El evangelio encarnado en la realidad. Pedro Trigo

El evangelio encarnado en la realidad - Pedro Trigo


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verídica y certera, porque justamente al leer sus cartas advierte que estamos frente a “un hombre de una sola pieza”.

      Sus cartas, advierte Trigo, hablan poco de Dios y de temas espirituales; la mayoría de ellas se refieren a las necesidades de su gente, son pedidos que procuran una vida más digna para su pueblo: caminos, acequias, ferrocarriles, escuelas, iglesias, lo cual no lo hace un hombre poco espiritual, al contrario, vislumbra a un hombre “evangélico”, un olvidado de sí, con los pies tocando la realidad y con la cristianísima obsesión de que su rebaño tenga una vida más linda. Brochero escribe desde el corazón de su gente, “implicado en lo que trata, entregado a la obra, de cuerpo entero, aún en lo que puede parecer más polémico o apasionado o caprichoso”.

      Lo humano en Brochero es medular y es desbordante: en sus cartas menciona agradecido a sus colaboradores y benefactores, reconoce humildemente sus yerros, se defiende a sí mismo cuando le levantan juicios falsos, así como un día Jesús preguntó al que injustamente lo golpeaba ¿por qué me pegas?, embreta sin ningún empacho a las autoridades cuando tiene que negociar beneficios para su pueblo, es implacable e irónico cuando tiene que reclamar para los suyos justicia, consuela a los heridos, anima a los desesperanzados, empuja a los pusilánimes.

      Trigo recorre la variada gama de cartas del cura ponderando y describiendo el estilo de quien llama las cosas por su nombre, con una franqueza que sorprende, sin adornos ni vueltas, de quien se dirige al corazón, habla su lenguaje franco y campechano porque siente como ellos: cartas “duras”, interpelantes a las autoridades eclesiásticas y civiles, a “los que puedan hacer algo por mejorar las condiciones de vida de su gente”, cartas abiertas a los diarios para dar a conocer las riquezas de su zona, cartas de amistad, de una amistad que muchas veces iba a contramano del sentir de la sociedad, por lo tanto tienen una finalidad movilizadora, propio de lo evangélico: al malquerido Santos Guayama lo tratará de “mi amigo”, y a los presos, lacra de la sociedad en el sentir de muchos, y para quienes intenta un indulto encabeza su carta diciéndoles: “A mis queridos hijos espirituales”.

      Cartas llenas de ternura y reconocimiento como la que describe a Rita, una segunda madre, a quien le agradece “los mil cariños maternales que me dispensó desde el día que me conoció… era otra madre mía que me engendró con sus bondades y virtudes”. Cartas telegráficas de mucha firmeza como se lo expresa a quien lo está proponiendo para obispo: “Agradezco voluntad suya, no felicitación. Soy idiota, sin tino, sin virtudes. Influya no aparezca en terna”.

      Sea cual sea el tono y la finalidad, la opción de fondo que guía su lenguaje es la de “ser entendido por su gente”. Decía en expresión de San Agustín que prefería ser entendido, antes que pasar por erudito y que no lo entiendan.

      “Todos sienten –nos dice Trigo– con una alegría vivísima que el mensaje se encarna en su mundo, como que Dios a través del cura, les habla desde su vida misma; que Dios no es el de la institución eclesiástica, evocado por palabras que nunca usan ellos, que casi no las entienden y que en todo caso les resultan lejanas, abstractas y no motivadoras. Por eso, sus expresiones ruedan de mano en mano, se festejan y se graban en la mente y corazones y actúan como levadura”.

      Guiados por el autor y fieles a su intención al regalarnos estas páginas, dejémonos decir por el Cura Brochero, festejemos sus palabras y que ellas se graben en nuestros corazones. Ese será el mejor homenaje que podamos brindarle a tan grande maestro espiritual.

      Ángel Rossi, sj

      Este libro no lo ha escrito el cura Brochero; lo he escrito yo. En este sentido no es una autobiografía. Pero me he atrevido a subtitularlo autobiografía epistolar porque cuando comencé a leer las cartas de Brochero no conocía nada de él y hasta el día de hoy no he leído nada escrito por otros acerca de él. Por eso, no tenía ninguna hipótesis sobre él, ninguna imagen preconcebida. Traté de ponerme en una actitud perceptiva para recibir lo que el cura Brochero iba diciendo de sí, de manera que él mismo, a través de ese dar cuenta de sí que son sus cartas, fuera componiendo su propia imagen. En este sentido, es autobiografía. Y lo es porque no he contrastado su percepción con la de otros protagonistas. Me atengo en todo caso a su propia versión de los hechos y de su persona. En este sentido, creo que bastante denso y genuino, es autorretrato epistolar.

      Lo titulo “el evangelio encarnado en la realidad” porque su voluntad de realidad, su honradez con la realidad y su empeño porque la realidad dé de sí, desde sí misma, estimulando sus dinamismos más genuinos, es lo que define su espiritualidad. Y menciono al evangelio porque él y no un cuerpo doctrinal eclesiástico es el que tiene la voz cantante. En este sentido me parece que él hace en su época y circunstancia local lo equivalente de lo que Jesús hizo en la suya. Jesús se autodefine como la luz del mundo y por eso afirma que “quien me sigue no caminará en tinieblas sino que tendrá la luz de la vida”. No se camina a la luz de una doctrina. Se sigue a una persona, un seguimiento espiritual: con el Espíritu de Jesús. Pues bien, la vida que sale de ese seguimiento es la que arroja luz y sentido. Lo primero es la vida en seguimiento y luego la luz: la luz sale de la vida; más aún, es la luz de la vida. Sin vida no hay luz, son puros conceptos vacíos.

      El cura Brochero es un hombre de la Biblia; es muy significativo que poseía un ejemplar de la primera edición católica en castellano, y más concreto un hombre de los evangelios, por eso su insistencia en los Ejercicio Espirituales, que en su mayor parte son contemplaciones de la vida de Jesús para seguirlo. Pues bien, lo característico de él es que todo va saliendo de su seguimiento situado, de la pregunta de qué hacer para que aquellos de los que él tiene cuidado (siempre es el cura Brochero) tengan vida y vida en abundancia. La inscripción en la medalla que le dieron como homenaje cuando dejó el curato sintetiza esta tarea: evangelio, escuelas caminos. El evangelio es la inspiración de todo, su motor, un motor personal, una narración abierta, la relación con una persona que es la fuente de su identidad y de su vida. Las escuelas y los caminos, dos concreciones paradigmáticas.

      Conozco a Gabriel Brochero exclusivamente a través del estudio de sus cartas. Como se verá, el que ofrezco es un análisis parcial. Sin embargo, tal como es el personaje, un hombre de una sola pieza, estimo que, aunque deje fuera muchísimos datos de su vida, la mayoría, e incluso aspectos enteros de él, este estudio sí puede darnos una imagen verídica, incluso muy significativa y fundamentalmente certera de su autor.

      Hace años, estuve dictando durante casi tres lustros un curso sobre pensamiento latinoamericano en la Universidad Católica Andrés Bello, de Caracas, y continúo dictando, desde principios de la década de 1980, Historia de la Iglesia en América Latina en la Facultad de Teología; antes dediqué veinte años a crítica literaria latinoamericana, por lo que algo he podido contextualizar y sopesar las cartas.

      El lector podrá notar que las cartas me han impresionado por su reciedumbre humana y densidad cristiana, y, por eso, forman parte del curso Maestros de Espiritualidad en América Latina en el postgrado de Teología Espiritual.

      Espero que este trabajo sobre las cartas aproveche a quienes lo lean, como estas me han aprovechado a mí.

       1.1. Cartas sobre gestiones

      Como punto previo hay que hacer notar que estas cartas cubren solo un aspecto de su actividad: lo relativo a gestiones, tanto de la parroquia a la que sirvió como cura párroco, como del colegio internado para muchachas que fundó, como, más aún, de asuntos relativos al progreso de la gente de su curato, y también de asuntos personales. Bastantes son respuestas a peticiones burocráticas hechas por las instancias pertinentes; otras muchas, gestiones suyas ante las autoridades, los políticos o gente influyente, para obtener su respaldo para las obras emprendidas o para que se emprendieran; no pocas están dirigidas a los encargados de las obras y tocan asuntos relativos a su marcha; otras son saludos, noticias y encargos a familiares o amigos. Hay muy pocas relativas a la marcha del trabajo pastoral, tanto sobre la atención al centro parroquial o a las capellanías y la visita a los enfermos, como sobre la marcha de los


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