Un mes de 20 siglos. Rafael Rivera

Un mes de 20 siglos - Rafael  Rivera


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despidieron. Epax los siguió, aburrido y, al cerrar la noche, sólo quedábamos Rebeca, nuestro huésped y yo.

      -Hora de cerrar, caballeros- dijo Rebeca.

       Mi chica me envió un mensaje con los ojos y yo pretendí no recibirlo. El mensaje no podía ser más claro: “Ofrécele hospedaje”. Al ver que yo no agarraba la onda, ella se dejó de sutilezas.

       -Ud. dormirá en una de las recámaras del Sr. Ferrer, Sr. D’ehvay. Nada de pasar la noche a la intemperie- dijo, empezando a recoger vasos y ceniceros.

       -¿En mi casa?- pregunté, viendo a mi novia como si estuviera pidiéndome el divorcio.

       -O aquí. Sugerí la tuya porque viven puros hombres y te sobra espacio. Además, podrías cobrarle alquiler, si te place- me espetó, regañándome abiertamente.

       Puse cara de “mariguano” y la miré entre suplicante y adolorido. Yo esperaba que el “Cara de Niño” durmiera cobijado por la Vía Láctea como cualquier vaquero tercermundista. Pero no; gracias a mi amor casi platónico, el forastero dormiría calientito, metido en uno de mis piyamas. Cualquier cosa, mejor que dejar al fuereño en casa de Rebeca. Levanté las cejas mientras me empinaba la botella.

       -Andando, Nodita. Ya “oyites”- dije, dando tumbos mientras caminaba hacia la puerta.

       Mi incómodo invitado pagó su cuenta, dio las gracias y salió detrás de mí. Afuera, D’ehvay se puso a ver el vehículo con arrobo. El forastero adelantó unos pasos y pasó la palma de la mano sobre el guardabarros.

       -¿Te gusta?- pregunté, desconcertado ante tal despliegue de admiración.

       -Es increíble lo que puede hacer una criatura tan primitiva como el hombre- contestó Noda, sin decidirse a entrar.

       -Vamos, Noda. Se hace tarde y tienes que hacer la meme- dije.

       Noda se acercó y trató de abrir jalando la puerta del Jeep. Yo me acerqué y jalé la manija.

       -No sé por qué no hacen las cosas siguiendo un patrón. Este se abre diferente de aquel y aquél es diferente de cualquier otro de otra marca- dijo a modo de explicación el espigado individuo.

       Hay que ser muy primitivo para necesitar que te ayuden a abrir una puerta, pensé, satisfecho de la torpeza mostrada por mi “pegoste”.

       Nada más poner mi pasajero el trasero sobre el asiento, arranqué el Jeep y subimos la colina haciendo eses y ochos sobre la carretera casi recta. Mi invitado viajaba muy derecho; exageradamente derecho, diría yo. El tipo escasamente se balanceaba en las curvas. En mi borrachera, tomé muy a pecho que el tipo no se incomodara.

       Parece que lo pegaron en el asiento, pensé, tratando de “despegarlo” con un súbito giro del volante.

       Noda ni siquiera levantó las manos posadas en sus rodillas. De hecho, parecía no notar mis descorteces arranques.

       -¡Guarda la pistola, Pax! ¡Somos Doble Cero y yo!- grité al entrar a la casa, nada más para impresionar a mi invitado.

       En la recámara vacía revolví una gaveta hasta sacar un piyama del armario y lo puse sobre la cama. Al pie del mueble quedó un reguero de trapos en desorden.

       -Te quedará como de manga corta pero al menos cubrirá tus intimidades- dije, y salí de la habitación.

       Regresé sobre mis pasos y me dirigí a la puerta de salida. Al pasar, vi a mi piloto roncando con la boca abierta. Subí al Jeep, di vuelta a la llave y el sufrido vehículo bajó igual que como había subido. Al lado del restaurante frené con una nube de polvo frente a la ventana de Rebeca. Pocoloco ladró con desgano desde adentro. Rebeca abrió la ventana exigiendo silencio.

       -Vas a despertar a Guillermo- protestó

       - El otro “nene” ya se durmió. Ahora dime qué piensas- pedí, sin prestar atención a la súplica.

       -Sujeto raro, es cierto. Parece venir de un coctel y brilla como riel, pero no me merece mayor análisis Y bueno, se baña 2 veces al día y trae su pañuelito para sacudirse el polvo. Creo que has sobre reaccionado. De él podrías aprender a bañarte a diario.

       -No hay modo. A mí me pasa lo contrario con el agua; se me arruga el pellejo.

       Rebeca podía tener razón tocante al pañuelito. Podía no darle tampoco importancia a la falta de huellas y al hecho de aparecer sin compañía. Pero para mi naturaleza inquisitiva y metiche, esto último por sí solo era inquietante, sin contar la apariencia física del individuo. Era como si Noda D’ehvay hubiera cuidado hasta el último detalle para generar misterio. Para mí, hubiera sido más creíble oírlo decir: “Acabo de salir de un sombrero de copa”, que pensar que había barrido sus huellas con su pañuelito. Las cosas escondidas detrás, que no quise discutir con mi novia, me perturbaban sobremanera pero decidí guardar silencio.

      Si le sigo poniendo peros a este macaco, va a pensar que estoy celoso, pensé de Rebeca y di por finalizado el episodio.

       La mañana siguiente, el “Sin Arrugas” salió de la recámara totalmente transformado. El fino pantalón había sido cortado a medio muslo, la camisa había sido emparejada en la parte baja de los faldones y las mangas habían sido recortadas arriba de los codos. El tipo lucía resplandeciente y caminaba descalzo. El pelo le caía sobre los hombros, impecable, partido a la mitad, cual si hubiera sido cuidadosamente peinado.

       Epax salió de su cuarto, bostezando. El contraste del lagañoso piloto con el invitado era apabullante. No pude menos que admitir que yo seguramente no lucía mejor que el gringo.

       -Dile a Concha que agregue un plato- le pedí a Epax y éste se metió en la cocinita.

       -Un par de huaraches te vendrían bien con esa ropa- dije enseguida, viendo los pies de D’ehvay.

       Mi huésped bajó la vista y se vio los pies, levantando ambos dedos gordos.

       -Hace siglos que mis pies no ven la luz- dijo Noda, mirando la sonrosada piel.

       -De todos modos no tengo nada. Calzas demasiado grande- observé, señalando una silla.

       Mi huésped se sentó y yo y Epax le seguimos.

       “Brilla como riel”, recordé las palabras de Rebeca y me sentí incómodo. Yo, que a propósito mostraba mi despreocupación por el aspecto físico, estaba incómodo ante el extraño. Interiormente hacía una comparación personal en la cual yo perdía y eso me molestaba. Era como si la perfección de él me mostrara mis defectos.

       Al demonio con este planchadito. Ni que planeara proponerle matrimonio, pensé, cuando Concha apareció con los platillos.

       Gruñía interiormente por el exceso de pensamientos que me surgían en relación al invitado, cuando vi la cara de Conchita, la chica que venía 1 vez por semana a atender la casa. La boca de la muchacha era un perfecto cero y no pestañeaba, la vista fija en D’ehvay.

       Tiene pegue, torné a pensar, muy a mi pesar. Frente a mí, Noda sonreía a la chica con simpatía. En la cara del hombre no parecía haber conciencia de la admiración que provocaba. Conchita procedió a colocar los platos empezando por nuestro huésped. Yo me pregunté interiormente si el orden para servir escogido por la muchacha se debía a la deferencia propia hacia un invitado o a una razón menos diplomática.

       Nunca antes había analizado el comportamiento de Concepción, a pesar de haber tenido infinidad de huéspedes desmañanados y también desmañanadas anteriormente. Me pregunté si mi análisis tendría que ver con “tener pegue” con Rebeca.

       El desayuno transcurrió normalmente, si normal significa comer con la velocidad con que el piloto y yo lo hicimos. Fue casi embarazoso ver frente a nosotros a Noda D’ehvay llegando a la mitad de sus huevos revueltos cuando nosotros ya erutábamos la comida.

       -Vamos al Embarcadero. Ahí tienen huaraches y sandalias para canguros y cualquier cosa que camine en 2 patas- dije, cuando Noda terminó de comer.

       Metí el embrague del Jeep


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