Solo los Valientes. Морган Райс
lo montó, lo guio hacia adelante y se puso en marcha a través de los árboles en una dirección que no tenía nada que ver con ninguno de los pueblos que Royce conocía. Royce dio un suspiro de alivio.
No duró mucho tiempo. Todavía tenía que desaparecer. Regresó entre los árboles, buscando un lugar entre el follaje donde pudiera agacharse a la sombra de un tronco, rodeado de hojas de acebo.
Se agachó ahí, perfectamente quieto, apenas atreviéndose a respirar mientras esperaba. A su alrededor, los cerdos seguían buscando comida y uno de ellos se acercó a él, acariciando con el hocico el follaje donde se escondía. “Vete,” susurró Royce, esperando que la criatura siguiera su camino. Se quedó en silencio al escuchar el sonido de cascos de caballo acercándose.
Hombres aparecieron a la vista, todos con armas y armadura, todos con un aspecto incluso más enfadado que el que habían tenido en la primera parte de la persecución. Royce esperaba de verdad no haber puesto al porquero en demasiado peligro haciéndole partícipe de su huida.
El cerdo siguió acercándose demasiado a él. Royce creyó ver a uno de los hombres que lo observaba y se quedó tan quieto que ni siquiera se arriesgó a parpadear. Si el cerdo reaccionaba a su presencia, estaba seguro de que los hombres caerían sobre él y lo matarían.
Entonces el hombre miró hacia otro lado, y los soldados volvieron a avanzar.
“¡Rápido!,” exclamó uno de ellos. “¡No puede haber llegado muy lejos!”
Los soldados salieron disparados, siguiendo el camino que el porquero había tomado, presumiblemente siguiendo sus huellas. Incluso cuando se fueron, Royce se mantuvo quieto, sosteniendo la empuñadura de su espada, asegurándose de que no era una especie de trampa diseñada para atraerlo.
Finalmente, se atrevió a moverse, emergiendo al claro y empujando a los cerdos lejos de él. Se tomó un momento para mirar a su alrededor, intentando saber en qué dirección estaba su aldea. El engaño le había dado algo de tiempo, pero, aun así, tenía que actuar rápido.
Necesitaba llegar a casa antes de que los hombres del duque mataran a todos los que estaban ahí.
CAPÍTULO DOS
Genevieve solo podía permanecer de pie y callada en el gran salón del castillo mientras su esposo se enfurecía. En los momentos en los que no estaba enfadado, Altfor era en realidad bastante atractivo, con cabello castaño largo y ondulado, rasgos aguileños y ojos profundos y oscuros. Genevieve siempre se encontraba imaginándolo así, aunque con la cara roja y furiosa, como si este fuera el verdadero él y no el otro.
No se atrevía a moverse, no se atrevía a atraer su ira, y claramente no era la única. Alrededor de ella, los sirvientes y ayudantes del entonces duque se quedaron quietos, sin querer ser los primeros en atraer su atención. Hasta Moira parecía estar rezagada, aunque seguía estando justo donde Genevieve podía verla, más cerca de su marido que ella, en todos los sentidos.
“¡Mi padre está muerto!” Altfor gritó, como si existiera alguien que no supiera a estas alturas lo que había sucedido en el pozo. “Primero mi hermano, y ahora mi padre es asesinado por un traidor, y nadie parece tener respuestas para mí.”
Esta ira se sentía peligrosa para Genevieve, demasiado salvaje y sin dirección, arremetiendo en ausencia de Royce, tratando de encontrar a alguien a quien culpar. Se encontró deseando que Royce estuviera ahí y agradecida de que no lo estuviera, todo al mismo tiempo.
Peor aún, sentía que su corazón sufría por su ausencia, y deseaba haber podido hacer algo más que estar al lado de su esposo y observarlo desde el otro lado del pozo. Una parte de ella anhelaba estar con Royce en ese momento, y Genevieve sabía que no podía dejar que Altfor lo notara. Altfor ya estaba bastante enfadado, y había sentido con demasiada claridad la facilidad con la que esa rabia podía ser dirigida hacia ella.
“¿Nadie hará algo al respecto?” Altfor exigió.
“Eso es precisamente lo que iba a preguntar, sobrino,” dijo una voz, con gran fuerza.
El hombre que había entrado en la habitación hizo que Genevieve quisiera retroceder al menos tanto como lo hizo Altfor. Con Altfor, ella quería huir del calor de su ira, pero con este hombre, había algo frío en él, algo que parecía estar hecho de hielo puro. Tenía unos veinte años más que Altfor, con el cabello más delgado y una estructura fina. Caminaba con lo que a primera vista parecía un bastón, pero entonces Genevieve pudo ver la empuñadura que sobresalía de una vaina y se dio cuenta de que era una espada larga, aún envainada. Algo en la forma en que se apoyaba en ella le dijo a Genevieve que era una lesión, no la edad, lo que le hacía hacerlo.
“Tío Alistair,” dijo Altfor. “Estábamos... no te esperábamos.”
Altfor se escuchaba preocupado por la presencia del nuevo miembro en la sala, y eso sorprendió a Genevieve. Siempre se veía tan perfectamente en control antes, pero la presencia de este hombre parecía ponerlo completamente nervioso.
“Claramente no,” dijo el hombre delgado. Poniendo su mano sobre la espada larga en la que se apoyaba. “La parte en la que no me invitaste a tu boda probablemente te hizo pensar que me quedaría en mis propiedades, evitaría el pueblo, y te dejaría hacer un desastre tras la muerte de mi hermano.” Miró alrededor de Genevieve, su mirada la eligió de entre la multitud con la misma agudeza que la de un halcón. “Felicidades por tu matrimonio, chica. Veo que mí sobrino tiene gustos… aburridos.,”
“Yo... no me hablarás así,” dijo Altfor. Pareció tomarle un momento recordar que debía ponerse de pie en nombre de Genevieve. “O a mí esposa. ¡Yo soy el duque!”
Alistair se acercó a Genevieve, y ahora su espada salió de su vaina, se veía ligera en sus manos, ancha y afilada como una navaja. Genevieve se quedó inmóvil, apenas atreviéndose a respirar mientras el tío de Altfor sostenía la hoja a unos centímetros de su garganta..
“Podría cortarle la garganta a esta chica, y ninguno de tus hombres levantaría un dedo para detenerme,” dijo Alistair. “Ciertamente tú no lo harías,”
Genevieve no tenía que mirar a Altfor para saber que era la verdad. No era el tipo de marido que se preocuparía lo suficiente como para intentar defenderla. Ninguno de los cortesanos la ayudaría, y Moira... Moira la miraba como si esperara que Alistair lo hiciera.
Genevieve tendría que salvarse a sí misma. “¿Por qué me apuñalaría, mi señor?” preguntó.
“¿Por qué no debería?” dijo él. “Quiero decir que sí, eres bonita, con cabello rubio, ojos verdes, delgada, ¿qué hombre no te querría? Pero las chicas campesinas no son difíciles de reemplazar.”
“Tenía la impresión de que mi matrimonio me hacía más que eso,” dijo Genevieve, tratando de mantener su voz firme a pesar de la presencia de la espada. “¿He hecho algo para ofenderle?”
“No lo sé, muchacha; ¿lo has hecho?,” exigió, y sus ojos parecían estar buscando algo dentro de Genevieve. “Se envió un mensaje, revelando la dirección en la que entró el muchacho que asesinó a mi hermano, pero no llegó a mí ni a nadie hasta que fue demasiado tarde. ¿Sabes algo sobre eso?”
Genevieve lo sabía todo, ya que había sido ella misma quien retrasó el mensaje. Había sido todo lo que había sido capaz de hacer, y aun así no parecía suficiente dado todo lo que sentía por Royce. Aun así, se las arregló para mostrar su rostro tranquilo, fingiendo inocencia porque esa era literalmente la única defensa que tenía en ese momento.
“Mi señor, no lo entiendo,” dijo. “Usted mismo ha dicho que solo soy una chica campesina; ¿cómo podría hacer algo para detener un mensaje como ese?”
Por instinto, cayó de rodillas, moviéndose lentamente para que no hubiese posibilidad de cortarse con la espada.
“Su familia me ha honrado,” dijo. “He sido elegida por su sobrino, el duque. Me he convertido en su esposa,