La fábrica mágica . Морган Райс

La fábrica mágica  - Морган Райс


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cosas intangibles y místicas.

      Justo entonces, el olor de la cena llegó hasta él. Desde donde estaba en el suelo, Oliver no pudo evitar mirar hacia la mesa. Allí estaba Chris, con la mirada clavada en Oliver. Se metió una patata grande en la boca e hizo una amplia sonrisa mientras le caía la grasa hasta la barbilla.

      Oliver le lanzó una mirada asesina y tuvo la sensación de que la ira lo invadía. ¡Esa patata era suya! Se apoderó de él una fuerte necesidad de ir hacia allí, barrer la mesa con el brazo y tirar al suelo todo lo que había en ella, con un fuerte estruendo. Ahora podía visualizarlo. ¡Sería una dulce victoria!

      De repente, la sensación de ira de Oliver fue sustituida por algo diferente, algo nuevo que nunca antes había sentido. Con un zumbido, lo invadió una extraña calma, una rara sensación de seguridad. Y de golpe, un fuerte crujido procedente de la mesa retumbó. Una de sus patas se había partido justo por la mitad. La mesa se tambaleó, de repente, hacia un lado. Todos los platos empezaron a resbalar por ella, hasta llegar al final y hacerse añicos uno a uno en el suelo. El ruido fue espantoso.

      Su padre y su madre chillaban, ambos asustados por el repentino giro de los acontecimientos. Cuando los guisantes y las patatas salieron volando por todas partes, se levantaron de sus sillas de un salto.

      Estupefacto, Oliver también se puso de pie de un salto. ¿Había hecho él que esto sucediera? ¿Solo con su mente? ¡No podía ser!

      Mientras su madre iba a toda prisa a la cocina, en busca de trapos para limpiar aquel desastre, su padre se arrodillaba para examinar la mesa.

      —¡Qué baratija! —dijo bruscamente—. ¡La pata se ha partido por la mitad!

      Desde la mesa, Chris tenía la mirada fija en Oliver. Hubiera partido la pata de la mesa con la mente o no, estaba claro que Chris culpaba a Oliver de ello.

      Con la mirada clavada en Oliver, Chris se levantó poco a poco de la silla. De su regazo cayeron patatas y guisantes rodando hasta el suelo. Cada vez tenía la cara más roja. Apretó los puños con fuerza. Después, salió disparado como un cohete, pero con torpeza, hacia Oliver.

      Oliver resopló y se dirigió rápidamente a la trampa cazabobos. Sus dedos se movían con rapidez para prepararlo.

      —«¡Por favor, funciona! ¡Por favor, funciona!» —pensaba una y otra vez.

      Todo parecía suceder como a cámara lenta. Chris se plantó amenazador ante Oliver. Oliver pisó con fuerza la palanca. Oliver seguía con su deseo de que la máquina funcionara, imaginando que el soldado volaba por los aires igual que había imaginado que los platos se estrellaban contra el suelo. Y entonces, como era de esperar, el mecanismo empezó a zumbar. El soldado salió disparado por los aires, dibujó un arco e impactó contra Chris con su rifle de plástico afilado, ¡justo en medio de los ojos!

      El tiempo aceleró hasta lo normal. Oliver resopló, anonadado, casi sin poder creer que hubiera funcionado.

      Chris estaba allí, perplejo. El soldado cayó al suelo. En medio de la frente de Chris había una pequeña marca roja, una heridita de la pistola de plástico duro.

      —¡Enano tarado! —chilló Chris, frotándose la cabeza incrédulo—. ¡Me vengaré de esto!

      Pero por primera vez en su vida, dudó. Parecía demasiado escarmentado como para acercarse a Oliver, para golpearle en la oreja o frotar los nudillos contra su cabeza. En su lugar, se echó hacia atrás como si tuviera miedo. A continuación, salió hecho una furia de la habitación y subió las escaleras. El ruido del portazo resonó en toda la casa.

      Oliver se quedó con a boca abierta. ¡No podía creer que hubiera funcionado de verdad! No solo había hecho que su invento funcionara en el último segundo, ¡sino que literalmente había hecho caer la comida de Chris al suelo con su mente!

      Se miró las manos. ¿Tenía algún tipo de poder? ¿Realmente existía algo como la magia? No podía empezar a creer de repente en ella por una pequeña experiencia. Pero en el fondo sabía que de algún modo era diferente, que tenía algún tipo de poder.

      Con la mente dándole vueltas, volvió a su libro y leyó, por millonésima vez, el pasaje sobre Armando Illstrom. Gracias a su invento, Oliver había asustado a Chris por primera vez en su vida. Deseaba conocer a Armando Illstrom más que nunca. Yen realidad la fábrica no estaba tan lejos de su nueva escuela. Tal vez debería visitarlo mañana después de la escuela.

      Pero seguramente él ahora sería un hombre muy mayor. Posiblemente tan mayor que ya habría pasado a mejor vida. Pensar eso entristecía a Oliver. Odiaría que su héroe hubiera muerto antes de que hubiera tenido ocasión de conocerlo, ¡y de agradecerle que inventara la trampa cazabobos!

      Leyó de nuevo el pasaje sobre la serie de inventos fallidos de Armando. El pasaje enunciaba –en un tono bastante irónico, observó Oliver- que Armando Illstrom había estado a punto de inventar una máquina del tiempo cuando estalló la Segunda Guerra Mundial. Su fábrica fue a menos. Pero cuando terminó la guerra, Armando nunca intentó terminar su invento. Desde el principio, todos lo habían ridiculizado por intentarlo, llamándolo el Edison Menor. Oliver se preguntaba por qué Armando había parado. Seguro que no era porque unos inventores bravucones se habían reído de él.

      Se le despertó el interés. Decidió que, al día siguiente, encontraría la fábrica. Y si Armando Illstrom todavía estaba vivo, le preguntaría, a la cara, qué había pasado con su máquina del tiempo.

      Sus padres aparecieron por la esquina de la cocina, ambos cubiertos de comida.

      —Nos vamos a la cama —dijo su madre.

      —¿Y qué pasa con mis sábanas y mis cosas? —preguntó Oliver, mirando al hueco vacío.

      Su padre suspiró.

      —Supongo que quieres que vaya a buscarlas al coche, ¿verdad?

      —Estaría bien —respondió Oliver—. Me gustaría dormir bien antes de ir mañana a la escuela.

      La sensación de terror que sentía por el día de mañana empezaba a crecer, siendo un reflejo de la tormenta que se estaba formando. Ya podía decir que iba a pasar el peor día de su vida. Por lo menos, quería estar descansado para prepararse. Había tenido tantos horribles primeros días en escuelas nuevas, que estaba seguro de que mañana iba a ser otro para añadir a la lista.

      Su padre salió de la casa caminando fatigosamente y de mala gana, una columna de aire se coló rugiendo cuando abrió la puerta. Volvió al cabo de unos segundos con una almohada y una sábana para Oliver.

      —De aquí a dos días compraremos una cama —dijo, mientras le daba la ropa de cama a Oliver. Estaba fría por haber estado todo el día en el coche.

      —Gracias —respondió Oliver, agradecido por esa mínima comodidad.

      Sus padres se fueron, apagaron la luz al marcharse, sumergiendo a Oliver en la oscuridad. Ahora la única luz de la habitación venía de fuera, de una farola de la calle.

      El viento empezó a rugir de nuevo y los cristales de las ventanas traqueteaban. Oliver veía que el tiempo estaba alborotándose, que había algo raro en el aire. En la radio había oído que se acercaba una tormenta nunca vista. No podía evitar emocionarse por ello. La mayoría de niños tendrían miedo de una tormenta, pero Oliver solo tenía miedo de su primer día en su nueva escuela.

      Fue hacia la ventana y apoyó los codos en el alféizar, tal y como había hecho antes. El cielo estaba casi completamente oscuro. Un árbol larguirucho se movía con el viento, doblado hacia un lado de forma pronunciada. Oliver se preguntaba si podría quebrarse. Ahora podía imaginarlo, la fina corteza se partía, el árbol salía lanzado hacia el aire y se lo llevaban por el viento extremo.

      Y entonces fue cuando los vio. Justo cuando estaba cambiando a su estado de ensoñación, vio a dos personas que estaban al lado del árbol. Una mujer y un hombre que se parecían extraordinariamente a él, tanto que podrían confundirse con sus padres. Tenían caras amables y le sonreían mientras se daban las


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