Sed de más. John D. Sanderson

Sed de más - John D. Sanderson


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coral que orquestaba Luchino Visconti para Las brujas (Le streghe, 1967). Incluso con directores que le desestabilizaron emocional y profesionalmente, como Glauber Rocha o Silvano Agosti, supo salir airoso en el primer caso (Cabezas cortadas, 1970) e incluso componer un gran papel en el segundo (N.P. il segreto, 1972), pese a la debacle de sus respectivas películas. Hasta su última actuación internacional, en Dagon, la secta del mar (Stuart Gordon, 2001), adaptación de un relato de H. P. Lovecraft, mantuvo esa capacidad magnética de atraer la atención del espectador.

      La carrera de Rabal también constituye un ejemplo de superación personal, ya que compone una historia de ascenso, caída y ascenso. El primer momento culminante en su trayectoria internacional tiene lugar a principios de los años sesenta, paralelamente a los problemas que tuvo con la censura franquista, que provocarían un retraso considerable en el estreno de sus películas extranjeras en España, cuando no directamente su prohibición. Paradójicamente, su trayectoria actoral tocaría fondo en el conocido como periodo de la transición democrática, ya que la eclosión del nuevo cine español que él esperaba no llegó a producirse, y el fin de la década de los setenta le encontraría prestándose a participar en coproducciones internacionales de ínfima calidad que en nada se correspondían a su categoría profesional. No sería hasta mediados de la década siguiente cuando volvería a retomar el vuelo para trabajar con grandes directores del panorama nacional e internacional hasta el fin de sus días.

      Las sesenta y seis películas internacionales que componen el corpus de análisis de este volumen incluyen desde las producciones más laureadas hasta los subproductos más olvidables. Están divididas en una catalogación que pretende combinar cronología y género, así que a lo largo de veinte capítulos asistiremos al desarrollo de su actividad internacional desde Revelación (Prigionieri del male, Mario Costa, 1955) hasta la ya mencionada Dagon, la secta del mar, con una explicación de las circunstancias de cada rodaje, un somero análisis fílmico de las películas y una contextualización cinematográfica, sociocultural y personal del momento de su producción. Se han establecido ciertos parámetros de selección para que el contenido no fuera desbordante, dada la amplia filmografía de Francisco Rabal. No se incluyen películas de directores españoles aunque fueran producciones extranjeras, así que quedan fuera las películas del aragonés, posteriormente nacionalizado mexicano, Luis Buñuel, sobre las que ya hay una más que abundante bibliografía muy válida; sin embargo, el espíritu del genial director planeará sobre este volumen. Y por lo que respecta a las coproducciones que incluían formalmente el nombre de dos directores, uno español y otro extranjero, como trámite para obtener facilidades económicas, nos hemos basado en el punto de vista narrativo para seleccionarlas. Por ejemplo, Llegaron dos hombres (Det kom tva män, Eusebio Fernández Ardavín/Arne Mattsson, 1958) es una película claramente española y, por tanto, no ha sido incluida, mientras que Fra Diávolo (I tromboni di Fra Diávolo, Miguel Lluch/Giorgio Simonelli, 1962), pese a la activa participación del director español, en su conjunto adopta una perspectiva italianizante de la trama argumental y sí se ha incorporado a este volumen. Por último, hay algún título no incluido porque ha resultado imposible localizar una edición en vídeo, DVD o ni siquiera una emisión televisiva para poderlo analizar; y ya que nos referimos a la televisión, las producciones realizadas para ese medio tampoco se han incorporado al ser este volumen esencialmente cinematográfico.

      La focalización en la carrera internacional de Francisco Rabal de ninguna manera quiere menospreciar la cinematografía española. De hecho, las primeras películas en las que destacó su talento actoral se deben al cambio de registro evidenciado en Todo es posible en Granada (1954) e Historias de la radio, ambas de José Luis Sáenz de Heredia, muy superiores en calidad a las primeras películas extranjeras que rodaba por aquellos años. Y debemos recordar el acuerdo crítico generalizado de que la mejor interpretación de toda su carrera fue con el papel de Azarías en Los santos inocentes (Mario Camus, 1984), doblemente importante porque además supuso el relanzamiento de su, por entonces, alicaída carrera. Pero hemos querido llamar la atención sobre la capacidad de un actor español no solo para abrirse camino en cinematografías de otros países en una época de aislamiento político y cultural, sino también para extender su presencia en ellas hasta el último momento de su vida, con los lógicos vaivenes que se pueden esperar de una trayectoria que se prolongó internacionalmente durante cuarenta y seis años.

      Por otra parte, este volumen también quisiera contrarrestar de algún modo el silencio oficial nacional que se dio en su momento sobre algunas de las películas que protagonizó Francisco Rabal en las dos primeras décadas de su trayectoria internacional, con información contrastada en la actualidad sobre las circunstancias profesionales y personales en las que se produjeron. De las que sí se estrenaron, hemos dado prioridad bibliográfica a las críticas y reseñas publicadas en los diarios de mayor tirada nacional, ya que constituyen un testimonio sociocultural más ajustado del punto de vista del régimen político imperante sobre la tan controlada exhibición cinematográfica.

      Capítulo 1

      INICIO DISPERSO

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      Revelación (1955)

      Serán hombres (1957)

      Marisa la civetta (1957)

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      El 2 de septiembre de 1953 se firmaba el llamado «Acuerdo de la Comisión Mixta Cinematográfica Hispano-Italiana» para incentivar económicamente la coproducción entre ambos países. Dentro de este nuevo caldo de cultivo se presentaba al año siguiente la película española El beso de Judas en el Festival Internacional de Cine de Venecia, adonde acudió Francisco Rabal, actor protagonista, acompañado de Ramón Llidó, gerente de la productora Aspa Films. Rabal llevaba tras de sí un largo recorrido de películas religiosas dirigidas por su gran amigo Rafael Gil como Sor Intrépida (1952) o La guerra de Dios (1953), bajo el palio de esa misma productora, que caracterizaba la vocación predominante del cine nacional de la época. El único valor añadido para Rabal en El beso de Judas era que, en su papel de Quinto Licinio, centurión romano finalmente convertido al cristianismo, se le permitía un lucimiento de brazos y piernas no aceptable en películas de otros géneros.

      Rabal le escribía a su esposa desde Venecia relatándole su insólita experiencia en el mercado cinematográfico internacional:

      Bueno, estas cosas de los festivales en un mar de compromisos continuos, de propagandas, de figurar, de ir, de venir. Es, cariño, interesante, no cabe duda,


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