En buena lógica. Humberto Marraud González
pone serio y reflexiona.
Ersi Sotirópulos: Caía mal a todo el mundo, por tanto era buena periodista —responde lentamente—. El trabajo de reportero consiste en hacerse antipático, así que cuanto más antipático, mejor profesional. (Adaptado de Petros Márkaris, Noticias de la noche, p. 42. Tusquets: 2017.)
El argumento de Sotirópulos es un argumento canónico: responde a una petición explícita de razones, y el paso de la razón a la tesis está explícitamente marcado con el conector por tanto. Además, tras el punto y seguido, Sotirópulos se toma el trabajo de explicar por qué la consideración aducida es una razón para la tesis que defiende. Se ve, pues, con meridiana claridad que Sotirópulos presenta la escasa popularidad de Karayorgui a Jaritos como una razón para creer que esta era una buena periodista.
Partiendo de la definición anterior, distinguimos la función y el propósito de argumentar. La función constitutiva de argumentar es presentar algo como una razón para otra cosa y el propósito de quien argumenta es mostrar que hay buenas razones. Como ilustra el ejemplo anterior, se argumenta en el marco de un intercambio comunicativo en el que se piden, se dan y se reciben razones. La finalidad general de ese intercambio, que da sentido a la conducta de los participantes, es examinar críticamente un asunto. Por tanto, el propósito pertenece a quien argumenta y la finalidad pertenece al intercambio comunicativo en el que lo hace.
Hay que distinguir argumentar de implicar, inferir y razonar. Lo que tienen en común estos verbos es la idea de una transición de un elemento a otro que sigue un patrón reconocible. Se puede denominar premisas o datos al punto de partida de cualquiera de esas transiciones y conclusión al punto de llegada. Así, en todos esos casos, se puede decir que se concluye algo a partir de unas premisas.
En su acepción lógica, implicar es una relación entre enunciados que puede definirse en términos de la transmisión de la verdad. Un enunciado es lo que se dice cuando se afirma algo. Pues bien, un enunciado es implicado por un conjunto de enunciados si y sólo si la verdad de aquel se sigue necesariamente de la verdad de estos. Por ejemplo, Burgos está al norte de Madrid implica Madrid está al sur de Burgos. Esto se expresa a veces diciendo que Madrid está al sur de Burgos se infiere de Burgos está al norte de Madrid. Este uso impersonal del verbo inferir debe distinguirse cuidadosamente de la acepción que aquí nos interesa, y que requiere siempre un agente que infiera. La implicación es una relación binaria entre el conjunto de datos o premisas y la conclusión. La noción de implicación está íntimamente ligada a la noción de consecuencia lógica: un conjunto de enunciados P implica un enunciado C si y sólo si C es una consecuencia lógica de P. El estudio de las relaciones de consecuencia le compete a la lógica formal.
Vayamos ahora con las inferencias. Por inferencia hay que entender la extracción de una conclusión a partir de un conjunto de datos. Se trata, pues, de un proceso psicológico de revisión o conservación de creencias, actitudes, planes o intenciones. El estudio de las inferencias, en tanto que procesos psicológicos, le corresponde a la psicología del razonamiento.
La descripción de las inferencias pone en juego una relación ternaria, cuyos términos son un agente, un conjunto de datos y una conclusión. Si implicar es una relación binaria (algo implica otra cosa), inferir es una relación ternaria (alguien infiere algo de otra cosa). Dicho de otro modo, se pueden hacer inferencias, pero no implicaciones.
Los primeros médicos que vieron al chico [Elías Ortega Bejarano] en el policlínico notaban que no lloraba, lo que los llevó a inferir un importante daño neurológico. (Federico Fahsbender, “El insólito caso de la mujer condenada a diez años por ‘no tener el coraje’ para evitar que su marido golpee a su bebé”. Infobae 17/10/2016.)
Aquí se cuenta que los médicos infirieron que Elías Ortega Bejarano sufría un importante daño neurológico del hecho de que no lloraba, aunque desde luego el enunciado Elías Ortega Bejarano no llora no implica el enunciado Elías Ortega Bejarano sufre un importante daño neurológico.
A su vez, un razonamiento es una inferencia consciente, por lo que podríamos decir que es una inferencia reflexiva. Con la conciencia del paso de las premisas a la conclusión aparecen las razones. Dan Sperber y Hugo Mercier describen así el razonamiento:
El razonamiento, tal y como suele entenderse, se refiere a una forma muy especial de inferencia en el nivel conceptual, en la que no sólo se produce conscientemente una nueva representación mental (o conclusión), sino que las representaciones (o premisas) que se tenían previamente y que la garantizan también son conscientemente consideradas. Se entiende que las premisas dan razones para aceptar la conclusión. (Sperber y Mercier, 2011, p. 57. Mi traducción.)
Otra manera de presentar la diferencia entre inferencias y razonamientos es decir que estos producen compromisos. Annalisa Coliva (2016, cap. 2) distingue dos tipos de actitudes proposicionales: las disposiciones y los compromisos. Para Coliva, los compromisos son estados mentales que se diferencian de las disposiciones por ser reflexivos o sensibles al juicio (es decir, porque resultan de un juicio, están sometidos a los principios del razonamiento teórico y práctico, y el sujeto es responsable de ellos). Podríamos decir, por tanto, que lo distintivo de los razonamientos, frente a otros tipos de inferencias, es que producen compromisos.
He definido argumentar como presentar algo a alguien como una razón para otra cosa, de manera que argumentar es una relación cuaternaria, que involucra agentes y enunciados. La existencia de un emisor y de un receptor hace que argumentar sea un acto comunicativo, lo que lo distingue de inferir, puesto que no se infiere para alguien.
es una relación | entre | |
E1 implica E2 | binaria | enunciados |
A infiere C2 de C1 | ternaria | un agente y dos creencias |
A1 argumenta a A2 que E2 porque E1 | cuaternaria | dos agentes y dos enunciados |
Hay dos modos principales de entender la relación de la argumentación con el razonamiento. Para algunos autores una argumentación es una expresión pública de un razonamiento, mientras que para otros esos dos procesos están conectados entre sí porque quien argumenta invita al destinatario a razonar. Esto último es válido al menos para los usos suasorios de la argumentación. Adviértase, en todo caso, que quien argumenta es el locutor y, si consigue su propósito, quien realiza un razonamiento es el interlocutor. Cuando este entiende y rechaza el argumento, el locutor ha tenido éxito, en el sentido de que ha conseguido realizar la acción de argumentar, pero no ha conseguido su propósito, que es que su acción indujera al destinatario a razonar de una determinada manera. Esto obliga a distinguir el propósito intrínseco del locutor, mostrar al interlocutor que hay buenas razones para algo, y su propósito extrínseco, que este lleve a cabo un razonamiento. Estos dos propósitos están ligados entre sí, porque el locutor espera que el interlocutor infiera la conclusión de las premisas al darse cuenta de que estas expresan una razón para aquella.
Esos dos modos de entender la relación de la argumentación con el razonamiento son hasta cierto punto opuestos, porque la primera antepone el razonamiento a la argumentación, mientras que la segunda antepone la argumentación al razonamiento. Podríamos decir que en el primer caso se concibe la argumentación como la exteriorización de un razonamiento, y en el segundo el razonamiento como la interiorización de una argumentación.
Prácticas argumentativas
Argumentar es una práctica comunicativa. John Rawls proporciona una buena definición de práctica:
En lo que sigue uso la palabra “práctica” como una especie de término técnico que se refiere a cualquier forma de actividad especificada por un sistema de reglas que definen oficios, roles, movimientos, castigos, defensas, etcétera, y dan a la actividad su estructura. Entre otros ejemplos, podemos pensar en juegos y rituales, juicios y debates parlamentarios. (John Rawls, 1955, p. 3. Mi traducción.)
Esta definición revela las dimensiones social y normativa de las prácticas. Lo que convierte a una interacción social en una práctica social es que comporta un intercambio de acciones socialmente significativas regidas por reglas que los participantes reconocen. Las reglas que definen una práctica son reglas implícitas, y el conocimiento que de las mismas tienen los participantes es un saber cómo