El Reino de los Dragones. Морган Райс
de entrenamiento y, en realidad, nunca había peleado de verdad contra alguien. Era solo una joven que estaba a punto de ser asesinada, o peor…
No. Erin pensó en eso y en la mujer del pueblo, y se obligó a que la furia aplastara el miedo.
–Si quieres que esto sea fácil para ti, entregarnos todo lo que tienes. El caballo, las cosas de valor, todo.
–Y quítate la ropa —dijo el otro que había hablado—. Nos ahorrará mancharla de sangre.
Erin tragó pensando en lo que podría significar eso
–No.
–Entonces —dijo el líder—, parece que tendremos que hacerlo por las malas.
El que tenía el cuchillo largo se abalanzó hacia Erin primero, la sujetó y le hizo un corte en el cuerpo con el cuchillo. Erin se soltó pero la hoja le cortó la ropa con la facilidad que lo hubiese con la manteca de una lechera. La mirada lasciva de triunfo del hombre se convirtió rápidamente en sorpresa cuando su hoja se detenía y sentía el sonido del metal contra el metal.
–Atravesar una cota de malla no es un trabajo fácil —dijo Erin .
Lo atacó con su vara y lo golpeó en la cara con el mango, haciendo que se tambaleara hacia atrás. El líder se abalanzó hacia ella con el hacha y ella la bloqueó con su arma, arrojándola a un lado. Lo atacó con la punta y se la clavó en la garganta, haciendo que el hombre gorgoteara y se alejara tambaleándose.
–¡Zorra!—dijo el hombre con el cuchillo.
Entonces Erin giró la vara y le quitó la punta para revelar la larga cuchilla, casi la mitad de su largo. Reflejaba oscuramente la luz moteada del bosque. En el extraño y silencioso momento que siguió, ella habló. No tenía sentido esconder nada ahora.
–Cuando era más joven, mi madre me hacía tomar clases de costura, pero la mujer que nos enseñaba estaba casi ciega, y Nerra, mi hermana, me cubría mientras yo salía a pelear contra los varones con un palo. Cuando mi madre me descubrió se enfureció, pero mi padre dijo que era mejor que aprendiera de forma apropiada, y él era el rey, entonces…
–¿Tu padre es el rey?—dijo el líder , y miedo cruzó su rostro, seguido de avaricia—Si nos atrapan nos matarán, pero lo hubiesen hecho de todos modos, y el rescate que obtendremos por alguien como tú…
Probablemente lo pagarían. Aunque después de lo que había escuchado Erin y el monto que pagarían para deshacerse de ella…
El bandido volvió a lanzarse sobre Erin, interrumpiendo el hilo de su pensamiento al blandir su hacha y golpearla con ella. Erin barrió el golpe del hacha a un lado con una mano, empujó el codo del hombre y luego lo pateó en la rodilla mientras él intentaba patearla a ella, tirándolo al suelo. A su maestro probablemente le hubiese enojado que ella no continuara .
Mantente en movimiento, termínalo rápido, no te arriesgues. Erin casi podía escuchar las palabras del maestro espadachín Wendros. Él había sido el que le había dicho que usara la lanza corta, un arma que podía compensar su falta de altura y fuerza, con su velocidad y alcance. En su momento, Erin se había sentido desilusionada por la propuesta , pero ahora no lo estaba.
Tomando el arma con las dos manos giró, cubriéndose mientras el que tenía la espalda la atacaba. Rechazó los golpes uno tras otro y luego apuntó a herirlo. Una lanza podía herir tanto como una estocada. Él intentó bloquear el golpe alzando su espada y Erin giró las muñecas para lanzar la cuchilla por debajo del bloqueo y atravesarle el cuello con la punta de la lanza. Aún moribundo, el hombre se sacudió intentando golpearla y Erin lo bloqueó a un lado y siguió adelante.
No te detengas. Mantente en movimiento hasta que termine la pelea.
–¡Lo mató!—gritó el que tenía el cuchillo— ¡Mató a Ferris!
Se lanzó hacia ella con el cuchillo largo, claramente con la intención de matarla, no de capturarla. Él se apresuró intentando acercarse a un punto en donde el largo del arma de Erin no fuese una ventaja. Erin atinó a retroceder y luego se acercó más de lo que él esperaba, haciéndolo rodar con la cadera y aterrizar ruidosamente en el suelo…
O así hubiese ocurrido, si no la hubiese arrastrado con él.
Muchacha presumida. Solo haz lo necesario.
Ahora era demasiado tarde para eso, porque estaba en el suelo con el bandido, atrapada allí mientras él la apuñalaba, y solo la cota de malla la salvaba de la muerte. Había sido demasiado confiada y ahora estaba en un lugar en el que empezaba a sentir que la fuerza del hombre era mayor. Ahora estaba sobre ella, presionando el cuchillo hacia su garganta …
De alguna manera, Erin logró acercarse lo suficiente a él como para morderlo y eso le dio espacio suficiente para escaparse gateando, sin ninguna destreza o habilidad esta vez, solo desesperación. El líder ya estaba de pie para entonces, blandiendo su espalda otra vez. Erin apenas logró esquivar el primer golpe, de rodillas, recibió una patada en el abdomen y se levantó escupiendo sangre.
–Elegiste meterte con las personas equivocadas, zorra —dijo el líder y apuntó a golpearle la cabeza.
No había tiempo de esquivar ni de defenderse. Lo único que podía hacer Erin era agacharse y arremeter con su lanza. Sintió el crujido al atravesar la carne, y esperó sentir el impacto del arma del enemigo en su propio cuerpo, pero por un momento todo se paralizó. Se atrevió a levantar la vista y allí estaba él, paralizado en la punta de la lanza, tan entretenido observando el arma que no había terminado su propio ataque.
Tener suerte es algo bueno, y confiar en ella es estúpido, decía en su mente la voz del maestro espadachín Wendros.
El hombre del cuchillo aún estaba en el suelo, luchando por levantarse.
–Piedad, por favor—dijo el hombre.
–¿Piedad? —Dijo Erin— ¿Cuánta piedad le tuviste a la gente robaste, mataste y violaste? Cuando te rogaron, ¿te reíste de ellos? ¿Los atropellaste cuando se escaparon? ¿Cuánta piedad me hubieses tenido a mí?
–Por favor —dijo el hombre, poniéndose de pie.
Se volteó para correr, probablemente con la esperanza de dejar a Erin atrás entre los árboles.
Estuvo a punto de dejarlo ir, pero ¿qué haría él entonces? ¿Cuántas personas más morirían si pensaba que podía salirse con la suya otra vez? Volteó la cuchilla, la alzó y la arrojó.
Si la distancia entre ellos hubiese sido mayor no hubiera funcionado, porque la lanza era más corta que una jabalina, pero en el corto espacio voló por los aires sin esfuerzo, cayendo en el punto en donde estaba el bandido y arrojándolo al suelo. Erin se acercó a él, puso un pie sobre su espalda y le arrancó la lanza. La alzó y luego la hundió rápidamente en su cuello.
–Esa es toda la piedad que tengo hoy —dijo ella.
Se quedó allí parada y luego se movió a un lado del camino sintiéndose nauseabunda. Le había parecido bien y fácil mientras peleaba, pero ahora…
Vomitó. Nunca había matado a nadie, y ahora el horror y el hedor la abrumaban. Se arrodilló allí durante lo que parecieron horas hasta que su mente le insistió que debía moverse. La voz del maestro espadachín Wendros volvió a ella…
Cuando está hecho, está hecho. Enfócate en lo práctico, y no te arrepientas de nada.
Era más fácil decirlo que hacerlo, pero Erin se obligó a pararse. Limpió la espada en la ropa de los bandidos, luego arrastró los cuerpos a un lado del camino. Esa fue la parte más difícil de todas, porque eran todos más grandes que ella, y además un cuerpo era más pesado que un ser viviente. Para cuando hubo terminado tenía más sangre en la ropa que la que había corrido durante la pelea, por no hablar del corte que el hombre que tenía el cuchillo le había hecho. Tuvo el extraño y repentino pensamiento de que tendría que asegurarse de que un criado la arreglara antes de que su madre la viera. Eso le causó risa, y no pudo para de reírse por un largo rato.
Los nervios del combate.