Julio Ramón Ribeyro. Antonio González Montes

Julio Ramón Ribeyro - Antonio González Montes


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a la que no… Bueno, la quise al comienzo, es verdad, pero se marchitó tan rápido, se volvió fea, egoísta, vulgar. (Ribeyro, 1994, II, p. 221)

      Las expresiones del frustrado viudo son tan claras que no merecen un mayor comentario. Solo cabe destacar que ellas, en su descarnada franqueza, contrastan con el elogio de Virginia que hizo en su perorata pública momentos antes. Como habíamos indicado, el narrador pone en evidencia el doble discurso del alcalde con respecto a su mujer y al matrimonio y lo descubre en sus propósitos de seducir a la joven, a quien no vacila en piropear y pedir que regrese a esa casa y “al huerto a recoger un poco de fruta”.

      Virginia aprovecha la ocurrencia de un barullo en la sala para romper el cerco de seducción que le ha tendido el alcalde y sale de la terraza. Pero lo que observa en la sala tampoco es muy gratificante para ella porque descubre a su padre haciendo el ridículo ante la complacencia de “un corro de borrachos” y escucha a su madre censurando la conducta de su cónyuge y lamentando que: “¡Hace veinte años que haces lo mismo!”. Esta última frase posee para Virginia un sentido especial porque se asocia a lo que le ha dicho un poco antes el alcalde.

      El relato concluye con un final abierto e inconcluso, que deja a la protagonista en una situación de desazón porque ha vivido en poco tiempo dos experiencias contrapuestas: la primera, la salvación de Rosina, probablemente le produjo una sensación gratificante. La segunda, lo que ha visto, oído y sentido en su casa y en la del alcalde le ha provocado un desánimo con respecto al significado de los afectos y comportamientos humanos, siempre tan complicados y contradictorios.

      Para terminar, nos parece válido señalar que el título del relato deviene en un enunciado irónico y crítico con respecto a la historia recreada por el narrador. En efecto, la expresión “una medalla”, que exhibe usualmente una connotación positiva se transforma en una frase cruel en relación con la protagonista, porque la condecoración recibida, a la larga, la degrada en cuanto se ha visto sometida a una agresión descarada y ofensiva de parte de quien representa la autoridad.

      El alcalde ha aprovechado su investidura para tratar de seducir a una joven que recién está aprendiendo a vivir. Y el nombre mismo de la protagonista, “Virginia”, y su afinidad con “virginidad” y “pureza” asume un sentido contrario: después de lo que ha visto y vivido cabe decir que queda “manchada” por las conductas degradantes de su padre y, sobre todo, del alcalde, que la hacen conocer a edad tan temprana las inclinaciones y actitudes deplorables del ser humano. En suma, Virginia pasó del estado de inocencia en que había vivido a una conciencia de existir en un entorno inauténtico y frustrante.

      “Un domingo cualquiera”1

      En este relato, un narrador heterodiegético, en tercera persona, recrea una historia lineal, protagonizada por dos mujeres jóvenes, que pasan juntas unas horas, de “un domingo cualquiera”, como señala el título. Por ello, cabe señalar que es un texto que emplea la técnica de in media res (enfoca a las dos jóvenes a partir de cierto momento) y se concentra en mostrar un tiempo breve compartido y que sirve para que Nelly y Gabriella se conozcan más y vivan algunas experiencias significativas que el narrador se encarga de evidenciar a través de una trama sencilla que incluye las interacciones entre estas dos muchachas.

      Nos parece pertinente señalar que las acciones se realizan en un lugar que de modo general podemos reconocer como Lima, mas este nombre, a su vez, alude a espacios diferenciados desde puntos de vista geográficos y sociales. Lo geográfico se refiere a que los sucesos se inician en una zona urbana específica que luego identificaremos; y estos continúan en gran parte en una playa situada al sur de Lima, a la que las jóvenes llegan mediante un viaje que las hace recorrer algunos puntos reconocibles del entorno limeño. Asimismo, el relato concluye con el retorno un tanto accidentado, desde la playa hacia la ciudad de la que habían partido.

      Desde el punto de vista social, que se combina con el geográfico, si bien Nelly y Gabriella son de la misma edad y comparten el gusto por la aventura, como lo prueba el viaje no planeado que realizan a la playa2, cada una pertenece a mundos diversos y hasta encontrados. Nelly, por ejemplo, vive en el barrio de Matute, ubicado en el populoso distrito limeño de La Victoria; allí habita gente de modestos recursos económicos, como la familia de Nelly que reside en un pequeño departamento. A su vez, Gabriella es vecina de Miraflores, un distrito mucho más moderno y poblado por gente de mejor situación económica. De hecho, en la década del sesenta, cuando se escribió el relato, Miraflores y San Isidro eran los distritos más exclusivos de Lima3.

      El hecho de que las dos protagonistas pertenezcan a clases sociales y a distritos de diferente nivel socioeconómico explica que cada una de ellas muestre un comportamiento distinto. Gabriella, quien ella llega a Matute manejando el carro de su padre, aparece como un personaje más decidido y con más solvencia material y seguridad en su actuar; la joven miraflorina va hasta la casa de Nelly para invitarla “a dar una vuelta”. Habría que aclarar que entre ellas no hay amistad, pues recién se han conocido en una fiesta en días pasados. El narrador agrega otro detalle que refuerza la diferencia entre una y otra: Gabriella, además de conducir el “Chevrolet azul”, es “una muchacha rubia”4.

      Una vez que Nelly acepta la invitación de la otra joven, a quien no hace subir a su departamento porque teme que le cause una mala impresión, ambas jóvenes inician un viaje aún sin rumbo conocido en el auto de Gabriella que es la que conduce con gran seguridad. Como casi no se conocen, dialogan para informarse la una de la otra, aunque es la conductora del vehículo la que tiene la iniciativa en cuanto a la conversación.

      Es válido que el lector se pregunte el porqué del interés de Gabriella por ir a visitar e invitar a hacer un paseo a alguien que vive lejos de ella y que pertenece a otro mundo social, situación de la que ambas son conscientes. En otros términos, por qué la joven miraflorina abandona por unas horas la seguridad de su entorno y se arriesga a desplazarse hasta un barrio que para ella es lejano y peligroso. Y este aspecto lo perciben los peatones de Matute, a quienes llama la atención que una “muchacha rubia, esplendorosa” recorra con su “enorme Chevrolet” las calles de La Victoria.

      La respuesta a esta interrogante la plantea la propia Gabriella cuando luego de hacer algunas averiguaciones acerca de la familia de Nelly, le dice a esta que “el jueves que te conocí en la fiesta me di cuenta de que eras distinta de las otras chicas. Pareces más seria, más mujer. ¿Me dijiste que tenías diecisiete años?” (Ribeyro, 1994, II, p. 226). Lo cual revela que la “muchacha rubia”, como la denomina el narrador, es una persona curiosa y deseosa de ampliar su experiencia de vida, y por ello se ha aproximado a alguien que pertenece a otro microcosmos, de los varios que integran la ya entonces heterogénea ciudad capital.

      Animada por ese mismo espíritu de aventura y de desafío a las normas sociales “No tengo brevete, pero manejo desde los quince años. Nunca he chocado” (Ribeyro, 1994, II, p. 227), Gabriella le propone a su nueva amiga ir a la playa. Y en efecto llevan a la práctica el plan y en su realización, la joven miraflorina se luce como una gran conocedora de las rutas porque en el curso de las horas que el relato recrea, las amigas recorren dos circuitos: uno más próximo y otro más lejano y riesgoso. Y en cada uno de ellos, Gabriella se mueve con gran dominio de escena, sabe cómo actuar.

      También cabe destacar que si bien trata con cortesía a Nelly y se convierte en su cicerone, en cierto momento subraya la diferencia social que hay entre ella y su compañera de viaje. Ello ocurre, por ejemplo, cuando niega con énfasis, aunque a ella no le conste, que el padre de Nelly —ya fallecido— haya tenido un “Cadillac verde”; con lo cual pone al descubierto la mentira que urdió su amiga de Matute. Y un poco después de este incidente, sin duda incómodo para Nelly, Gabriella elabora una suerte de explicación sobre las causas últimas que llevaron a su acompañante a mentir:

      No sé cómo será ser pobre, pero creo que uno no debe avergonzarse. Yo soy hija única, he tenido siempre lo que he querido. Pero, ¿quieres que te lo diga? Mi vida es un poco vacía. Envidio a las chicas como tú que trabajan, que van a la universidad. Mi papá no quiso que yo fuera a la universidad porque dijo que estaba llena de cholos. (Ribeyro, 1994, II, p. 227)

      En realidad, este


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