Luces de Bohemia. Ramón María del Valle-Inclán

Luces de Bohemia - Ramón María del Valle-Inclán


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aunque puesto inmediatamente en libertad. En 1932 se inició su proceso de divorcio, aunque los trámites por la custodia de los seis hijos y la partición de los bienes duraron hasta la muerte del escritor.

      Tras la caída de Primo de Rivera y el exilio de Alfonso XIII, el nuevo Gobierno de la República premió el valor ético y artístico del autor y lo nombró en 1932 conservador del Patrimonio Nacional y director del Museo de Aranjuez, pero dimitió por desavenencias con sus superiores. Luego fue nombrado presidente del Ateneo de Madrid, pero también dimitió. En 1933, fue nombrado director de la Academia Española de Bellas Artes en Roma. En ese cargo se mantuvo hasta que se le detectó un cáncer de vejiga y volvió a España en 1934. A pesar de su grave enfermedad, seguía asistiendo a algunas tertulias. En su casa recibía numerosas visitas; entre otras, la de Miguel de Unamuno. A mediados de 1935 decidió ir a morir a Santiago de Compostela. Allí, tras renunciar a asistencia religiosa, murió el 5 de enero de 1936. Fue enterrado pobremente en el cementerio civil de Boisaca, en Santiago de Compostela.

      Nos queda su prolífica obra, que se distribuye entre los cuatro géneros tradicionales: lírica, narrativa, ensayo y teatro. Ahora bien, dada tal amplitud y la índole de esta introducción, seleccionaremos los textos más representativos y los repasaremos someramente. En poesía, La pipa de kif, de 1919, es un conjunto de poemas de estilo y temática muy próximos al esperpento (como en los duros poemas La coima y El preso).

      En la narrativa, ya hemos mencionado las Sonatas, que –de estilo modernista, preciosista, cercano a la prosa lírica– narran las memorias de un anciano caballero, el Marqués de Bradomín, un seductor como don Juan, pero de ideología nobiliaria y carlista. El tono de melancolía domina las historias, en las que vemos fluir fugazmente el tiempo y la vida. La serie sobre la guerra carlista incluye Los cruzados de la causa (1908), El resplandor de la hoguera (1909) y Gerifaltes de antaño (1909), que dejó inacabada. Mantiene la misma estética modernista ya citada. En 1926 publica una novela clave para la literatura en español, Tirano Banderas. Sus valores fundamentales son el tratamiento de la figura del dictador hispanoamericano –centrado en el protagonista, Santos Banderas– y el empleo de un lenguaje novedoso, mezcla del castellano europeo y el americano. El cambio frente a las anteriores novelas es radical, pues entra el esperpento en la narrativa. En la línea de este nuevo estilo, publicó la serie El ruedo ibérico: La corte de los milagros (1927), Viva mi dueño (1928) y Baza de espadas (1932). Se ambientan en la corte de Isabel II, presentada de forma esperpéntica, ridícula, caricaturesca.

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      El Modernismo en las artes.

      Don Ramón compuso una abundante obra periodística en sus primeros años. En el tratamiento de los más diversos temas, presume de ingenio, vivacidad y originalidad. El lenguaje es modernista y muy rico para tratarse de textos dirigidos al lector de periódicos. La lámpara maravillosa. Ejercicios espirituales (1916) se centra en la defensa de la belleza como el factor esencial de las artes.

      En cuanto al teatro, citemos las Comedias bárbaras: Águila de blasón (1907), Romance de lobos (1908) y Cara de Plata (1922). Manifiesta en ellas el distanciamiento del modernismo. Dentro de la etapa de plenitud, la del esperpento, tenemos Divinas palabras (1919) y Luces de bohemia (1920). El compromiso social de ambas es patente, ya que denuncian la hipocresía, la incultura y la injusticia social. Estética y técnicamente complejas, fusionan naturalismo y expresionismo, con los juegos de luz, el vestuario y los decorados. Años después, fue publicado el ciclo esperpéntico de Martes de carnaval (1930). Agrupa Los cuernos de don Friolera (1921), Las galas del difunto (o El terno del difunto, 1926) y La hija del capitán (1927). La trilogía denuncia el anticuado y absurdo honor calderoniano.

      3. Luces de bohemia

      De todas las mencionadas, la obra clave en el giro radical de la literatura de Valle-Inclán es Luces de bohemia, la cual nos introduce en un juego de paradojas. Vamos a contemplar esas «luces» a través de un ciego. La obra está dominada por los efectos de claroscuro y, en numerosas ocasiones (como la escena VI, en el calabozo con el preso, o la X, con las dos prostitutas en el jardín) en una casi completa oscuridad. El simbolismo domina desde el principio; esa penumbra no es más que el símbolo de un fracaso existencial. Las luces, frente a las sombras, representan el éxito engañoso.

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      La bohemia.

      Luces de bohemia, según la taxonomía tradicional de los géneros literarios, debiera considerarse tragedia; esto es, obra dramática de tono severo con un final infausto debido a una fatalidad externa que, a pesar de los esfuerzos del protagonista, lleva a este a la desgracia. De hecho, conecta con la tragedia griega, con la tragedia del Barroco español y con Shakespeare. Como Hamlet, Max cae en el alejamiento, pues retrasa la vuelta a casa; y esa actitud, en compañía de Don Latino, que lo engaña –como engañan a Hamlet su tío Claudio y su madre Gertrudis–, provoca la muerte de la familia. Sin embargo, algunos factores cuestionan tal adscripción a la tragedia. Frente a esa fuerza externa irremediable que lleva al héroe trágico al desastre, Max se deja llevar, sin oponer resistencia, confiando solo en un número de lotería cuyo premio nunca disfrutará. Frente al lenguaje y a los personajes elevados de la tragedia, la lengua de nuestro esperpento es abundante en popularismos, coloquialismos y vulgarismos; en oposición a las réplicas crudas y severas, diálogos llenos de humor negro; frente al protagonismo dado a personajes de clase social alta, la obra de Valle mezcla aquellos (como el ministro), con otros miserables (borrachos, chulos). En realidad, asistimos a una variante nueva de la tragedia: el esperpento.

      Al parecer, el primer escritor que usó el vocablo «esperpento» en España fue Benito Pérez Galdós. En su novela Rosalía (escrita hacia 1872 pero inédita hasta 1984), leemos: «Pues verás qué esperpento es el tal indiano». El término fue utilizado en España y en México con ese sentido de grotesco, extravagante. Valle-Inclán desarrolla su teoría del teatro en la escena XII, la de la muerte del protagonista. Mientras camina con Don Latino hacia su casa, Max compara el esperpento con el reflejo de la realidad en el espejo, no el fiel habitual, sino el cóncavo y deformador del callejón del Gato. La nueva estética esperpéntica proyecta una imagen distorsionada. La caricatura nos hace reír pero nos inquieta porque acentúa los defectos. Don Ramón selecciona el espejo cóncavo porque en él la imagen se achaparra de forma burlesca, frente a la estilizada en el espejo convexo. Así como El retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde, refleja la perversidad encubierta del retratado, el espejo cóncavo proyecta una desfiguración personal y social. El esperpento es, pues, una distorsión grotesca, caricaturesca, de la realidad dramática para denunciarla de forma más evidente, dejando al descubierto sus miserias. Sus rasgos son los siguientes:

      1. Presentación de lo más desagradable de los seres humanos: la falsedad, la crueldad, la estupidez, la avaricia.

      2. Deformación de la realidad por medio de exageraciones y degradaciones.

      3. Fusión entre un argumento dramático o trágico y un tono burlesco y de humor negro, propio de muchas obras maestras, como El Buscón, de Quevedo.

      4. Gusto por el contraste, entre personajes, en el tono de las escenas contiguas, en la iluminación y en el lenguaje.

      5. Diálogo muy elaborado, rico en registros (argot, vulgarismos), con muchas réplicas breves y abundante retórica: prosopopeyas, antítesis, hipérboles, imágenes…

      6. Empleo de didascalias muy complejas, de códigos muy diversos (visual, auditivo, gestual…), que provocan sorpresa en los espectadores o en los lectores.

      7. Movimientos escénicos y gestos característicos del guiñol o del teatro de títeres, sin apartarse completamente del naturalismo.

      8. Concomitancia con rasgos expresionistas, que rompen con el efecto de realidad teatral, en la escenografía, el vestuario, el maquillaje y los accesorios.

      9. Aplicación de efectos especiales con juegos de luces, con efectos de contraluz y oscuridad, para desfigurar la realidad, cercanos a los del cine.

      10. Uso de acotaciones con rasgos narrativos y descriptivos, con


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