Envejecer en el siglo XXI. Leonardo Palacios Sánchez

Envejecer en el siglo XXI - Leonardo Palacios Sánchez


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de numerosos estudiosos que le aportaron su amplia perspectiva integradora. Entre ellos se destaca el matemático, sociólogo y naturalista belga Adolphe Jacques Quetelet, quien aplicó el método estadístico al estudio de la sociología. En su libro de 1835, L’homme et le développement de ses facultés, ou Essai de physique sociale, expresa por primera vez la importancia del establecimiento de los principios que rigen el proceso a través del cual el ser humano nace, crece y muere.

      La influencia de su trabajo se reflejó claramente en la obra del antropólogo, estadístico y psicólogo inglés Francis Galton, de quien se afirma fue más allá de la medición para explicar los fenómenos que observaba. Entre estos, propuso una teoría de las gamas de sonido y la audición por medio de la recopilación de datos antropométricos de más de 9000 personas. Descubrió, adicionalmente, que el oído humano pierde durante el envejecimiento la percepción de las ondas de alta frecuencia o tonos agudos. Sus estudios acerca de las capacidades humanas lo condujeron a la creación de la psicología diferencial y a la formulación de las primeras pruebas mentales.

      Poco antes de finalizar el siglo xix, el microbiólogo ucraniano Iliá Méchnikov manifestó que el envejecimiento obedecía a un estado de atrofia senil desencadenado por fagocitosis tisular. En ese contexto, definió la vejez como el resultado de una intoxicación crónica por la presencia de microbios en el intestino y proclamó sin ambages que “Considerar a la vejez como un fenómeno fisiológico, es ciertamente un error” (citado en Manzano Muñoz, 1956, p. 746). Consecuentemente, recomendaba cambios en la dieta y en el estilo de vida para prevenir esta alteración. En desarrollo de sus investigaciones estudió la flora intestinal y los tejidos que más envejecen a lo largo de la vida. En 1907, publicó el resultado de sus trabajos en el libro Étude sur la vieillesse. La longéevit´ dans la série animale, y propuso la gerontología como la ciencia encargada del envejecimiento y de la vejez, ya que, según él, traería grandes modificaciones para el curso de este último periodo de la vida. Un año después, le fue otorgado el Premio Nobel de Fisiología y Medicina, distinción compartida con Paul Ehrlich, cuyos trabajos fueron decisivos para elaborar la doctrina de la inmunidad.

      Las condiciones socioeconómicas y sanitarias de la Europa que cabalgaba entre el final del siglo xix y principios del xx condujeron a una transición demográfica en la cual la población mayor de 65 años alcanzaba una proporción no vista antes, del 10 %. Un cambio observado, sobre todo en Inglaterra y otros países del norte del continente. La mirada a la vejez empezaba a separarse paulatinamente del concepto de enfermedad natural, como siempre se había considerado; no obstante, un 30 % de todas las muertes correspondía aún a enfermedades infecciosas y la esperanza de vida era de 50 años.

      A este lado del Atlántico, Granville Stanley Hall, psicólogo y pedagogo estadounidense, se destacaba por introducir en Norteamérica la moderna psicología experimental. En 1922, publicó el libro Senescente, the Last Half of Life, en cuyas páginas contribuyó a la comprensión de la naturaleza y la fisiología de la senescencia, con lo cual acreditaba el establecimiento de la ciencia de la gerontología. Uno de sus mayores logros fue el descubrimiento de las diferencias individuales en la vejez, significativamente mayores que las observadas en otras edades de la vida:

      A los sesenta años […] somos propensos a exagerar nuestro relato de energía y nos enfrentamos al peligro de colapso si no se honra nuestro sobregiro. Por lo tanto, algunos cruzan la fecha límite convencional de setenta años en un estado de agotamiento que la naturaleza nunca puede hacer del todo bien. A todo esto se suma la lucha, nunca tan intensa como para los hombres de la octava década para parecer más jóvenes, para ser y seguir siendo necesarios, y tal vez para eludir las posibilidades inminentes de ser desplazados por los más jóvenes. Así es, que los hombres a menudo acortan sus vidas y, lo que es mucho más importante, deterioran la calidad de su vejez. (Hall, 2006, p. 1160)

       La generación de la geriatría

      Una década antes, el médico Ignatz Leo Nascher, vienés de nacimiento y nacionalizado en Estados Unidos, se basó en el sistema austriaco de atención a los ancianos para desarrollar en su patria adoptiva la especialidad médica dedicada al cuidado de la población más vieja, para lo cual introdujo el término geriatría. Un vocablo derivado de los términos griegos gerás, personificación de la vejez, y de iatros, relacionado con el ejercicio médico. Asumió, además que así como la pediatría comprendía la medicina de la infancia, la geriatría sería la encargada de responder a los requerimientos de la senilidad y de sus enfermedades, asignándole un lugar separado en la medicina, según el artículo titulado “Geriatrics” en el New York Medical Journal (Nascher, 1909, pp. 358 y 359).

      La filósofa y pensadora francesa Simone de Beauvoir, al cumplir 62 años, publicó La vejez, en sus palabras “para quebrar la conspiración del silencio” en contra de los ancianos. En uno de los capítulos destacó, de manera anecdótica, el momento en el cual Nascher, por entonces estudiante de Medicina en Nueva York, en desarrollo de una visita a un asilo con sus compañeros, oyó que una mujer anciana se quejaba al profesor de diversos trastornos. Este explicó que su enfermedad era su avanzada edad. “¿Qué se puede hacer? Preguntó Nascher. ¡Nada!, respondió el docente” (Beauvoir, 1970, p. 29). El joven quedó tan sorprendido de esa respuesta que a partir de ese momento se dedicó al estudio de la senescencia.

      La propuesta de Nascher se fundamentó en los procesos fisiológicos del envejecimiento y la vejez, claramente opuesto al modelo patológico sostenido por varios investigadores, incluido Iliá Métchnikoff, que atribuía, tal como se anotó, a una reacción de fagocitosis tisular y a la “autointoxicación”. En 1914, publicó en 517 páginas su libro Geriatrics: The Diseases of Old Age and Their Treatment, compuesto por tres secciones principales: la vejez fisiológica, la vejez patológica y la higiene y las relaciones médico-legales. Un año más tarde, fundó la New York Geriatrics Society. Su interés, además de la motivación científica, siempre estuvo acompañado de un profundo sentido de humanismo al denunciar una antipatía fundamental en la sociedad hacia esa población: “La idea de la inutilidad económica infunde un espíritu de irritabilidad contra la impotencia de los ancianos” (Pathy, 2006, p. 1923).

      De nuevo en Europa, la historia destaca muy especialmente a la médica inglesa Marjorie Warren, quien publicó en 1943 y 1946, sendos artículos en el British Medical Journal, en los cuales favorecía, entre otros, la creación de la especialidad médica en geriatría; la necesidad de un enfoque integral en el manejo de los pacientes ancianos; el manejo médico de pacientes hospitalizados con requerimientos de espacios adecuados para rehabilitación y socialización; el manejo ambulatorio y reintegración hospitalaria con instauración de rutinas diarias, y la creación de un grupo interdisciplinario entrenado para el manejo integral del anciano. Basado en estos argumentos, el Ministerio de Salud británico se involucró en este campo emergente, y en la década de 1950, la geriatría fue reconocida como especialidad médica por el Servicio Nacional de Salud.

      La doctora Warren fue pionera en la prevención de los eventos ocurridos durante la atención hospitalaria de los más viejos, al detectar los riesgos de los pacientes con cuadros de delírium y demencia que requerían camas con barandas; de los pacientes con incontinencias graves, de los enfermos con posibilidades de recuperación previamente desahuciados por su condición de viejos. Desarrolló, además, un sistema de clasificación basado en la respuesta de rehabilitación y, por lo tanto, capaces de regresar a sus hogares, y también, a aquellos que requerirían atención domiciliaria con posibilidades de recuperación, con énfasis en los pacientes con secuelas de eventos cerebrovasculares.

      Marjorie Warren promovió la importancia de la atención multidisciplinaria, la movilización temprana y la participación muy activa del anciano en sus actividades diarias. Hizo hincapié en el enfoque del individuo afectado por problemas sociales y funcionales, además de sus problemas médicos:

      Las necesidades de los ancianos con frecuencia caen inmersas entre dos extremos: el individuo no está lo suficientemente enfermo como para justificar el ingreso al hospital y, sin embargo, está demasiado discapacitado o frágil para permanecer en un hogar. (Warren, 1946, p. 841)

      Así mismo, publicó objetivos para la atención médica del


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