Las radicales enseñanzas de Jesús. Derek J. Morris

Las radicales enseñanzas de Jesús - Derek J. Morris


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entonces Pilato: ¿Luego, eres tú rey? Respondió Jesús: Tú dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad. Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz. Le dijo Pilato: ¿Qué es la verdad? (vers. 37, 38).

      “¡Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz!” Todos tenemos el poder de elegir a quién vamos a escuchar. Estamos constantemente rodeados por distracciones y falsificaciones; forma parte de la gran lucha entre el bien y el mal. Pero, ¡Dios ha provisto evidencia convincente de que los testimonios sobre Jesús son confiables, y que sus declaraciones radicales sobre sí mismo son verdaderas!

      El testimonio de Saulo

      Uno de los testimonios más convincentes sobre la verdad acerca de Jesús proviene de Saulo de Tarso; en su momento, un feroz y despiadado enemigo de Jesús y de sus seguidores, en la iglesia primitiva. Saulo, luego llamado Pablo, dijo al rey judío Agripa: “Yo ciertamente había creído mi deber hacer muchas cosas contra el nombre de Jesús de Nazaret; lo cual también hice en Jerusalén. Yo encerré en cárceles a muchos de los santos, habiendo recibido poderes de los principales sacerdotes; y cuando los mataron, yo di mi voto. Y muchas veces, castigándolos en todas las sinagogas, los forcé a blasfemar; y enfurecido sobremanera contra ellos, los perseguí hasta en las ciudades extranjeras” (Hech. 26:9-11).

      Saulo había sido testigo del apedreamiento de Esteban, uno de los seguidores de Jesús. La ejecución se grabó de manera indeleble en su memoria. Las convicciones generadas por la muerte del primer mártir cristiano lo acompañarían para siempre. Esteban había dado un testimonio poderoso sobre Jesucristo ante el Sanedrín, el Concejo de Gobierno de los judíos. El autor del libro de Hechos declara que, “oyendo estas cosas, se enfurecían en sus corazones, y crujían los dientes contra él. Pero Esteban, lleno del Espíritu Santo, puestos los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús que estaba a la diestra de Dios, y dijo: He aquí, veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre que está a la diestra de Dios. Entonces ellos, dando grandes voces, se taparon los oídos, y arremetieron a una contra él. Y echándole fuera de la ciudad, le apedrearon; y los testigos pusieron sus ropas a los pies de un joven que se llamaba Saulo. Y apedreaban a Esteban, mientras él invocaba y decía: Señor Jesús, recibe mi espíritu. Y puesto de rodillas, clamó a gran voz: Señor, no les tomes en cuenta este pecado. Y habiendo dicho esto, durmió” (Hech. 7:54-60).

      Poco después de esto, Saulo iba en camino a Damasco, con autorización del sumo sacerdote de Jerusalén. Su intención era arrestar a cualquier seguidor de Jesús que encontrara allí, y llevarlo en cadenas de regreso a Jerusalén. Pero Dios tenía otros planes. “Mas yendo por el camino, aconteció que al llegar cerca de Damasco, repentinamente le rodeó un resplandor de luz del cielo; y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? El dijo: ¿Quién eres, Señor? Y le dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón” (Hech. 9:3-5).

      Este encuentro con el Cristo resucitado cambió el curso de su vida. Saulo, el perseguidor, se convirtió en Pablo, el devoto seguidor de Jesús. Comenzó a declarar enérgicamente que Jesús era el Cristo, el Hijo de Dios. Sanó a los enfermos y echó fuera demonios en el nombre de Jesús, tal y como los demás apóstoles. Con gozó miró hacia el futuro, hacia “[…] la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo” (Tito 2:13).

      El testimonio de Pedro y de Juan

      Mientras los discípulos de Jesús, Pedro y Juan, se acercaban al Templo en Jerusalén, encontraron a un hombre lisiado que mendigaba allí. “Pedro y Juan subían juntos al templo a la hora novena, la de la oración. Y era traído un hombre cojo de nacimiento, a quien ponían cada día a la puerta del templo que se llama la Hermosa, para que pidiese limosna de los que entraban en el templo. Este, cuando vio a Pedro y a Juan que iban a entrar en el templo, les rogaba que le diesen limosna. Pedro, con Juan, fijando en él los ojos, le dijo: Míranos. Entonces él les estuvo atento, esperando recibir de ellos algo. Mas Pedro dijo: No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda. Y tomándole por la mano derecha le levantó; y al momento se le afirmaron los pies y tobillos; y saltando, se puso en pie y anduvo; y entró con ellos en el templo, andando, y saltando, y alabando a Dios. Y todo el pueblo le vio andar y alabar a Dios. Y le reconocían que era el que se sentaba a pedir limosna a la puerta del templo, la Hermosa; y se llenaron de asombro y espanto por lo que le había sucedido”(Hech. 3:1-10).

      Las personas que presenciaron el incidente estaban asombradas. Cuando Pedro observó la reacción de la multitud, dijo: “Varones israelitas, ¿por qué os maravilláis de esto? ¿O por qué ponéis los ojos en nosotros, como si por nuestro poder o piedad hubiésemos hecho andar a éste? El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su Hijo Jesús, a quien vosotros entregasteis y negasteis delante de Pilato, cuando éste había resuelto ponerle en libertad. Mas vosotros negasteis al Santo y al Justo, y pedisteis que se os diese un homicida, y matasteis al Autor de la vida, a quien Dios ha resucitado de los muertos, de lo cual nosotros somos testigos. Y por la fe en su nombre, a éste, que vosotros veis y conocéis, le ha confirmado su nombre; y la fe que es por él ha dado a éste esta completa sanidad en presencia de todos vosotros. Mas ahora, hermanos, sé que por ignorancia lo habéis hecho, como también vuestros gobernantes. Pero Dios ha cumplido así lo que había antes anunciado por boca de todos sus profetas, que su Cristo había de padecer. Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio, y él envíe a Jesucristo, que os fue antes anunciado” (Hech. 3:12-20). El testimonio de Pedro, tanto en palabras como en acciones, confirmó claramente que las radicales declaraciones de Jesús sobre sí mismo eran verdaderas. ¡Jesús es el Cristo, el único Cristo!

      El testimonio de los espíritus malignos

      Durante el ministerio de Jesús, los espíritus malignos también apoyaron las declaraciones radicales que Jesús hizo sobre sí mismo. En una ocasión, cuando estaba disertando en la sinagoga en Capernaum, un hombre poseído por un demonio exclamó: “¡Ah! ¿Qué tienes con nosotros, Jesús nazareno? ¿Has venido para destruirnos? Sé quién eres, el Santo de Dios” (Mar. 1:24). Jesús no corrigió el testimonio del espíritu maligno, sino que simplemente le contestó diciendo: “¡Cállate y sal de él!” (vers. 25). Marcos registra que luego de que el espíritu inmundo provocara convulsiones en el hombre y gritara, lo dejó. “Y todos se asombraron, de tal manera que discutían entre sí, diciendo: ¿Qué es esto? ¿Qué nueva doctrina es esta, que con autoridad manda aun a los espíritus inmundos, y le obedecen? Y muy pronto se difundió su fama por toda la provincia alrededor de Galilea” (vers. 27, 28).

      El libro de Hechos registra muchas historias de personas que fueron liberadas del control de los espíritus malignos por el poder del nombre de Jesús. En la ciudad de Filipos, una joven poseída por demonios seguía a Pablo y a Silas gritando: “Estos hombres son siervos del Dios Altísimo, quienes os anuncian el camino de salvación” (Hech. 16:17). Si bien su testimonio afirmaba las declaraciones radicales de Jesús sobre sí mismo, Pablo se dio cuenta de que un acoso verbal constante era más una distracción que una ayuda. Entonces confrontó al espíritu maligno: “Te mando en el nombre de Jesucristo, que salgas de ella” (vers. 18). Este ser no pudo resistir el poder del nombre de Jesús, y no tuvo otra opción que retirarse.

      Historias como esta confirman que Jesús no era un hombre común; y que, ciertamente, no era un lunático o un engañador malicioso. Porque Jesús era y es todo lo que afirma ser, encontramos poder increíble en su nombre. Pero, debo advertirte que no es suficiente con conocer acerca de Jesús. Tienes que conocerlo personalmente, si quieres experimentar su poder en tu vida.

      Una historia registrada en Hechos 19:13 al 16 ilustra este mismo punto. Algunos de los exorcistas ambulantes judíos trataron de echar fuera espíritus malignos en el nombre de Jesús, aun cuando ellos mismos no creían en el Señor. Cuando los siete hijos de Esceva, un ex sumo sacerdote, trataron de realizar un exorcismo en el nombre de Jesús, el


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