El Reino de los Dragones. Морган Райс

El Reino de los Dragones - Морган Райс


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probado de forma inexperiente, y ahora Devin se encontraba en el medio de un círculo de armas, todas apuntándole directo al corazón.

      –No quiero tener problemas —dijo Devin, sin saber qué más hacer.

      Dejó caer el martillo al suelo, porque no le serviría allí. ¿Qué podía hacer? ¿Intentar luchar contra muchos de ellos para salir? Aunque sospechaba que tenía un mejor dominio de la espada que los hombres que estaban allí, eran demasiados para siquiera intentarlo, y si lo hacía, ¿qué haría luego? ¿A dónde podría escaparse, y qué significaría para su familia si lo hiciera?

      –Quizás no sea necesaria una celda —dijo el príncipe Vars—. Quizás le corte la cabeza aquí, en donde todos puedan verlo. Pónganlo de rodillas. ¡Dije de rodillas! —repitió cuando los otros no o hacían lo suficientemente rápido.

      Cuatro de ellos se adelantaron y empujaron a Devin hacia el suelo, mientras que el resto mantenía las armas apuntando hacia él. Entre tanto, el príncipe Vars volvió a tomar la espada. La levantó, claramente probando su peso, y en ese momento Devin supo que iba a morir. Lo invadió el terror, porque no podía ver cómo escaparse. Por más que pensara y por más fuerte que fuera, nada de eso cambiaría las cosas. Los otros allí podrían no estar de acuerdo con lo que el príncipe estaba a punto de hacer, pero lo apoyarían de todos modos. Permanecerían parados allí, observando mientras el príncipe blandía la espada y…

      …y el mundo parecía extender en ese momento, un latido fundiéndose con el próximo. En ese instante, fue como si pudiese ver cada músculo de la figura del príncipe y las chispas de pensamiento que lo impulsaban. En ese momento parecía muy fácil estirar el brazo y cambiar tan solo uno de ellos.

      –¡Ay! ¡Mi brazo! —Gritó el príncipe Vars, y su espada retumbó en el suelo.

      Devin se volteó confundido. Intentó encontrarle sentido a lo que acababa de hacer.

      Y estaba aterrorizado de sí mismo.

      El príncipe estaba allí parado, sujetándose el brazo y frotándose los dedos para devolverles la sensibilidad.

      Devin solo podía mirarlo. ¿Realmente había hecho eso, de alguna forma? ¿Cómo? ¿Cómo podía hacer que a alguien se le acalambrara el brazo con solo pensarlo?

      Volvió a recordar el sueño…

      –Es suficiente —interrumpió una voz—. Déjalo ir.

      El príncipe Rodry entró en el círculo de armas y los jóvenes allí las bajaron ante su presencia, casi con un suspiro de alivio de que él estuviese allí.

      Devin definitivamente suspiró, pero mantuvo sus ojos en el príncipe Vars y el arma que ahora tenía en la mano menos hábil

      –Es suficiente, Vars —dijo Rodry.

      Se puso entre medio de Devin y el príncipe, y el príncipe Vars dudó por un momento. Devin pensó que blandiría la espada de todos modos, a pesar de la presencia de su hermano.

      Entonces arrojó la espada a un lado.

      –No quería venir aquí de todos modos —dijo él, y se marchó.

      El príncipe Rodry se volvió hacia Devin, y no tuvo que pronunciar otra palabra para que los hombres que lo sujetaban lo liberaran.

      –Fuiste muy valiente en defender al muchacho —dijo él, y alzó la lanza que sostenía—. Y haces un muy buen trabajo. Me han dicho que este es uno de tus trabajos.

      –Sí, su alteza —dijo Devin.

      No sabía qué pensar. En cuestión de segundos, había pasado de estar seguro de que iba a morir a que lo liberaran, de ser considerado un traidor a que lo halagaran por su trabajo. No tenía sentido, pero al fin y al cabo, ¿por qué tendría que tener sentido en un mundo en el que él había, de alguna manera, hecho… magia?

      El príncipe Rodry asintió y luego se volteó para marcharse.

      –Ten más cuidado en el futuro. Quizás no esté aquí para salvarte la próxima vez.

      Devin estuvo varios minutes hasta que se obligó a pararse. Respiraba de forma brusca y entrecortada. Miró a donde estaba Nem, que intentaba mantener la herida en el brazo cerrada. Parecía asustado y alterado por lo que había ocurrido.

      El viejo Gund estaba allí ahora, envolviendo el brazo de Nem con una banda de tela. Miró a Devin.

      –¿Tenías que interferir? —Le preguntó.

      –No podía dejar que lastimara a Nem —dijo Devin.

      Eso era algo que volvería a hacer, cientos de veces de ser necesario.

      –Lo peor que le podía pasar era que le dieran una paliza —dijo Gund—. Todos hemos sufrido cosas peores. Ahora…debes irte.

      –¿Irme? —Dijo Devin— ¿Por hoy?

      –Por hoy y todos los días que le siguen, idiota —dijo Gund—. ¿Crees que podemos permitir que un hombre que se peleó con un príncipe continúe trabajando en la Casa de las Armas?

      Devin sintió que el pecho se vaciaba de aire. ¿Irse de la Casa de las Armas? ¿El único hogar verdadero que había tenido?

      –Pero yo no…—comenzó Devin, pero se detuvo.

      Él no era Nem para pensar que el mundo sería de la forma en que él quería solo porque era lo correcto. Por supuesto que Gund querría que él se marchara, Devin había sabido lo que podía costarle esto antes de interferir.

      Devin lo miró y asintió, era todo lo que podía responder. Se volteó y empezó a caminar.

      –Espera —gritó Nem, corriendo hacia su mesa de trabajo y luego volvió corriendo con algo envuelto en tela— No…no tengo mucho más. Tú me salvaste. Esto debería ser tuyo.

      –Lo hice porque soy tu amigo —dijo Devin— No tienes que darme nada.

      –Quiero hacerlo —respondió—. Si me hubiese dado en la mano, no podría hacer nada más, así que quiero darte algo que hice yo.

      Se lo entregó a Devin, y Devin lo tomó con cuidado. Al desenvolverlo, vio que era… bueno, no exactamente una espada, sino un cuchillo grande, un messer, allí estaba, demasiado largo para ser un verdadero cuchillo, pero no lo suficiente para ser una espada. Tenía un solo filo, con una empuñadura que sobresalía en un costado y una punta en forma de cuña. Era un arma de campesino, que hacía mucho tiempo que ya no formaba parte de las espadas largas y el armamento de los caballeros. Pero era ligera. Mortal. Y hermosa. Con un vistazo, al voltearla y ver su brillo reflejando la luz,  Devin pudo ver que podía ser mucho más ágil y mortal que cualquier espada. Era un arma de sigilo, astucia y velocidad. Y era perfecta para la complexión ligera y corta edad de Devin.

      –No está terminada —dijo Nem—, pero é que tú puedes terminarla mejor que yo, y el acero es bueno, te lo prometo.

      Devin la blandió como prueba y sintió cómo la hoja cortaba el aire. Quería decir que era demasiado, que no podía aceptarla, pero podía ver que Nem realmente quería que él la tuviera.

      –Gracias, Nem —le dijo.

      –¿Ya terminaron? —Dijo Gund, y miró a Devin—. No voy a decir que no me lamento porque te marches. Eres un buen trabajador y un herrero mejor que muchos aquí. Pero no puedes estar aquí cuando esto se vuelva en contra de nosotros. Tienes que irte, muchacho. Ahora.

      Incluso entonces, Devin quiso discutirlo. Pero sabía que era inútil, y se dio cuenta de que ya no quería estar allí. No quería estar en un lugar en donde no lo querían. Este nunca había sido su sueño. Esta había sido una manera de sobrevivir. Su sueño siempre había sido convertirse en un caballero, y ahora…

      Ahora parecía que sus sueños le deparaban cosas mucho más extrañas. Tenía que deducir qué eran esas cosas.

      El día en que tu vida cambiará para siempre.

      ¿Era esto a lo que se refería el hechicero?

      Devin no tenía opción. No podía dar la vuelta ahora,


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