La Argentina después de la tormenta. Francisco de Santibañes
“que han hecho grandes tareas en el pasado y que harán aún más en el futuro”. No es casualidad que en los Estados Unidos se celebre el “sueño estadounidense” y que las autoridades chinas promuevan activamente el surgimiento de un “sueño chino”. ¿Cuál debería ser, podemos preguntarnos, el sueño que logre unir a los argentinos?
Resultará difícil avanzar en la construcción de estos lazos si las concepciones que terminan imponiéndose son aquellas que ven en la sociedad una mera suma de individuos sin nada que los una, o un escenario donde debe producirse una lucha de clases. Por el contrario, estas visiones tienden a incrementar aún más la anomia social y las divisiones.
Es muy probable que la ola nacionalista que está atravesando el mundo llegue a la Argentina. Como país, no poseemos ninguna característica particular que nos haga pensar que podríamos quedar marginados de un fenómeno global. Es importante entonces que cuando este sentimiento surja, sepamos canalizarlo de una manera constructiva; que esta ola derive en un patriotismo que ayude a fortalecer nuestra sociedad y no en un nacionalismo xenófobo que incremente aún más nuestras divisiones y nos termine enfrentando, de manera innecesaria, con otras naciones. Esto requerirá de una dirigencia –políticos, empresarios, intelectuales, etc.– que esté a la altura del desafío.
La revolución silenciosa
Una revolución silenciosa está teniendo lugar en América Latina. En los últimos años, el movimiento evangélico no solo ha crecido en cantidad de fieles sino que también ha comenzado a participar activamente de la vida política. Como veremos a continuación, los efectos de este proceso son profundos.
Quizá la primera señal del fenómeno se observó en Colombia. En el plebiscito de 2016, los evangélicos jugaron un rol central en el rechazo al tratado de paz firmado por el entonces presidente Juan Manuel Santos y las FARC. Dos años más tarde, la candidatura presidencial del evangélico Carlos Alvarado también causaría sorpresa en Costa Rica. Su campaña se basó en la oposición a un pedido de la Corte Interamericana de Derechos Humanos para que su país legalizara el matrimonio homosexual. Alvarado, un excantante de música cristiana, ganó en primera vuelta, pero luego perdió en el balotaje.
Sin embargo, el evento que dejó en claro la magnitud del fenómeno fue el triunfo de Jair Bolsonaro en las elecciones presidenciales del Brasil. Los evangélicos fueron y continúan siendo una de las principales fuentes de apoyo con las que cuenta el presidente. Entonces, no debe extrañarnos que el Gobierno de Bolsonaro apoye con énfasis la agenda social y económica que promueve un grupo religioso que ya representa a aproximadamente al 30 % de los brasileños. Bolsonaro es, en definitiva, el producto de una sociedad que con el correr del tiempo se volvió más evangélica.
Pero este no es un fenómeno nuevo. El ascenso al poder del movimiento conservador en los Estados Unidos a partir de los años 80 se explica, en parte, debido a la participación de los evangélicos en la política. Desilusionados con la presidencia del demócrata James Carter, los evangélicos pasaron a militar activamente dentro del Partido Republicano. De esta manera, y gracias al liderazgo de Ronald Reagan, movieron al partido hacia la derecha, abandonando así las posiciones moderadas que caracterizaron a las élites de la costa este de ese país. Y este nivel de influencia continúa, ya que los evangélicos, que representan una cuarta parte de la población estadounidense, son la principal base de apoyo electoral con la que contó Trump.
¿Qué principios defienden? En el plano económico, la mayoría de los evangélicos (que en América Latina son en su mayoría pentecostales y neopentecostales) promueven el capitalismo y la noción de que de la pobreza se sale, principalmente, a través del esfuerzo individual. En lo concerniente a la cultura, defienden a la familia y a valores tradicionales, y se oponen a la agenda progresista en discusiones sobre el aborto, género y el matrimonio homosexual. Otro de los temas centrales que suelen encontrarse en sus discursos es la oposición a la corrupción que, consideran, prevalece en muchas élites políticas.
Un punto clave para entender el ascenso de los evangélicos es que su poder no se explica solo por la cantidad de fieles que tienen sino por su cohesión ideológica y capacidad organizativa. A diferencia de lo que ocurre con la Iglesia católica, sus pastores tienen total libertad para apoyar al candidato que quieran. Tampoco deben enfrentar el tipo de restricciones que la ley electoral les impone a los partidos políticos durante las campañas. Por último, varias iglesias cuentan con sus propios medios de comunicación, lo cual les permite no solo comunicarse con sus seguidores sino también participar del debate público. Todo esto ha llevado a que, en varios países de la región, se haya vuelto muy difícil ganar una elección (municipal, legislativa e incluso nacional) sin contar con su apoyo.
Pero más allá de las cuestiones organizativas, quizá la mayor ventaja que tienen los evangélicos a la hora de hacer política es su fervor. No encontramos en ellos la falta de convencimiento y empatía social que históricamente ha caracterizado a muchos políticos de la derecha latinoamericana. Su militancia en todos los sectores de la sociedad es, en este sentido, una novedad.
¿Llegará este fenómeno a la Argentina? Si bien los evangélicos representan tan “solo” el 15 % de la población argentina, es probable que reformas progresistas como la legalización del aborto terminen movilizando a este sector y promuevan una alianza entre ellos y los sectores conservadores de la Iglesia católica. Un buen ejemplo de este tipo de alianza se observó en Bolivia, donde dirigentes católicos como Jeanine Áñez y Fernando Camacho utilizaron una retórica evangélica. Recordemos que al tomar posesión de la presidencia interina de Bolivia, Áñez declaró: “La Biblia vuelve al palacio”, mientras que el discurso de Camacho se basó en la defensa de los valores cristianos. Otro pilar de su retórica, al igual que ocurre con Bolsonaro, era la necesidad de “restablecer” la “ley y el orden”.
Podemos concluir que el principal efecto político que el movimiento evangélico está produciendo en la región es impulsar la transformación de la derecha latinoamericana. Efectivamente, al proveerle en la religión un nuevo mito movilizador, la está moviendo del campo liberal al conservador popular. Esta es una de las tantas sorpresas que nos da un mundo en transformación.
2- Vértice de Ideas, Grupo Editorial Deldragón, Buenos Aires, 2019.
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