nuestros mejores eruditos y hombres de ciencia creían en ella, mencionando además el nombre del doctor Alexis Carrel, miembro emérito del Instituto Rockefeller. Carrel no solo creía en la telepatía, sino que afirmaba la existencia de pruebas científicas definitivas sobre la capacidad humana para transmitir su pensamiento a otros cerebros, incluso a grandes distancias.

      “¡Oh! Carrel es simplemente un viejo víctima de la sensibilidad”, exclamó uno de los especialistas que tomaba parte en el debate. Sin embargo, él fue un médico ampliamente conocido en todos los Estados Unidos.

      Lo miré con asombro, pues las ideas mencionadas fueron expuestas por Carrel en un libro notable, La incógnita del hombre, publicado en 1935, fecha en la que ya Carrel estaba considerado como uno de los hombres de ciencia e investigadores más destacados del mundo. No está de más recordar que recibió el Premio Nobel de la Paz por sus trabajos científicos.

      No es que yo trate de formular críticas a los miembros de la profesión médica. Al contrario, sé que la mayoría de sus miembros generalmente son capacitados, competentes y facultativos de una amplia mentalidad. Un buen número de ellos son buenos amigos míos. Sin embargo, he relatado lo anterior para destacar el hecho de que algunos médicos, particularmente aquellos que restringen sus estudios al campo de alguna especialidad, se niegan a admitir cualquier cosa que no se halle comprendida en la formación que adquirieron en su juventud o en sus polarizados dogmas. Esta actitud no se halla solamente en médicos, pues hay incontables especialistas de otras actividades, sin excluir a los hombres de negocios, que saben muy poco acerca de las ciencias que no estén relacionadas con su esfera de acción, y cuyas mentes se resisten a admitir cualquier conocimiento que esté por fuera del marco de su limitado entendimiento. Muchas veces he ofrecido libros de selectos conocimientos a muchas personas de las que he obtenido una respuesta casi invariable después de informarles sobre su excelente contenido: que no les interesa.

      Esa es la paradoja. Muchas personas aparentemente cultivadas intelectualmente condenan las ideas sobre el gran poder del pensamiento y no harán el menor esfuerzo para informarse sobre esta materia. Y, sin embargo, todas ellas han hecho y hacen un uso subconsciente de dicha facultad. Por otra parte, hay mucha gente que solo cree lo que desea creer o aquellas cosas que encajan dentro de su restringido esquema, y rechazan todo lo que parezca oponerse a sus conceptos. Casi todos los grandes hombres cuyas ideas dieron origen al desarrollo de la civilización en la que hoy vivimos fueron perseguidos, atacados e incluso crucificados por quienes ignoraban sus respectivas épocas. Mientras escribo este libro, tengo presentes las palabras de Marie Corelli, la novelista inglesa que alcanzó fama en el siglo XIX:

      La mera idea de que cualquier criatura (humana) pueda ser lo bastante afortunada para lograr determinada superioridad sobre los demás, pese a la indolencia e indiferencia generales, basta para excitar la envidia de los mediocres o la cólera de los ignorantes... Es imposible que los mediocres y los ignorantes logren penetrar o comprender la naturaleza místico-espiritual del mundo que los rodea, por lo cual todas las enseñanzas de los principios sobre la naturaleza espiritual del universo serán un libro cerrado para ellos; libro, además, que muy rara vez se atreven a abrir ni a leer. Por esa razón, los sabios han ocultado la mayor parte de sus profundos conocimientos al público, porque con justeza reconocieron en este las limitaciones de sus estrechas mentalidades y los absurdos conceptos de sus prejuicios... El necio suele reírse de lo que no logra comprender, creyendo ingenuamente que, con su burla, demuestra alguna superioridad, en lugar de advertir que con ella solo descubre su insolente estupidez.

      Sin embargo, en la actualidad hay grandes investigadores y pensadores de talla mundial que discuten libremente sus estudios y los resultados de sus experiencias sobre estos temas. Charles P. Steinmetz, prestigioso ingeniero de la compañía General Electric, declaró poco antes de morir: “Los progresos más importantes que se harán en los próximos cincuenta años serán los relativos al mundo del espíritu y del pensamiento”. Y el doctor Robert Gault, profesor de Psicología de la Northwestern University, formuló no hace mucho el siguiente enunciado: “Nos hallamos a punto de traspasar con nuestros conocimientos el umbral de los latentes poderes psíquicos del hombre”.

      Mucho se ha escrito y dicho sobre las fuerzas espirituales, los poderes desconocidos del ocultismo, la metafísica, la física mental, la psicología, la magia y temas afines que hacen pensar a muchos estudiosos que pertenecemos al reino de lo sobrenatural. Tal vez sea cierto eso, pero mi teoría personal es que la única explicación sobre todos estos poderes queda supeditada al siguiente principio: que solamente la fe, las creencias o las convicciones convierten estos poderes en realidades.

      Durante los muchos años que llevo dando conferencias en clubes, organizaciones comerciales y ante los micrófonos de la radio para instruir a millares de personas sobre esta ciencia, he sido testigo de innumerables resultados que pueden considerarse fenómenos maravillosos.

      Y como


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