Contraluz. Alver Metalli

Contraluz - Alver Metalli


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abajo de una situación determinada, el papa da un ejemplo que lo deja claro: “En el caso de los sacerdotes que viven en barrios muy pobres, tratando de promover a las personas con sus propios tiempos y su propia cultura, ocurre lo contrario. La gente los siente como parte de ellos mismos: viven con ellos, comparten sus límites, sus inseguridades, sus temores, sus sueños”. Por eso tienen la posibilidad de centrar la acción transformadora: “Las organizaciones sociales que quieren trabajar para los pobres y «con ellos» podrían encontrar en estos sacerdotes sus mejores aliados, que las ayudarían a comprender desde adentro quiénes son, cómo son y cómo pueden ser verdaderamente promovidos estos pobres, desde adentro y desde abajo […] Porque no hay un cambio real y duradero si no se produce «desde adentro y desde abajo»”.

      El papa aplica ese mismo criterio a la Iglesia, de cuya verdad es el garante último: “Esa es la clave de la Encarnación, que también la Iglesia necesita vivir en su pastoral. Porque algunos sectores de la Iglesia tampoco son capaces de entrar en esta dinámica. Hablan de formar, de educar, de instruir, de enseñar, y de esa manera, ubicándose desde afuera, mirando a los pobres como subdesarrollados, nunca podrán alcanzar una verdadera fecundidad pastoral”.

      1. Evangelii Gaudium, n. 236.

      2. Papa Francisco, América Latina: conversaciones con Hernán Reyes Alcaide, Buenos Aires, Planeta, 2017.

      Secretos

      Está lloviznando en la villa, pero la vendedora de billetes de lotería no puede darse el lujo de permanecer en su casa sin hacer nada. La última jugada de la Lotería Nacional, la de la noche, es la más esperada. Hay un par de números que no salen desde hace dos semanas y sabe que venderá algún billete a pesar del mal tiempo. Ha cubierto su ropa de siempre con una bolsa negra de residuos, a la que ha hecho un agujero para pasar la cabeza y proteger el cuerpo del agua.

      La vendedora de billetes de lotería sabe dónde ir cuando llueve, conoce la villa al dedillo y camina con paso seguro hacia la carnicería del fondo, la de Ramón, el rey de la carne. Y ya que está, echa un vistazo al pasillo de los enamorados. Conoce a los que viven en ese pasillo, quién está bajo esa chapa de cinc y lo que hace. Quién vive en la construcción con el mural del Che Guevara pintado en la pared y de qué se alimenta en los días de la pandemia. Sabe cuáles son los apetitos más secretos de los últimos que llegaron, los que construyeron su casa a la orilla del río de nombre bélico, Reconquista, que corre al borde del gran basural. Y sabe qué responder cuando le preguntan si es verdad que vendrá la policía para echarlos de allí, como le escucharon decir al hijo de Santiago, el panadero.

      Silba la vendedora de billetes de lotería, no hay tiempo que la desanime. Al que le pregunta, responde que el 60 saldrá en la próxima jugada y que el 79 vendrá después.

      Que Carlitos dejó embarazada a la vecina no es un secreto para ella. Tenía que pasar, solo era cuestión de tiempo. Dentro de poco también habrá otro hijo suyo en el fondo de la villa y tendrá que hacerle lugar. El bayo de Fidel, el mecánico, es un libro abierto. Lleva siempre consigo hojas de melón, y cuando lo encuentra dando vueltas por la villa se las frota en la panza. Está segura de que no hay nada mejor para los cólicos estomacales, tanto si son de hombre como de caballo. Es la primera en saber que Evandro, el albañil, hace dos días que está atrincherado en su casa con fiebre. Puede ser dengue, siempre hubo en esta zona y ella lo sabe, o puede ser la nueva peste que llegó vaya a saber de dónde. La mujer le prepara infusiones de hojas de enebro. Ella sabía que algo le iba a pasar la última vez que le leyó la suerte. Se la adivinó antes de la cuarentena, no puede decir que no. Y le dijo otra verdad: que al invierno le sigue la primavera, a los días de lluvia les sigue el sol, y a las desgracias la buena suerte. Porque toda su vida adivinó la suerte y entiende de esas cosas.

      Espera que también haya suerte para ella, un destino bueno para mañana, pasado mañana o al día siguiente, y que la peste hambrienta pase sin tocarla.

      Tiempo de peste, tiempo de radio

      Radio Cristo de los Villeros explotó como la peste, junto con la peste. Y resultó ser un formidable instrumento de comunicación para llegar hasta la gente que vive momentos muy extraños en el aislamiento tan peculiar de una villa. Todos los días transmite la misa en directo y la escuchan cientos de personas, que se multiplican el domingo para la celebración de precepto. El rosario cotidiano, a las seis de la tarde, tiene picos de audiencia dignos de respeto, y las palabras que el padre Pepe dirige a sus parroquianos viajan por el éter y las esperan con ansiedad en muchos hogares. Una densa trama de voluntarios la distribuye a su vez por los canales impalpables de las redes sociales más comunes, WhatsApp, Twitter, YouTube, Instagram, y el último que ha llegado, el TikTok que vuelve locos a los jóvenes, incrementando ulteriormente el número de oyentes.

      La multiplicación de los oyentes es uno de los efectos colaterales de la pandemia que no estaba previsto. Una consecuencia benéfica, en este caso. Una pequeña radio de modesto alcance a la que el coronavirus ha impreso el ritmo de un gigante.

      El Evangelio del día también tiene sus anunciantes, dos jóvenes sacerdotes que a las nueve de la mañana se sientan delante de los micrófonos de la radio para leerlo y acompañarlo con algún pensamiento sobre lo que sugiere en este tiempo interminable y desafortunado.

      Radio Cristo de los Villeros informa cuándo se administrarán las vacunas obligatorias, o la vacuna para la gripe, tan importante en el invierno. Por la radio se sabe cuándo y en qué lugar de la villa estarán los veterinarios que vienen a castrar perros, y cuándo y dónde se pueden retirar las verduras frescas que acaban de llegar del Mercado Central.

      La función social de la radio se ha acentuado enormemente en estos días de pandemia. El tam-tam de la radio advierte que está por abrir una nueva casa para ancianos y otra para jóvenes con problemas de drogas. Y ya se está preparando una tercera para niños de la calle. La radio une a los que están separados, informa a los que están recluidos, consuela a los más afectados, levanta el ánimo a los abatidos. Crea comunidad cuando el virus empuja hacia el individualismo. Por la frecuencia de Radio Cristo de los Villeros se sabe cuándo se repartirán alimentos a quien los necesita, dónde y cuándo se podrá retirar ropa, el día que llegarán los oftalmólogos a la villa para controlar la vista, cuándo vendrán los dentistas o infectólogos y cuándo estarán allí los funcionarios del registro migratorio para renovar los documentos de identidad o hacer nuevos para quienes no lo tengan.

      A través de radio Cristo de los Villeros se puede seguir la fiesta que los bolivianos dedican a su patrona, la Virgen de Copacabana, perfumada con incienso por un puñado de devotos y acompañada en el éter por un número mucho más grande de compatriotas. Todas las fiestas patronales de las diferentes comunidades nacionales que se establecieron en la villa a lo largo del tiempo se transmiten por radio; por radio se participa en la novena dedicada a San Juan Bosco hasta el día de su fiesta, cuando la vida del santo italiano viajará a través de las redes sociales llegando hasta lugares que de otro modo serían inalcanzables.

      Desprenderse del abrazo de la vida

      Noelia sabe que no le queda mucho tiempo de vida. Piensa en lo que vendrá y se prepara para partir. Está segura de que Jesús saldrá a recibirla y quiere presentarse limpia y digna ante las puertas de su reino. Está convencida de eso; es más, parece ser la única certeza que tiene en medio de la incertidumbre de sus días, afligidos por un cáncer que no le deja escapatoria. Su madre la acompaña constantemente desde hace siete meses. No quiere que su hija “se vaya sola”, como le ocurre a tanta gente en estos tiempos contaminados. Ha luchado contra las autoridades del hospital para no separarse de ella y lo ha conseguido.

      Está contenta –a pesar del dolor por lo que sabe que va a ocurrir– de que Noelia pida la comunión para prepararse para el encuentro que la espera. Y, si no hay un sacerdote a mano, por lo menos que un laico le lleve el Viático. Lo necesita más que


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