Solo... imagínalo. Silvia Sabina Montés

Solo... imagínalo - Silvia Sabina Montés


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vida a aquel violín que ocultaba

      la furia y angustia de ese ser exhausto.

      Las aves reían al escuchar

      aquel que no pudo lograr

      ser un famoso artista.

      Aquel que recorrió mundos intolerables,

      aquel cuyos sentimientos al vuelo iban

      y llegaban al sonido de una nota musical.

      Ya sus manos caen sobre la arena tibia;

      tan solo queda encerrado en su alma

      un imponente castillo de ilusiones.

      Su violín reclamará a aquellos seres

      que no dejaron que aquel bohemio

      lograra ser un famoso artista.

      Aquel, como tantos otros…

       Cuboide

      Junto al árbol azul crecía en los primeros días de astroide un singular arbusto rojizo. Con el brillo del Giro, daba en el espacio sinuosos reflejos que se movían rectilíneamente, ofreciendo una atracción inigualable.

      El arbusto luego combinó su color con el dorado y esmeralda. Esto comenzó a preocupar a los cuboideanos, era evidente que su naturaleza no existía en este cosmos.

      Un sonido que provenía del interior del arbusto era escuchado por algunos que poseían alterada la capacidad de la audición, brindándoles paz, serenidad. Esta cualidad los exaltaba, quedando expectantes por lo sucedido.

      Ahora bien y ¿el árbol azul? Semejante a su especie, era imponente. Algunos observaban en su interior cristaloides, cuya orientación de sus ejes coincidían con mapas de sistemas planetarios.

      Así, fueron pasando los días de astroide, tras lo absurdo del misterio, se vislumbraba una ley.

      Cuando se produjo una simbiosis entre ambos, la mayoría de los habitantes se alejaron. Yo permanecí.

      Realmente tenía miedo. Mis ancestros, a través de hologramas me habían enseñado que una de las debilidades que teníamos como raza era el miedo.

      El miedo como activador de la parálisis de nuestras asociaciones concretas, llevándonos a un desequilibrio, dejando como consecuencia la repetición. Ellos decían que debíamos encontrar el miedo estructura de nuestro ser.

      Estuve examinando el árbol azul y el arbusto rojizo, con sus inminentes cambios, hasta el final de los días de astroide.

      Poco a poco, con precaución, algunos regresaban comprendiendo este insólito e inesperado proceso.

      Medité y, luego de repasar mis anotaciones, descubrí que solo algunos escuchaban y veían lo que ofrecían el árbol azul y el arbusto rojizo. Y yo no era uno de ellos. Tal vez, lo hallaron, pensé.

      Seguí examinando. Me pregunté: ¿cuál sería el primer miedo que había invadido a mi mente, psiquis? y ¿qué estaría encubriendo? ¿Derivaba este de escenas ocultas, de silencios no olvidados? ¿Cuál era mi esencia?

      Cuboide completó la vuelta al Giro, y esta fue más pequeña que la anterior, encontrándose en el mismo lugar del nacimiento del arbusto rojizo. Aquellos cuboideanos ya no estaban allí. Pero, el resto, tras un velo de olvido, debían volver a enfrentarse, estimulados por lo absurdo, con el fin de progresar a través de repeticiones, al ser Cuboide el escondite de los miedos.

      Cuando comprendí, me sumergí en mi miedo estructura, desarmándolo cada vez, hasta llegar, como algunos, a ver y escuchar más allá de lo absurdo.

       Cuenta Regresiva

      Encrucijada: reunión de puntos que se unen en una sola forma para dar sentido al vivir.

      Siento el tibio sol que aparece por entre las ramas ennegrecidas. Mis ropas húmedas por el pasto fresco de la mañana delatan mi presencia desde horas tempranas. Es como despertar sin haber dormido, es decir, haber soñado sin dormir. Todo está en calma.

      Escucho una voz a lo lejos, la necesidad de sobrevivir hace que la escuche a menudo y muy cerca de mí.

      Una parte de mi cuerpo la persigue, marchando siempre a su lado, miro hoja por hoja y no la encuentro.

      Encontré una flor marchita arrancada de la tierra. La tomé entre mis manos y sus pétalos fueron cayendo uno por uno. El viento expandía sus sonidos dando a la vida colores inesperados.

      Uno de los pétalos parecía revivir, no creí estar despierto.

      Este que dibujaba un ocho comenzó a bailar y su danza me atrapaba, era sensual. Silenciaba, como una dulce brisa que acaricia impetuosamente. Embriagaba, como uno de los mejores vinos, lentamente tiñendo de rojo vivo los pétalos del jardín. Apasionaba, como un rito antiguo a cuya seducción nos entregamos para ser parte de un todo.

      Símbolos de emociones fuertes cuyas consecuencias son secuelas imborrables en nuestra mente.

      Detrás de este, comenzaban a verse el cuatro y el cinco que se escuchaban conversando con entusiasmo:

      ¿Qué me dice usted del libro más antiguo de este planeta? ¿Será este el responsable de una gran revolución que terminaría por hacer desaparecer toda religión existente?

      Palabras erróneas que se balancean en nuestras vidas como juegos de niños.

      No tardó en aparecer el tres contando una pequeña historia:

      Una fugaz melodía interrumpía aquella, a la que llamaban la cátedra del doctor B… Para él era ya una costumbre que se confundía con lo cotidiano. Sin emprender la búsqueda de ese misterio, el doctor B… seguía su vida.

      Pero esta se hacía cada vez más y más intensa y era él el único que la percibía.

      Sus palabras solo daban teorías y conceptos equivocados y un asombro y un murmullo invadieron el silencio de los presentes.

      Luego, el doctor B… cuestionándose, logró a través de un retroceso encontrar la respuesta.

      Poco a poco, quedando solo, la fugaz melodía se hizo dueña de su mente.

      Sabiendo lo que le ocurría el doctor B… pudo librarse de esa fuerza que lo condujo a una clave.

       Situación pasajera e inconsciente que nos envuelve cada vez más, sin siquiera sospechar que, poco a poco, nos convertimos en sus víctimas voluntarias.

      Pude observar el uno vestido en un tono rojizo. Él también conversaba con el siete, que lo escuchaba atentamente.

      Decía: Sin saberlo estábamos envueltos en una fantasía, como un gran circo, nos reíamos y disfrutábamos sin ver más allá lo que pasaba. Éramos espejos de falsas realidades que nos hundían cada día más. Un grito de incertidumbre nos condujo a la desesperación. Y pronto, una combinación armónica de preguntas y respuestas nos daba el tono de un sonido inalterable sobre la Tierra.

      Cada toque del clarín de insaciables ambiciosos llegaba como una bala, hiriendo una vez más las entrañas de nuestra gente.

      Espejo de un sinfín de caminos adversos, razonables por nuestros sentimientos, infieles a la realidad.

      El seis en cuclillas dio un salto y miró el cielo. De sus pensamientos rescaté algunas ideas:

      La luna, testigo de nuestros sueños, es un libro abierto colmado de deseos. En ella está la clave de un laberinto con puertas del pasado y presente. La luna, venerada por antiguas civilizaciones, es ahora un objeto de admiración y de investigación para los sedientos sabios

      .

      Centro reflejo indeleble que respira intoxicando cuerpos ajenos.

      El cero, casi sin forma, con miedo, leía en voz alta:

      Muertas


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