Historia de los sismos en el Perú. Lizardo Seiner Lizárraga

Historia de los sismos en el Perú - Lizardo Seiner Lizárraga


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de los diseños estructurales de las edificaciones concebidas por los ingenieros (Suárez Reynoso, 1996: 11).

      De ello surge, entonces, la necesidad de establecer estimaciones confiables de peligro sísmico. En la investigación de sismos históricos se cuenta con un componente sismológico y otro social. El primero consiste en conocer qué ocurrió durante un sismo y, a partir de eso, derivar su localización, magnitud aproximada y otros parámetros; luego los resultados se evalúan, eventualmente de manera estadística, a fin de precisar mejor el peligro sísmico de la zona. Sin embargo, ello topa con graves limitaciones derivadas del carácter de la información histórica, la cual, de suyo, es fragmentaria, subjetiva y parcial; por consiguiente, impide cumplir satisfactoriamente las metas. El segundo componente, el social, propone una metodología para la búsqueda e interpretación de las descripciones de los daños y efectos de los sismos, talón de Aquiles de un vasto número de recopilaciones de sucesos históricos (ibíd.: 12). El estudio de los efectos contribuye decisivamente a definir los modos en que una sociedad se enfrentó al peligro sísmico.

      Virginia García Acosta relata que los sismos sucedidos en México D.F., en 1985, fueron el germen del desarrollo de una conciencia de riesgo sísmico y, también, de un renovado rescate de la historia sísmica de México. El proyecto demandó varios años de esfuerzos y se inició bajo el auspicio de Ciesas. Empezó revisando algunas cronologías sísmicas disponibles y luego pasó a revisar fuentes primarias para las épocas prehispánica y colonial. Las cronologías disponibles para México tuvieron que ser ampliadas y afinadas. Un primer resultado apareció en 1987, y demostró que los catálogos disponibles sufrían de omisiones e imprecisiones. Una segunda etapa se prolongó entre 1987-1991 y sirvió para recoger más información, ampliándola hasta el siglo XIX. La búsqueda se inició en bibliotecas y archivos del Distrito Federal, y luego pasó a provincias, elegidas con base en su potencial sísmico; finalmente, las búsquedas llegaron al Archivo General de Indias. El resultado es notable: un catálogo descriptivo hecho a partir de un esfuerzo multidisciplinario, plasmado en una doble visión de los sismos: como fenómeno natural y, también, social.15

      Es evidente que los tres casos reseñados distan de ser los únicos, pero son enormemente útiles de conocer, en la medida en que permiten aquilatar el valor de experiencias exitosas en las que la difusión y conformación de equipos multidisciplinarios han ofrecido resultados palpables y de gran impacto social y académico.

      En este continente los avances revelan una acción emprendida a lo largo de un tiempo mayor, cuyo fruto es el establecimiento de redes continentales de investigadores. Dentro de la European Seismological Commission16 (en adelante ESC) —formada en 1952— funciona un grupo de trabajo en sismología histórica, en el que se implementó, entre 1989 y 1993, el proyecto “Review of historical seismicity in Europe”, basado originalmente en una propuesta planteada en la XII reunión de la ESC, relativa a la creación de un catálogo sísmico europeo unificado. Los resultados fueron halagadores, pues se afinaron decenas de registros sísmicos; sin embargo, lo más importante fue que se puso de manifiesto el valor del encuentro entre sismólogos e historiadores, quienes conocieron los métodos y alcances de la metodología empleada por cada experto en esas áreas.17 No obstante los avances en materia institucional europea, es bueno destacar los avances nacionales y, en tal sentido, los logros alcanzados en Italia por Emanuela Guidoboni —probablemente, los más destacados a escala europea—, esencialmente por la exhaustiva revisión de fuentes históricas que sustentan sus investigaciones.

       4.1 El estudio de la dimensión religiosa

      Manuel de Mendiburu —militar de carrera y famoso polígrafo peruano—, antes de entrar de lleno a narrar lo ocurrido en Lima a raíz del terremoto que la asoló el 28 de octubre de 1746, presenta una breve y compendiosa evolución del culto religioso limeño relacionado con los sismos:

      A los 52 años de su fundación [terremoto], el 9 de julio de 1586, día de la Visitación a Santa Isabel que fue jurada patrona contra temblores. A los 44 años sucedió la segunda ruina de 27 de noviembre de 1630 y dio origen al protectorado de la Virgen que se tituló del Milagro, 57 años después aconteció el terremoto de 20 de octubre de 1687 y se juró por segunda abogada a la Virgen conocida con la advocación de las lágrimas. Pasados 59 años se destruyeron Lima y el Callao el 28 de octubre de 1746 día de los santos Simón y Judas que fueron declarados patrones en tercer lugar… (Mendiburu, [1885], 1933, VII: 182-183).

      El listado no deja de ser interesante, pero revela una omisión flagrante: no haber incorporado en la lista al Señor de los Milagros, en quien ya había recaído el encargo de erigirse como protector de la ciudad desde 1715 (Vargas Ugarte, 1966: 77-80).

      Otras ciudades también establecieron advocaciones para otros guardianes celestiales. A mediados del siglo XVI, Arequipa se hallaba en un serio conflicto; a juicio de la Iglesia, la ciudad se hallaba sobreprotegida, pues, aparte de haberse consagrado a Nuestra Señora de la Asunción y jurar solemnemente defender el misterio de la Concepción, contaba además con tres santos padrinos: santa Marta, contra los terremotos; san Sebastián, contra las epidemias, además de defensor contra las erupciones volcánicas; y san Genaro, también conocido con el nombre de san Januario. Se trataba de una situación anómala, toda vez que contar con varios intercesores entraba en entredicho con lo que Urbano VIII tenía mandado desde hacía medio siglo: que ninguna ciudad se amparase en más de un santo. Puesto a debatir, el cabildo no se vio en otra alternativa que elegir uno solo, elección que recayó en santa Marta, la que quedaría como patrona tutelar (Ricketts [1990], apud Rivera Martínez, 1996: 100). El hecho revelaba el temor reverencial que los arequipeños dispensaban a los sismos, eventos que solían presentarse con mayor frecuencia que los otros dos.

      Los ejemplos anteriores muestran la íntima relación que existe entre sismicidad y religiosidad. Es claro que un aspecto interesante y central para apreciar la dimensión social de los eventos sísmicos del pasado es la dimensión religiosa. En el sentir de los contemporáneos, un sismo no es sino la manifestación explícita de la ira divina como castigo a una extendida práctica pecaminosa en la sociedad; es, por consiguiente, un poderoso activador de la fe.

      No obstante, este efecto sobre la fe no asegura el mantenimiento de prácticas piadosas: no son pocas las ocasiones en las cuales, tras un sismo y habiéndose dado una serie de pietísimas manifestaciones religiosas —expresadas en sermones y procesiones—, al cabo de un tiempo vuelven a denunciarse los pecados cometidos, generalmente los mismos aludidos antes del evento sísmico. María Emma Mannarelli ha estudiado una dimensión importante de la religiosidad limeña del siglo XVII.18 En suma, la vida religiosa permeabiliza todas las manifestaciones sociales, y los autores coinciden en ello: ya el padre Vargas Ugarte indicaba que el púlpito era la caja de resonancia de la vida cotidiana de la ciudad (Vargas Ugarte, 1942). Años después, Guillermo Lohmann también coincidía en lo mismo (Lohmann, 1996). Muchas ciudades peruanas de época virreinal son testigos de tales manifestaciones.

      La historia de Lima, durante el Virreinato, está plagada de historias vinculadas con sucesos considerados extraordinarios en la época. Una imagen de la Virgen, muy antigua y traída de España, ubicada en la capilla asignada a la cofradía de la Purísima Concepción en el templo de San Francisco, fue la que obró el prodigio asociado al terremoto de 1630 (Bernales Ballesteros, 1972: 96). La ocurrencia del suceso, extraordinario en la percepción de los individuos de aquel entonces, fue motivo para materializar el agradecimiento por la intercesión mariana. La capilla del Milagro, colindante con el convento grande de San Francisco, inició su edificación a partir de dicho evento (Portal, 1924: 309).

      También la historia de la mayor expresión de devoción católica de América hispana, la procesión del Señor de los Milagros, está asociada a sucesos de este tipo. Hace varios años, Vargas Ugarte ya dio puntual cuenta de la evolución del culto del pueblo limeño hacia la imagen, cuyos orígenes remonta hasta el sismo que afectó seriamente la ciudad en 1655 (Vargas Ugarte, 1966: 9).

      Los


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