La Conquista en el presente. Jorge Comensal

La Conquista en el presente - Jorge Comensal


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conquistadores.

      Con su aportación a este volumen, como con el grueso de su trabajo, Aguilar Gil actualiza y da nueva fuerza a la denuncia de los estragos de la Conquista de México y a la lucha contra el colonialismo y poscolonialismo que le siguieron. Al hacerlo, además, renueva y rescata un territorio intelectual que hasta hace muy poco pertenecía casi exclusivamente a hombres occidentales.

      Hoy se abre espacio en los libros y los medios nacionales la voz indígena, alta y clara de Yásnaya Aguilar. Con ella, toma desde abajo y desde enfrente la estafeta de de Vos y Benítez para decir: “Sí, el México occidental es culpable” y plantear ya no cómo salvar a otros, sino cómo hacer justicia para todos.

      El segundo texto que presentamos abre una ventana para imaginar quiénes fueron los conquistadores y colonos que llevaron a cabo el proceso de conquista y colonización de América en sus primeras épocas, que fueron quizá las más definitorias, y cómo llevaron a cabo esas empresas. Lo preparó Jorge Comensal, autor de la novela Las mutaciones y uno de los escritores más brillantes de su generación, que se asume heredero de Jorge Ibargüengoitia y es, como corresponde en alguien que se inscribe en la tradición de Los relámpagos de agosto o Estas ruinas que ves, dueño de una pluma mordaz que hace de la risa un instrumento para humanizar y acercar a quienes conocemos apenas como espectros del pasado o como entradas de un archivo.

      Por esas líneas se puede comprender mucho mejor por qué las sociedades americanas tomaron la forma que tomaron y, por añadidura, descubrir en lo escrito en el barroco muchos rasgos que siguen estando muy presentes hoy a pesar del tiempo transcurrido. Por ejemplo, aunque el lenguaje ha evolucionado desde entonces, ¿no suena como moneda corriente la queja de un Alonso de Castro que protesta porque “es tan mal servicio el de los indios” que nomás no se halla en paz? ¿No parece salida de los labios de las elites blancas del presente?

      Así, y como se ve en los pasajes elegidos por Comensal, el racismo y la explotación no son de ahora, sino que tienen raíces muy hondas, que van desde la construcción de una imagen del otro como objeto legítimo de explotación hasta la noción misma de que se trata de eso: de otro que no necesariamente tenía el mismo grado de humanidad que el remitente. “Envío dineros, quinientos pesos de oro común”, escribe a su mujer en España un Cosme Rodríguez de Tehuantepec, “para que compréis una negra y vengáis como mujer de bien”, por ejemplo.

      El reto que Comensal enfrentó —y superó con creces— en el texto aquí recogido es tanto más difícil precisamente por esa claridad de las líneas rescatadas, y tanto más relevante por su actualidad. Donde lo más fácil sería descartar como monstruosidad afirmaciones similares, el escritor muestra que es, simplemente, humano, y cuando sería fácil caer en la tentación de descartar atrocidades de antaño como agua pasada, él las saca a la luz y muestra su sintonía con las opresiones del presente.

      Al texto de Comensal sigue una revisión ya no de lo dicho y pensado por los que vinieron, sino por los descendientes vivos de los que se quedaron en España. Está a cargo de la historiadora Ana Díaz Serrano, investigadora Ramón y Cajal en la Universidad de Murcia, que se ha especializado en la historia de las relaciones entre colonizadores y colonizados, con todos los matices que puede haber entre estos términos que, más que entes discretos, parecerían marcar extremos o apenas elementos de un continuo muy complejo y muy diverso.

      Díaz Serrano hace aquí historia del presente ya no para hablar de la llegada de Colón, Cortés o Pizarro a América, sino de la construcción y usos de la memoria de los eventos que protagonizaron, como se la hiló y leyó desde su lado del Atlántico. Revisando el contexto en el que ocurrió el quinto centenario del viaje de la Pinta, la Niña y la Santa María a América, muestra con claridad que ni la historiografía ni la memoria que la engloba están libres del sello de su tiempo, de forma que los relatos construidos desde el poder terminaron sirviendo más a quienes lo detentaban en ese momento que a quienes los miraban desde afuera y desde abajo. Andando por ese camino, esta aportación pone también en plata el contraste entre la importancia que una España que buscaba un nuevo lugar en el mundo y una nueva imagen de sí misma dio el encuentro —o encontronazo— entre exploradores, militares y curas españoles con las sociedades americanas, y la poquísima atención que en tierras ibéricas se ha prestado al quinto centenario de la caída de Tenochtitlan.

      Escrito con la meticulosidad de una historiadora acostumbrada a recordar que el emperador estaba y siempre ha estado desnudo, donde se ha querido imponer el olvido a lo que no fuera un aburrido consenso el texto de Díaz Serrano hace la enorme aportación de rescatar las polémicas que ya desde hace tres décadas surgieron en torno a aquellos eventos. Si las voces dominantes han buscado, por ejemplo, imponer la figura de Mario Vargas Llosa como la de toda América Latina, este artículo rescata las críticas de Edmundo O’Gorman o Enrique Dussel a la visión que se publicitaba sobre la Conquista y colonización de América, y donde parecería que todos en Europa aplaudían la versión impulsada por Felipe González, ella recuerda lo dicho por autores como José Saramago o Manuel Vázquez Montalbán, que desde entonces pedían otra relación entre las dos orillas del mar que compartimos los íberos y los americanos.

      Cierra este volumen un texto de quien escribe estas líneas que revisa la relación de América Latina con su propia historia y que advierte cómo la región es terriblemente hipócrita respecto de la Conquista y la colonia. Mientras con una mano se las condena, se dice en él, con la otra se celebra a quienes las perpetraron, actualizando y dando nuevos bríos al racismo, la desigualdad y la explotación de los unos por los otros.

      Con un rápido recorrido por algunos de los muchos monumentos y homenajes a los artífices del dominio español que todavía se pueden ver en el continente, el texto muestra cómo los pueblos de la América hispana son mucho más herederos de la sociedad colonial y de su vocación para la explotación de lo que se cuentan a sí mismos. Hay muchos a ambos lados del Atlántico, se dice ahí, “que no sólo no ven mal las invasiones ni el colonialismo y la dominación de los demás, sino que las aplauden, hayan sido hace quinientos años o hace menos de dos décadas”.

      El texto revisa también el papel de las estatuas en las sociedades y las razones para derrumbarlas. Del Coloso de Nerón que Vespasiano degolló para convertirlo en homenaje al sol a la estatua de Diego de Mazariegos que un grupo de indígenas mexicanos derribó en San Cristóbal de las Casas, y de la lucha por remover las efigies del esclavista Cecil Rhodes en Reino Unido a la destrucción de la estatua de Sebastián de Belalcázar en Colombia, ahí se reflexiona sobre el rol de estos monumentos como portadores de una historia deformada y sobre la legitimidad de su destrucción.

      Buscando encontrar salidas y asumiendo con Albert Camus que quizá los seres humanos sí necesitamos modelos y héroes, ahí se propone una nueva forma de construirlos: buscando no en quienes vencieron a los demás, sino en quienes supieron


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