El Reino de los Dragones. Морган Райс
voz de su hermano era estridente y fanfarrona, como de costumbre. Vars se volteó hacia Rodry, con la risa forzada que había aprendido a utilizar durante gran parte de su niñez.
–Rodry, hermano —le dijo—. No me había dado cuenta de que había vuelto de…¿me repites a dónde fueron con mi padre?
Rodry se encogió de hombros.
–Podrías haber venido y haberlo descubierto.
–Ah, pero tú fuiste corriendo —dijo Vars— y eres el que a él le importa.
Si Rodry había captado la aspereza con que lo había dicho, no lo demostraba.
–Vamos —dijo Rodry, dándole una palmada en la espalda— Acompáñame a mí y a mis amigos.
Lo decía como si acompañar al puñado de tontos jóvenes que prácticamente lo adoraban como a un héroe fuese un gran obsequio, más que un horror por el que Vars hubiese pagado oro puro por evitar. Jugaban a ser como los Caballeros de la Espuela de su padre, pero ninguno de ellos había llegado a ser alguien hasta ahora. Su sonrisa se volvió más tensa mientras caminaba hacia el centro del grupo, y tomó un cáliz de vino para distraerse. En un breve instante lo vació, así que tomó otro.
–Estamos hablando de todas nuestras cacerías —dijo Rodry—. Berwick dice que una vez derribó a un jabalí con una daga.
Uno de los jóvenes que estaba allí hizo una reverencia que hizo que Vars quisiera darle un golpe en la cabeza.
–Me corneó dos veces.
–Entonces quizás debiste usar una jabalina —dijo Vars.
–Mi jabalina se quebró en los campos de entrenamiento de la Casa de las Armas —dijo Berwick.
–¿Cuándo fue la última vez que pisaste los campos de entrenamiento, hermano? —Le preguntó Rodry, obviamente sabiendo la respuesta— ¿Cuándo te unirás a los caballeros, como lo hice yo?
–Yo entreno con la espada —dijo Vars, en un tono más defensivo del que hubiese debido—. Solo creo que hay cosas más útiles que hacer que pasar todo el día haciéndolo.
–O quizás no te guste la idea de enfrentarte a un enemigo preparado para derribarte, ¿eh, hermano? —Dijo Rodry, dándole un golpecito en el hombro—. De la misma forma en que no te gusta salir a cazar, por si te llegara a pasar algo.
Él se rio, y lo más cruel era que su hermano probablemente no lo consideraba como un comentario hiriente. Rodry no era un hombre que fuese por el mundo con preocupaciones, después de todo.
–¿Estás diciendo que soy un cobarde, Rodry? —dijo Vars.
–Oh no —dijo Rodry—. Hay algunos hombres que están destinados a salir a pelear, y otros que es mejor que se queden en su casa, ¿verdad?
–Podría cazar si quisiera hacerlo —dijo Vars.
–Ah, ¡el caballero valiente! —Dijo Rodry, y eso produjo otra de esas carcajadas que nadie consideraría cruel excepto Vars—. ¡Bueno, entonces deberías venir con nosotros! Vamos a ir a la ciudad para asegurarnos de tener las armas que necesitamos para mañana.
–¿Y dejar el banquete? —Replicó Vars.
–El banquete durará días —le contestó Rodry—. Vamos, podemos elegirte una buena jabalina para que nos muestres cómo cazar un jabalí.
Vars deseó poder darse la vuelta, o aún mejor, estrellarle la cara a su hermano en la mesa más cercana. Quizás seguir estrellándola hasta que se hiciese añicos, y él quedara como el heredero que siempre debió haber sido. En cambio, él sabía que iba a tener que ir a la ciudad, cruzar los puentes, pero al menos allí podría encontrar a alguien en quien descargar su ira. Sí, Vars estaba esperando eso con ansias, y más que eso. Quizás incluso llegar a ser rey algún día.
Aunque por ahora, la parte de él que le gritaba que se mantuviese a salvo para evitar el peligro, le decía que no confrontara a su hermano. No, esperaría para eso.
Pero quien se cruzara en su camino en la ciudad, se las iba a pagar.
CAPÍTULO CINCO
Devin blandió su martillo y aporreó la masa de metal que se convertiría en una hoja. Los músculos de su espalda le dolían al hacerlo, y el calor de la forja hacía que la traspiración le traspasara la ropa. En la Casa de las Armas siempre hacía calor, y así de cerca a una de las forjas era casi insoportable.
–Lo estás hacienda bien, niño —dijo el viejo Gund.
–Tengo dieciséis, no soy un niño —dijo Devin.
–Sí, pero aún tienes el tamaño de uno. Además, para un hombre viejo como yo, ustedes son todos niños.
Devin se encogió de hombros. Él sabía que, para cualquiera que estuviese mirando, él no debía parecer un herrero, pero él pensaba. El metal requería pensamiento para realmente entenderlo. Las sutiles gradaciones de calor y los diseños del acero que podían hacer de un arma defectuosa una perfecta eran casi mágicos, y Devin estaba decidido a saberlos todos, a entenderlos realmente.
–Con cuidado o se enfriará demasiado —dijo Gund.
Rápidamente, Devin devolvió el metal hacia el calor, observando su tono hasta que estuvo en el punto correcto, y luego lo apartó para trabajar en él. Estaba cerca, pero aún no estaba del todo bien, había algo en el filo que no era perfecto. Devin lo sabía con la misma seguridad con la que distinguía la derecha de la izquierda.
Aún era joven, pero sabía de armas. Sabía las mejores formas de fabricarlas y afilarlas…incluso sabía cómo blandirlas, aunque sus padres y el maestro Wendros parecían decididos a impedírselo. El entrenamiento que ofrecía la Casa de las Armas era para nobles, hombres jóvenes que venían a aprender de los mejores maestros de la espada, lo que incluía al increíblemente talentoso Wendros. Devin tenía que hacerlo solo, practicar con todo desde espadas a hachas, de lanzas a cuchillos, cortar los postes y esperar que lo hiciera bien.
Un clamor cerca del frente de la Casa llamó brevemente su atención. Las enormes puertas de metal del frente estaban abiertas, en perfecto equilibrio para abrirse al mínimo toque. Los hombres jóvenes que habían entrado eran claramente de la nobleza, y era casi igual de claro que estaban un poco borrachos. Estar borracho en la Casa de las Armas era peligroso. Un hombre que llegara a trabajar borracho era enviado de vuelta a su casa, y si lo hacía más de una vez, lo echaban.
Incluso se echaba a los clientes si no estaban lo suficientemente sobrios. Un hombre borracho con una cuchilla era peligroso, incluso si esa no era su intención. En cambio estos…vestían los colores de la realeza, y no ser cortés era arriesgar más que el trabajo.
–Necesitamos armas —dijo el que estaba al frente.
Devin reconoció inmediatamente al príncipe Rodry por las historias acerca de él si no en persona.
–Mañana habrá una cacería, y probablemente un torneo después de la boda.
Gund se acercó a ellos porque era uno de los maestros herreros de allí. Devin mantuvo su atención en la espada que estaba forjando, porque el mínimo error podía generar burbujas de aire que formarían rajaduras. Era motivo de orgullo que las armas que él forjaba no se quebraban o destrozaban al golpearlas.
A pesar de que el metal necesitaba su atención, Devin no pudo quitarles los ojos a los jóvenes nobles que habían llegado. Parecían tener más o menos su edad; eran muchachos intentando hacerse amigos del príncipe más que Caballeros de la Espuela que servían a su padre. Gund empezó a mostrarles lanzas y hojas que podían ser apropiadas para los ejércitos del rey, pero ellos las desestimaron rápidamente.
–¡Esos son los hijos del rey! —dijo uno de los hombres, gesticulando al príncipe Rodry primero y luego a otro hombre que Devin supuso que sería el príncipe Vars, solo por no tener la apariencia suficientemente delgada, sombría y afeminada del príncipe Greave.
–Merecen algo más fino que esto.
Gund