Voces al margen: mujeres en la filosofía, la cultura y el arte. Diana Erika Ibarra Soto
relación’, aunque esté en tensión con ella también” (1998: 4). Empezamos a ver que en la historia de Psique no todos son desaciertos, o al menos, continuando con la idea de Giddens, hay elementos de tensión. El amor de Psique es libre, se da por que se quiere, no se obliga. Quizá Psique entra a la morada de Eros taciturna o temerosa, fruto de un sacrificio aceptado por su padre, pero permanece ahí por decisión y se enamora, tan genuino es el sentimiento, que estará dispuesta a perder la propia vida con tal de mantenerle. Tensiones, pues esa misma libertad, la condena.
Él proveedor, ella una bella esposa obediente
Eros es el esposo de Psique, pero fruto de una autocensura, el dios reserva para sí su identidad. No se explicitan en el mito las razones de tal secreto, antes bien podemos encontrar buen número de ejemplos en donde las y los dioses grecolatinos se unen a mortales. Pero quizá por la desobediencia a su madre, Venus, o por el temor de no ser querido por sí, sino en cuanto a Dios. Eros solamente visita a su esposa en la noche, sin luz. Su nombre y apariencia permanecen ocultos. Por otra parte, otorga múltiples bienes a su reciente acompañante. Comida, joyas, vestidos, incluso una servidumbre intangible que cuidan y consienten los deseos de su joven princesa. La belleza de Psique se asocia con el merecimiento de estos bienes. Al punto de afirmar: “Si algo falta allí es porque no existe” (Alpuleyo, V, 2). Lo tiene todo, le dan todo. Pero Eros no está, sale y a lo largo de esta etapa del mito permanece en el anonimato. Sólo visita de noche a su esposa dispuesta. Entrelazan sus cuerpos, pero no hay un intercambio de opiniones. La vida de Eros está afuera, ella no sabe nada de sus quehaceres, sólo le toca estar pendiente para él y satisfacerle cuando llegue. Lo público no es de su incumbencia, ella debe permanecer en el ámbito privado de una manera feliz y atenta a las necesidades y disposiciones de su esposo, quien le exige la más absoluta discreción de su identidad. Apuleyo afirma: “Sería una curiosidad sacrílega, que echaría a perder tantos motivos de felicidad y la privaría para siempre de sus abrazos” (V, 6). Por lo que a Psique se refiere, Eros bien podría ser narco,[7] la inunda de bienes, pero ella no sabe nada de él y más le vale no preguntar. En el mito esto no sorprende, es lo que se espera por la cultura en la que está escrito. No obstante, en nuestro momento, bien cabría preguntar si ante un esquema tradicional en el matrimonio donde el hombre es el proveedor, cuántas mujeres podrían afirmar que conocen a cabalidad qué es lo que hace su marido y de dónde sale todo aquello material que la circunda. En muchas ocasiones no se sabe, o incluso aún, no se quiere saber. La relación de verticalidad en cuanto al manejo de bienes y en lo económico impone una dinámica de sumisión que exige obediencia: “Si te gusta, no preguntes”, “calladita te ves mas bonita”, o como elegantemente, pero con igual desatino lo diría Aristóteles: “El silencio es un adorno de la mujer” (Aristóteles, Política, 1260a).
Eros al ser un dios o un ente masculino en la esfera pública, sabe lo que pasa fuera de ese “nido de amor”. Las hermanas de Psique la quieren embaucar para trastocar su feliz estado. Ante esta situación Eros la advierte. Si bien las palabras que elige Eros son de amabilidad como “consejo”, sin embargo, en la traducción al español se distinguen, “instruye”, y ella “suplica”, “arranca consentimiento”, lo que ratifica orden vertical en la pareja.
Pese a las advertencias de su marido (recordemos que es Apuleyo quien escribe, no Psique), Psique, fruto de los decires de sus hermanas, falta al convenio establecido por su esposo. Sus hermanas le han dicho que su esposo es un monstruo que la devorará. Siguiendo las estratagemas sugeridas, la heroína de la historia prepara una lámpara y una daga para dar muerte a la abusiva criatura que la ha raptado. Una vez más esta masculinidad poseedora es un monstruo, una bestia insaciable, que devora para reconfigurarse en un futuro momento salvador (Bacchilega, 2010).[8] Conozco mujeres que siguen afirmando: “Los hombres sólo quieren una cosa, y cuando lo obtienen se van”. Qué pobre visión de la masculinidad, se les niega razón, autodominio y conciencia.
Más tarde en el mito, al encontrarse Venus con Ceres y Juno, reclama su ayuda para castigar a la joven amante. Ellas dicen, aludiendo a la juventud de su hijo Eros, que tal hermosura motiva a que entienda la necesidad del amor, e incluso preguntan:
¿Qué dios, qué mortal podría tolerar que tú sigas sembrando pasiones por el mundo cuando en tu propia casa prohíbes el amor a los Amores y les cierras una escuela que está abierta para todos: la del mundo femenino y sus debilidades (Alpuleyo, V, 31).
Esas debilidades son condición humana, no femenina, pero tal pareciera que el sexo masculino, dioses y hombres, no pueden más que caer ante la pasión de una mujer hermosa. Piénsese en la violencia que esto supone. Por una parte, asigna bestialidad a los hombres al ser incapaces de contenerse, fruto de la belleza contemplada, por otra impone un ideal de belleza, ligando la realización en cuanto a mujer, a ella, no da espacio a las variantes de edad, condición de salud o física.
Lo grave en este sentido es que si los hombres, en este caso el dios, son incontrolables bestias que obedecen sus instintos, entonces no son responsables de los actos que comenten en ese estado. El “crimen por honor”, el “estado temporal de locura”, la interpretación animalista del instituto sexual excusa los crímenes sexuales, como el rapto, la violación o el acoso aludiendo falsamente a una naturaleza masculina incontrolable. No, los hombres pueden y deben contenerse, son tan racionales como las mujeres, o pasionales, según se quiera ver. Razón y pasión juegan en lo humano, pero es precisamente lo humano lo que permite el juego entre ambas potencias y no la rendición de lo uno a lo otro.
En la historia Eros tiene razón, Psique se equivoca y lo paga con creces, no debió de haber roto el trato con su esposo. Eros no es un monstruo, es un dios hermoso y joven. Psique se enamora del amor (Alpuleyo, V, 23). Ante su incredulidad y búsqueda de afirmación acerca la lámpara que tiene en la mano y una gota de aceite cae sobre el cuerpo de Eros. Stilla Olei Ardentis, la indiscreta delatora de su transgresión. Eros, al verse expuesto, guarda silencio y emprende el vuelo. Más tarde viene el reclamo, se acerca y espeta: “Pero tus insignes asesoras me van a pagar en seguida el precio de sus perniciosas lecciones. En cuanto a ti, me daré por satisfecho con dejarte” (Alpuleyo, V, 24).
El suicidio por amor: with or without you
Ante el abandono, Psique decide por la muerte, no le importa la vida que lleva en el vientre ni la angustia de sus padres: “Psique corrió hacia el río inmediato y se tiró al agua de cabeza” (Alpuleyo, V, 25). La princesa no tiene un plan de vida propia lejos de ser la “esposa de”. Este evento, precedido de las lagrimas que derramaba ante la falta de pareja nos lleva a la hipótesis de si sería lo mismo “este” que “aquel”. “Este” era un dios, lo que quizá agrava la pena, pero lo cierto es que Psique no sabe estar sola. Se hace cargo de su error al traicionar la palabra dada, pero eso también lleva la atención de si así se debe obedecer cualquier cosa por amor. El motivo de la duda tenía fundamentos, ella no conocía la cara de su marido ni su identidad. Su disposición se esperaba que fuera absoluta, no questions ask. La expresión “el amor es ciego” cobra un nuevo significado, Psique no había visto a su amante esposo. ¿Realmente no tenía que haberle visto? ¿No tenía que preguntar más datos sobre él? ¿No tenía el derecho se saber con quién tenía sexo para ejercer un consentimiento real? ¿Es acaso la desobediencia de Psique el gran error que comete en el mito? Quizá sea la moraleja de Apuleyo, pero yo lo leo de un modo distinto: es gracias a la desobediencia que, no lo niego, por medio de un doloroso camino, Psique puede alcanzar la inmortalidad, una que involucre la conciencia de lo que implica amar y a quién se ama. La inmortalidad se la gana ella, no sólo es una dádiva por intervención de Eros. Si fuera así, ¿por qué no dársela desde el primer momento? Pero para este punto tuvo que pasar un camino arduo.
El amor duele
“Impaciencia, indecisión, audacia, inquietud, desconfianza, cólera y, lo que es el colmo, odia al monstruo y ama al marido, aunque constituyen la misma unidad física” (Alpuleyo, V, 21). Así es como describe Apuleyo el estado de Psique al no saber quién era su marido. La tortura interna, la autorrecriminación se abren puerta en el mito después, en la soledad. La desazón en el amor, el querer y odiar al mismo tiempo a una mítica figura, ya sea producto de una idea fantasmática, ya sea por inconsistencia en el actuar. Psique no sabía quién era su marido, quizá lo idealizaba y la