Sed de más. John D. Sanderson
interpreta insinuante una canción acompañada de orquesta ante un público de marineros, pero las elevadas pulsaciones del espectador disminuirán con un desenlace en el que ella se ve abocada a morir para salvar su alma. La extremaunción dada por Don Antonio y el arrepentimiento de los demás implicados aportarán el apropiado epílogo moralista.
Tan pío desenlace no terminaría de satisfacer a cierta crítica española que denunciaba cómo la transigencia del sacerdote hacia delincuentes y prostitutas podía dar mal ejemplo en un país que se vanagloriaba de la mano dura que se empleaba con cualquier descarriado: «No podemos explicarnos, por ejemplo, la actitud del sacerdote que no vacila en mentir y desorientar repetidas veces a la policía dispuesto siempre a pactar con los malhechores».8 Esta bondad excesiva hacia los desheredados podría explicar por qué tardó tres años en ser estrenada en España, aunque el conflicto económico coproductor también tuvo su influencia.
Aquella larga estancia en Roma no fue totalmente improductiva, ya que la sed de conocimiento de Rabal le animaba a aprovechar el tiempo para avanzar en su profesión. Como le contaba a su esposa: «Ahora espero a Marco Guglielmi, con el que voy a asistir a una lección de arte interpretativo con el sistema que emplea la escuela de Elia Kazan: psicoanalítico. Es muy interesante según me han explicado, lo quiero conocer».9 También se produjo un estrechamiento de los lazos de amistad con Jorge Mistral, con quien acababa de compartir reparto en La gran mentira (Rafael Gil, 1956). Mistral ya llevaba tiempo asentado en Roma y fue poniéndole al día sobre diversos aspectos útiles en el plano profesional y personal.
Francisco Rabal ayuda a Jorge Mistral a secarse el pelo.
Su compañerismo se consolidó, como puede apreciarse en la carta escrita por Rabal cuatro días después de iniciarse el rodaje de Serán hombres, con una expresión incluso de mayor alegría por los logros de su amigo que por los suyos propios:
Jorge ha tenido la gran suerte de que van a rodar aquí los americanos –la Fox– una película que dirige Jean Negulesco y que trabajan Cary Grant, Sofía Loren y Clifton Webb. A él le han ofrecido un papel estupendo que tenía que hacer Raf Vallone y que no ha podido hacer. Todos nos pusimos muy contentos por amistad hacia él primero y luego porque esto es bueno para los españoles. Hay que aprender inglés sin falta, M.ª Asunción.10
La última frase sería profética.
El siguiente proyecto de Rabal en Italia, Marisa la civetta (Mauro Bolognini, 1957), despertaba a priori mayores expectativas. El célebre productor Carlo Ponti había finiquitado su asociación con Dino de Laurentiis el año anterior y proseguía su carrera en solitario con películas como la que ahora nos ocupa, para la que firmó un acuerdo de coproducción con el español Alfonso Balcázar. A esto habría que añadir la acreditada solvencia de su director, Mauro Bolognini, y, sobre todo, la identidad del entonces únicamente guionista, Pier Paolo Pasolini, cineasta que deslumbraría al mundo con su realismo crudo (dirigió su primera película, Accattone, en 1961). Su asociación con Bolognini tampoco había dado aún sus mejores frutos, que llegarían con La notte brava (1959) y, sobre todo, con El bello Antonio (Il bell’Antonio, 1960), interpretada por Marcello Mastroianni y Claudia Cardinale. Es destacable la fertilidad creativa del tándem Bolognini-Pasolini (Marisa la civetta sería la primera de las cinco películas que rodarían juntos) ya que el contraste entre sus concepciones del cine y de la vida no podía ser más contrapuesto, con la discreción y la cuidada estética por bandera del primero frente a la desafiante vida pública y el vanguardista lenguaje cinematográfico del segundo.
Pero en lo que verdaderamente estaba interesado Ponti era en el lanzamiento de la carrera de Marisa Allasio, figurante en su ya mencionada superproducción Guerra y Paz, donde había coincidido con May Britt, y a la que ya había puesto al frente del reparto de Ragazze d’oggi (Luigi Zampa, 1955) y Diablillos de uniforme (Le diciottenni, Mario Mattoli, 1956). Con Marisa la civetta incluía su nombre de pila en el título para mayor impacto publicitario, y ese mismo año de 1957 le produciría Camping (Franco Zefirelli) y Susana, pura nata (Susanna tutta panna, Steno), esta última coprotagonizada por otro actor español, Germán Cobos, que también se había hecho un hueco en Roma. Sin embargo, poco beneficio le sacaría a su inversión ya que, al igual que su colega sueca, Marisa Allasio también pondría súbito fin a su incipiente carrera actoral en 1960 para casarse con Pier Francesco Vittorio Maria Agostino Luca Frediano Calvi di Bérgolo, séptimo conde de Bérgolo y nieto del rey de Italia Víctor Manuel III.
Asunción Balaguer había decidido que toda la familia estuviera junta en Roma durante el rodaje:
Nos hospedamos con los niños en el American Palace, donde también se alojaban Germán Cobos, Elisa Montes y Jorge Mistral, que allí era famosísimo y muy querido. Paco siempre le aconsejaba a Jorge que tenía que hacer una vida más normal, porque tenía mujer, se casó con una mejicana, y dos hijos, y a veces venía ella a Roma y Jorge andaba por ahí con otras. Paco, que sufría mucho por él, le decía, «¡Hombre, Jorge, que ha venido tu mujer de Méjico!».
Como en el American Palace podías también alquilar apartamentos y cocinar, Jorge Mistral hacía la comida para los españoles; lo olían los clientes italianos y decían: «Queremos eso», pero era solo para nosotros. Allí conoció también Paco a Antonio Passalia, un siciliano que vendía de todo e iba mucho por el Palace pese a no vivir allí.11
No podía predecir entonces Asunción lo preponderante que llegaría a ser la presencia de Antonio Passalia en la vida cotidiana de su familia. La rocambolesca compra de un coche deportivo rojo en Roma por parte de su marido, que tuvo que poner a nombre de Passalia para poder traerlo a España, provocó que este acabara instalándose en Madrid durante casi dos años, todo a cuenta de los Rabal.
Ponti, por su parte, no las tenía todas consigo con respecto al proceso de producción de la película, y así relataba su experiencia al acudir al rodaje (Faldini y Fofi, 1979: 351, traducción nuestra): «Todo lo que vi fue a una mujer que caminaba por una estación de tren. Y caminaba, y caminaba. ¡Dios mío, qué aburrimiento!». Esto sucede ya en la primera escena, pero se puede disentir sobre el aburrimiento, ya que se trata de un interesante plano-secuencia en el que Marisa se pasea por la ciudad despertando la euforia de una extensa coreografía de admiradores. Vende helados en una estación de tren acompañada de su confidente, Fumetto (Giancarlo Zarfati), niño vagabundo que aporta el contrapunto cómico al desparpajo físico de la protagonista. Entre tanto hombre destaca un joven marinero, Ángelo (Renato Salvatori), candidato mejor situado para convertirse en su novio oficial. Un día aparece un nuevo jefe de estación, Antonio, más interesado por el porvenir personal de Marisa que por su atractivo, ya que adopta un papel paternalista al pretender enviarla a una escuela de telegrafistas para que asegure su futuro. Ella intenta flirtear con él, pero Antonio se mantiene firme, entre otros motivos porque ya tiene novia formal, Luisa (María Cuadra). Antonio es Paco Rabal.
Rabal actúa de forma distendida con un tempo actoral mucho más dinámico que en las dos películas anteriores. Disfruta de menos minutos en pantalla (hay muchos hombres para una sola mujer), pero su Antonio tiene un proceso evolutivo más elaborado que los muy previsibles Sergio Gresky y Giacomo. La vena cómica ligera que había empezado a explorar en España bajo la dirección de Sáenz de Heredia encontró una saludable continuidad en este film de Bolognini. Cuando su personaje empieza a perder seguridad tiene momentos particularmente graciosos.
Como Antonio no le hace sentimentalmente caso a Marisa, y su novio marinero Ángelo se marcha a una misión militar, ella empieza una relación con Lucicotto (Ángel Aranda), el segundo mando de la estación. Entre tantas hormonas desatadas aparece Luisa, recelosa ante el torbellino generado alrededor de la protagonista, y aunque Antonio