Voces al margen: mujeres en la filosofía, la cultura y el arte. Diana Erika Ibarra Soto
Entre mujeres hay dinámicas sociales que suscriben ese telón de fondo. La belleza no se comparte, no sólo en ocasiones falta un reconocimiento a la diversidad que puede suponer una afirmación de belleza reproduciendo clichés y estereotipos de quien recibe el apelativo, generando clones estéticos con los mismos parámetros: narices afiladas, pieles blanqueadas con cosméticos o filtros, sino que se busca competir en belleza en las mismas fiestas, con las mismas personas. Al recibir la valía sólo por la belleza, la dinámica entre mujeres pueda caer en comportamientos de sabotaje que llevan consigo el sentimiento de envidia y amenaza al autorreconocimiento. Argumentos baratos de propuestas de series juveniles en donde la “chica popular” debe mantener su “reinado”, proteger su reputación de “diosa” es lo esperado. Lo que existe detrás es una inseguridad de fondo —si alguien más es “adorada”, entonces no lo podré ser yo—. Nada más alejado de un ánimo sororal, y de un reconocimiento de la diversidad en las categorías de belleza. Esta visión sesgada lastima las relaciones humanas y entre mujeres.
Esta reacción de envidia en el mito no sólo la detenta Venus, sino las hermanas de Psique cuando en el mito descubren que su hermana vive en esplendor; rabiosas tergiversan las atenciones recibidas por su hermana leyéndolas en términos de pretensión, al punto de desear su muerte y proclamar: “Hay que ver lo ciega, lo cruel, lo injusta que eres, Fortuna” (Alpuleyo, V, 9). Los seres humanos nos comparamos, el éxito no lo sería, si no hubiera una competencia. El imaginario que liga la belleza con un éxito percibido como inmerecido es frecuente. Las hermanas de Psique comparan el matrimonio de su bella hermana con los propios: una está casada con un calvo, la otra con un viejo arrugado. Hay que recordar que el matrimonio tanto en Grecia como en Roma no es opcional, es un deber para el Estado, en la primera, y un honor para la familia, en segunda. Las mujeres deben ser entregadas en matrimonio o de lo contrario la ciudad debe atribuirles un guardián (Aristóteles, Política, 1322b 50), y en los romanos las mujeres y su fertilidad son señal de honor, no sólo personal, sino familiar. Conseguir un buen matrimonio es prioritario. Por ello el que Psique lo haya conseguido sólo por ser bella es percibido con resentimiento, incluso por sus hermanas, que llegan a afirmar: “Renuncio a mi condición de mujer, renunció a la misma vida, si no la derribo de tan opulenta posición” (Alpuleyo, V, 10). En algún punto del mito, la aconsejan mal, sembrando en ella la duda de quién en su marido, sabiendo que están poniendo su suerte en juego. Esto reafirma otro estereotipo, presente incluso en las hermanastras de Cenicienta.
El amor como estrategia de sometimiento
Ante la amenaza percibida por el derrocamiento, Venus solicita la ayuda de su hijo Eros, rogándole provocar que Psique caiga enamorada del “ser más abyecto”. Actitud rutinaria, el deseo mal intencionado de la desventura ajena fruto de la envidia previa. Estas no son actitudes encomiables y virtuosas. Sin embargo, son normalizadas en los culebrones televisivos y digitales. Así sea Gossip Girl (2007), Friends (1994), Elite (2018), Skins (2007) o la Rosa de Guadalupe (2008), lo cierto es que se sigue reafirmando la figura de esas Venus que fruto de le envidia buscan trastocar la fortuna de la “competencia”. Esto recuerda la frase nietzscheana: “Ver sufrir sienta bien, hacer sufrir todavía mejor” (Nietzsche, 2006: 109). El infortunio provocado a Psique será un gozo para Venus, la sonrisa malvada de la madrastra de Blanca Nieves con la que exige que la lleven al bosque y le arranquen el corazón, sólo por ser “la más bonita”, consistente con una lógica nihilista y oportunista. La belleza sería una característica que no requiere virtud moral, y que más le vale aprovechar el presente, pues se acaba con el tiempo.
El matrimonio como finalidad
Sin embargo, Psique, aun con su hermosura, no ha sido prometida en matrimonio, “doncella condenada a la soltería, se queda en casa llorando su abandono y soledad” (Alpuleyo, IV, 32). El estereotipo de la mujer pasiva pendiente de ser afirmada por el matrimonio es y ha sido un prejuicio recurrente. Apuleyo así la retrata. La mujer espera el matrimonio y su propósito de vida se cumple con esta unión. No hay una misión propia, un plan de vida, un objetivo personal, sino que se está a merced de la voluntad de un tercero.
Este creo que ha sido uno de los grandes cambios de nuestra época. Las mujeres tenemos sentido más allá de un contrato de reproducción. No, el matrimonio no es un error. A diferencia de la interpretación de Simone de Beauvoir, Shulmith Firestone o Betty Friedan, el matrimonio es una legitima vocación de vida, pero no es la única. Quizá ahora estemos presenciando la posición contraria del péndulo y el matrimonio o la maternidad son vistos como limitantes, frutos de una tradición patriarcal, lo cual tampoco tendría que ser cierto, pero ante la innegable estrechez de miras que condena al llanto a aquella que no es afirmada por una pareja, se entiende la rebelión. Hay que reflexionar si esa dinámica no es vigente todavía al momento de no saber qué hacer con la invitación a una boda y no tener pareja, o sentir la presión del casamiento cuando dentro de los pares las otras amigas ya se han casado. Llegando incluso a cuestionar la propia valía cuando la persona en soltería se pregunta si hay algo mal en sí misma. En una conferencia, que en lo personal considero que es clave para entender el feminismo, Chimamanda Ngozi Adichie, pertinentemente comenta:
Conozco a jóvenes mujeres que yacen sobre tanta presión, de la familia, los amigos, incluso de trabajo para casarse que son presionadas a cometer elecciones terribles. Nuestra sociedad le enseña a una mujer de cierta edad que no está casada, a ver esta condición como un fracaso personal (2014: 13).[6]
Psique llora, porque al no estar casada su existencia no tiene sentido. Piénsese en la cantidad de veces que preguntamos por qué alguien no está casada y la vemos con pesar o lástima, incluso hay quien se atreve a preguntar: “¿Y por qué no estás casada?”. Como si se tuviera la atribución sobre la vida personalísima de cada ser humano. La soltería o la vida de casada merecen igual reconocimiento y optar por la primera es una opción no sólo válida sino buena, no importando si tiene detrás una motivación laboral, artística o religiosa. La vocación de la soltería existe y merece un reconocimiento social.
No obstante, la historia de Psique y Eros terminará de manera distinta: su padre, agobiado por el infortunio, acude al oráculo de Mileto a solicitar su intervención para conocer cuál es la razón de tal desventura, encontrándose con una profecía de funestos acontecimientos:
Sobre una roca de alta montaña, instala, ¡oh Rey!, un tálamo fúnebre y en él a tu hija ataviada con ricas galas. No esperes un yerno de estirpe mortal, sino un monstruo cruel con la ferocidad de la víbora, un monstruo que tiene alas y vuela por el éter, que siembra desazón en todas partes, que lo destruye todo metódicamente a sangre y fuego, ante quien tiembla el mismo Júpiter, se acobardan atemorizadas las divinidades y retroceden horrorizados los ríos infernales y las tinieblas del Estigio (IV, 33).
El destino del amor o el amor como destino
Los padres no harán otra cosa más que cumplir los designios. Pasivos, cumplen las instrucciones y Psique es dejada a su suerte en una roca. Por sencilla que parezca esta idea, todavía sorprende a la mente de quien espera el amor romántico. En este punto del mito, Psique es pasiva, se deja conducir, está resignada. Este esquema lo veo una y otra vez, incluso las parejas en las que el noviazgo resulta una verdadera tortura, se casan, “porque es lo esperado”, “porque es lo que sigue”, porque se busca esa validación social. Quizá la cultura griega tenía una visión del destino distinta, por más que se esfuercen los humanos, el hado está ahí. Testigo de ello es Edipo. Los contemporáneos en apariencia hemos adoptado una postura más libertaria asumiendo un protagonismo en nuestras decisiones, y sin embargo aceptamos el destino y lo seguimos, ese camino: estudio, trabajo, matrimonio, en tantos casos se sigue por inercia, sin convicción. El matrimonio se sigue percibiendo con un destino, y la falta de él una maldición. De ahí las palabras de Antígona: “Y ahora voy, maldecida, sin casar, a compartir en otros sitios su morada. ¡Ay, hermano, qué desgraciadas bodas obtuviste: tú, muerto, mi vida arruinaste hasta la muerte!” (Sófocles, 2000: 866-871).
El amor romántico en este sentido ofrece una novedad. El matrimonio, por siglos fue un contrato, en las más de las ocasiones elaborado por terceros. Aquí el mito ofrece un aspecto distinto. Psique se une a Eros en una ceremonia aparentemente ilegal y se enamora de su esposo, al punto de vivir innumerables penurias por amor. En este sentido son interesantes