Mayo del cuarenta y cinco. Boti García Rodrigo

Mayo del cuarenta y cinco - Boti García Rodrigo


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mortadela de Bolonia, pavo trufado, cabeza de jabalí, jamón serrano, ensaladilla cantábrica, tarta Blanca Nieves, Pinochos al chocolate, Mari-Pepas, Enanitos, Helado Monte Blanco, Margaritas, café y té. Cup de Chablis, vinos de Jerez, Moscatel y Málaga.

      Cuentan que en el festejo (mi primera fiesta con tan solo once días de vida) estuve muy espabilada y que mi padre mojó mi chupete en moscatel para que pudiera participar en los brindis, ante el escándalo y asombro de la —de nuevo escasa— representación Rodrigo.

      Si él se afanó en procurarme el bien corporal, ella se volcó en el espiritual: «Ofrecí a mi hija María Dolores a la Santísima Virgen de la Soledad de la Paloma el día 20 de junio de 1945». Sin llegar al mes de vida, la Virgen Santísima ya estaba al tanto para ampararme y guardarme para siempre a su servicio.

       Diez

      Mi padre no se llevaba nada bien con la familia de mi madre. Todo lo que le olía a Rodrigo le incomodaba, le inferiorizaba un poco: «Son tan pretenciosos, tan estirados, siempre presumiendo de glorias pasadas, de palco en el Liceo, de parientes con muchos galones en la bocamanga y de amistades empingorotadas. Son unos pelmas, unas antiguallas, siempre con tanto ringorrango y tanto floripondio».

      La familia Rodrigo —sobre todo, la abuela— no vio con buenos ojos que un empleadillo de correos pretendiera a su nieta querida, «que hay que ver la de estupendos pretendientes que ha tenido mi nieta, con lo guapa y lo rubia que es, chicos finos con buenas carreras y de buenísimas familias de toda la vida». Pero a partir de aquella calurosa noche de verbena de la víspera de San Pedro y San Pablo, se acabaron los estupendos pretendientes, chicos finos con buenas carreras y de buenísimas familias de toda la vida.

      Después de aquella calurosa noche de verbena, empezaron a verse, a salir, se hicieron novios; un día él le dijo que iban a casarse pero que antes iba a terminar una carrera, así que le dijo que le esperara. Y ella le esperó.

      Le esperó y le esperaba todas las tardes en la puerta de la Escuela de Aparejadores; él por la mañana trabajaba en correos —Correos— y por la tarde sacaba con mucho esfuerzo y mucho sueño la carrera.

      Los domingos se iban al cine Monumental o al Retiro a montar en barca o a la Gran Vía a pasear o a merendar chocolate en San Ginés por cinco pesetas. «Con un par de duros en el bolsillo, uno se comía el mundo». A peseta camiseta.

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