Por y Para Siempre. Софи Лав

Por y Para Siempre - Софи Лав


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eso no depende de él, sino del banco. Y me he puesto en contacto con ellos para hablarles de tu ocupación ilegal de la casa y del negocio ilegal que llevas en ella.

      ―Eres un capullo ―intervino Daniel, cuadrando los hombros de manera protectora frente a él.

      ―Déjalo ―dijo Emily, poniéndole la mano en el brazo. Lo último que necesitaba era que Daniel perdiera el control.

      Trevor sonrió con suficiencia.

      ―La prórroga del alcalde Hansen no durará eternamente, y desde luego no tiene ningún peso legal. Y voy a hacer todo lo que esté en mi poder para asegurarme de que tu hostal se hunde y nunca vuelve a salir a flote.

      CAPÍTULO TRES

      Emily miró cómo Trevor se alejaba entre la gente.

      En cuanto hubo desaparecido Daniel se giró hacia ella con un marcado ceño en el rostro.

      ―¿Estás bien?

      Emily no pudo contenerse; se dejó caer contra su amplio pecho, apretando la cara contra su camisa.

      ―¿Qué voy a hacer? ―jadeó―. Los impuestos me arruinarán el negocio antes incluso de empezar.

      ―Ni hablar ―dijo Daniel―. Eso no pasará. Trevor Mann nunca ha mostrado interés alguno en tu propiedad hasta que apareciste y la convertiste en algo de deseable. Simplemente está celoso de que tu casa sea mucho mejor que la suya.

      Emily intentó reírse de su broma, pero lo único que consiguió fue emitir un gorgoteo húmedo. La idea de dejarlo y volver a Nueva York como un fracaso pesaba en su mente.

      ―Pero tiene razón ―repuso ella―. El hostal nunca funcionará.

      ―No hables así ―la regañó Daniel―. Todo irá bien. Yo creo en ti.

      ―¿De verdad? ―preguntó―. Porque yo casi no lo hago.

      ―Bueno, pues quizás sea el momento de empezar a hacerlo.

      Emily alzó la vista para mirarlo a los ojos y su expresión decidida le hizo sentir que quizás sí que pudiera hacerlo.

      ―Ey ―dijo Daniel, y sus ojos brillaron de repente llenos de travesuras―. Tengo algo que quiero enseñarte.

      No parecía nada desanimado por la melancolía de Emily. La cogió de la mano y tiró de ella entre el público, llevándola en dirección al puerto deportivo. Se dirigieron juntos hacia la dársena.

      ―¡Tachán! ―exclamó, haciendo un gesto hacia el precioso barco restaurado que se mecía sobre el agua.

      La última vez que Emily había visto aquel barco, a duras penas estaba en condiciones para echarse a la mar, pero ahora brillaba como si fuese nuevo.

      ―No me lo puedo creer ―tartamudeó―. ¿Has arreglado el barco?

      Daniel asintió.

      ―Sí. Le he dedicado mucho tiempo y esfuerzo.

      ―Se nota.

      Recordó cómo Daniel le había dicho que había chocado con alguna especie de barrera mental en su restauración del barco, que no sabía por qué pero no se sentía capaz de seguir trabajando en él. Verlo ahora hacía que se sintiera profundamente orgullosa, no sólo por la belleza que Daniel le había devuelto a la nave, sino porque había conseguido superar cualquiera que fuese el problema que lo había estado frenando. Le devolvió la sonrisa, sintiendo un cosquilleo de felicidad en su interior.

      Pero al mismo tiempo sintió un atisbo de tristeza; allí había otro medio de transporte más que podía alejar a Daniel de ella. Daniel siempre estaba en movimiento, ya fuera con sus largos paseos en moto por los acantilados o con los viajes a las ciudades cercanas en su camioneta. Le resultaba tan evidente que quería ver mundo y explorar que ni siquiera le cabía duda alguna. Sabía que, tarde o temprano, Daniel necesitaría dejar Sunset Harbor. Si ella se iría con él cuando llegase el momento era algo que todavía no había decidido.

      Daniel le dio un codazo juguetón.

      ―Debería darte las gracias.

      ―¿Por qué? ―preguntó Emily.

      ―Por el motor.

      Había sido ella quien le había comprado el motor nuevo a modo de gracias por toda la ayuda que Daniel le había ofrecido en la preparación del hostal, además de ser un intento para animarlo a restaurar el barco.

      ―No es nada ―contestó, preguntándose si aquel regalo acabaría mordiéndole el trasero. Preguntándose si el hecho de restaurar el barco despertaría el anhelo de Daniel de ponerse en marcha.

      ―Así que ―continuó Daniel, señalando el barco―, he pensado que, a modo de gracias, deberías acompañarme en el viaje inaugural.

      ―¡Oh! ―dijo Emily, sorprendida por la propuesta―. ¿Quieres ir a dar una vuelta en barco? ¿Ahora? ―No pretendía sonar tan estupefacta.

      ―A menos que no quieras ―repuso Daniel, frotándose el cuello con aire incómodo―. Simplemente he pensado que podríamos tener una cita.

      ―Sí, desde luego ―dijo Emily.

      Daniel subió a bordo de un salto y le tendió la mano. Emily la aceptó y dejó que la guiase. El barco se meció debajo de ella, haciendo que trastabillara.

      Daniel encendió el motor y guió el barco fuera del puerto deportivo, saliendo al océano lleno de reflejos. Emily respiró profundamente el aire marino, mirando cómo Daniel marcaba el rumbo por el agua. Parecía tan en casa timoneando el barco, del mismo modo en que su moto parecía convertirse en una extensión de su propio cuerpo. Era la clase de hombre que disfrutaba del movimiento continuo, y al mirarlo ahora Emily podía ver lo viveza y felicidad que se adueñaban de él cuando iba en busca de la aventura.

      Aquel pensamiento aumentó su melancolía. El deseo de Daniel de explorar el mundo era algo más que un sueño; era una necesidad. Era imposible que pudiera quedarse en Sunset Harbor durante mucho más tiempo. Y Emily tampoco había decidido cuánto iba a quedarse ella. Quizás su relación estuviese condenada. Quizás sólo sería algo fugaz, un momento perfecto congelado en el tiempo. La idea le revolvió el estómago de pura desesperación.

      ―¿Qué ocurre? ―preguntó Daniel―. No te estarás mareando, ¿verdad?

      ―Puede que un poco ―mintió Emily.

      Alzó la vista y vio que se estaban dirigiendo hacia una pequeña isla en la que había poco más que un par de árboles y un faro abandonado. Se irguió, sorprendida.

      ―¡Oh, Dios! ―exclamó.

      ―¿Qué pasa? ―preguntó Daniel. Se podía oír el pánico en su voz.

      ―¡Mi padre tenía un cuadro de esa isla en nuestra casa de Nueva York!

      ―¿Estás segura?

      ―¡Al cien por cien! ¡No me lo puedo creer! Nunca me había dado cuenta de que fuera un cuadro de un lugar real.

      Daniel abrió mucho los ojos. Parecía tan sorprendido por la coincidencia como Emily.

      Sus preocupaciones se desvanecieron ante aquella inesperada sorpresa y Emily se apresuró en quitarse las deportivas y los calcetines. Saltó del barco casi antes de que éste llegase a tierra y las olas le lamieron las espinillas con un agua fría que a duras penas sintió. Salió corriendo del agua hasta llegar a la arena húmeda de la playa y un poco más allá antes de detenerse y levantar las manos, formando un rectángulo con los dedos y los pulgares y cerrando un ojo. Cambió un poco de posición para que el faro quedara a la derecha con el sol junto a él y el vasto océano extendiéndose al otro lado. ¡Y sí! ¡Era exactamente el mismo ángulo del cuadro que había colgado en su hogar!

      No le sorprendía que su padre hubiese tenido un cuadro como aquel, a fin de cuenta


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