Maduro para el asesinato. Фиона Грейс

Maduro para el asesinato - Фиона Грейс


Скачать книгу
pero su ruta la había llevado hasta el pueblo más extraordinario de la ladera. Debía de haber sido un puesto fronterizo medieval, con unas torres altas y cuadradas y unos edificios estrechos con ventanas diminutas, amontonados en la ladera. El pueblo en sí era un desastroso laberinto de calles. No había espacio para dar la vuelta y Olivia se preguntaba si podría volver a salir.

      Entrecerró los ojos para concentrarse mientras metía a presión el coche por una esquina que parecía demasiado justa incluso para el Fiat compacto. Entre medio de dos muros altos de piedra, no había en absoluto espacio para maniobrar. Olivia aguantó la respiración y rezó para que su parachoques sobreviviera a la experiencia. Soltó un largo suspiro de alivio cuando su coche y ella pasaron el espacio ilesos y vio la carretera principal más adelante.

      Su GPS recalculó la ruta y la dirigió colina abajo.

      Olivia disminuyó la velocidad y miró fascinada cuando divisó al Bugatti aparcado en el arcén, con el coche de la policía detrás. El estrecho agujero y las calles adoquinadas habían permitido a la ley alcanzarlo. «¿Cuál sería la penalización para el conductor?», se preguntaba ella. Al pasar por delante, soltó una risa de placer.

      El conductor y el agente de policía estaban delante del Bugatti, absortos en una conversación animada y ardorosa. El agente había sacado su teléfono y estaba haciendo fotos del supercoche. Al parecer, esta había sido la única razón de su persecución.

      «Esto solo puede pasar en Italia», pensó Olivia, emocionada por haber visto desarrollarse esta interacción.

      Al reincorporarse a la carretera, vio el poste indicador de Collina más adelante. Ahora debía vigilar por si veía la villa.

      Cogió aire cuando ante ella apareció la imponente entrada, flanqueada por postes de piedra altos. La verja de hierro forjado estaba abierta y ella se dirigió por el camino asfaltado hacia la elegante casa de piedra. Su porche delantero con columnas y sus altas ventanas arqueadas eran exactamente como se veían en la foto de Instagram, pero el estrecho ángulo de cámara no hacía justicia a la impresionante vista de colinas ligeramente ondulantes y valles con bosques, la claridad del cielo azul celeste y el aroma perfumado del aire cálido.

      Aparcó bajo un aparcamiento con techo de madera con postes enredados por vides.

      Olivia salió del estrecho asiento delantero, estiró los brazos por encima de la cabeza y respiró profundamente. Girando lentamente, se impregnó de la magnificencia que la rodeaba.

      Suponía que sería hermoso pero no imaginaba que sentiría tal sensación de paz al llegar. De algún modo, el paisaje le resultaba conocido y reconfortante, a pesar de que nunca antes había pisado Italia.

      Mientras levantaba la maleta para sacarla del maletero, Olivia decidió que era a causa de la obsesión a lo largo de su vida con el área. No era de extrañar que aquel lugar ya le pareciera su casa.

      De repente, unas vacaciones de dos semanas parecían demasiado cortas.

      Fue nadando hasta la puerta delantera de madera, flanqueada por unas grandes macetas de barro llenas de geranios de un rosa brillante.

      –¿Hola? —gritó, tocando a la puerta—. Charlotte, ¿estás aquí?

      Probó la puerta, pero estaba cerrada con llave.

      Olivia frunció el ceño, preguntándose si era la villa correcta. Tal vez había subido demasiado la colina.

      Después un trozo de papel que se movía llamó su atención.

      Olivia lo cogió y lo desdobló.

      –¡Me he dormido! —decía la nota—. ¡He ido a buscarnos algo para comer! ¡La llave está en la maceta!

      Al mirar más de cerca, Olivia vio la llave, medio escondida bajo una hoja.

      Abrió la puerta y entró en el interior, agradablemente fresco. El suave suelo de azulejos hacía que quisiera quitarse los zapatos de inmediato y pisarlo descalza.

      las plantas de interior colocadas cerca de las ventanas en voladizo de la entrada añadían un toque de verdor. «Las obras de arte de las paredes deben de ser de un artista local» , pensó, pues las vívidas pinturas rústicas capturaban la belleza en retales de los campos y los árboles que ella había visto fuera. La vista se le fue hacia el alto techo de madera, donde un ornamentado candelabro de techo centelleaba.

      Olivia fue pasillo abajo, abrió la primera puerta a la derecha y se encontró en la habitación vacía que Charlotte había dicho que era suya. Dejó su maleta a los pies de la gran cama con dosel y miró hacia fuera por la ventana de arco alto.

      Su vista viajó por encima del huerto vallado hacia el pasto cubierto de hierba salpicado de árboles frutales. ¿Eso eran perales? ¿Granados? Estaba impaciente por salir fuera a la luz del sol para comprobarlo.

      Se apartó de la ventana y se dirigió hacia el baño privado. La bañera con patas la tentaba a estar un buen rato en remojo, pero sabiendo que Charlotte volvería pronto, se conformó con una ducha rápida y se puso ropa limpia. Se sentó por un momento, mirando fijamente al horizonte lejano. Tener esta vista interminable le hizo apreciar lo profundo que estaban en la campiña.

      Sacó el teléfono e hizo una foto para su Instagram.

      #Destinoromántico #vacacionesimpulsivas #regióndevino #lejos de casa, comentó.

      Esperaba que Matt lo viera. Estaba segura de que tras la humillación al romper en el restaurante, estaría espiando sus redes sociales. Él la imaginaría sola en casa, lamentando su pérdida y arrepintiéndose de sus hábitos de desorganización. Cuando viera la foto de la Toscana, ella imaginaba que él apretaría los labios y pondría esa mirada extrañamente atenta.

      Pensar en Matt le hizo recordar su último día en el trabajo y el atrevimiento de lo que había hecho.

      De golpe, la realidad entró corriendo.

      Apartando la mirada de la vista, Olivia respiró profundamente.

      ¿En qué estaba pensando?

      Había dejado el trabajo sin tan solo avisar. Había reservado unas vacaciones impulsivas sin pensar en su futuro. Los altos cargos en el mundo de la publicidad eran escasos —era una industria competitiva y ese miedo siempre había estado pendiente cada vez que había trabajado horas extra y había invertido horas de más y sacrificado sus vacaciones y su vida social.

      Con la cara enterrada en las manos, Olivia se dio cuenta de que lo había tirado todo por la borda. Ahora estaba en otro país, al otro lado del mundo, sin ninguna oportunidad de hacer control de daños o incluso de pedir que le devolvieran el trabajo.

      Actuando como lo había hecho, en un momento de resaca y locura, podría haber puesto en peligro todo su futuro.

      El clic en la puerta delantera interrumpió la agonía de Olivia. Charlotte había llegado.

      CAPÍTULO SIETE

      Olivia sintió que su pánico disminuía mientras iba a toda prisa hacia la puerta delantera, abrumada por la alegría de estar de nuevo con Charlotte. Esta era la primera vez en casi tres años que veía a su mejor y más vieja amiga.

      –¡Estás aquí! —gritó Charlotte mientras Olivia iba corriendo hacia ella para abrazarla—. No puedo creer que vinieras hasta aquí para esatr conmigo.

      –¡Qué maravilla verte!

      Olivia le sacaba una cabeza a Charlotte. A los diez años, medían exactamente lo mismo y era fácil fingir que eran gemelas en lugar de mejores amigas. A los once, Olivia había empezado a dar el estirón, que Charlotte casi había perdido completamente. Desde entonces, ser gemelas ya no había funcionado, pero habían continuado con el engaño de que eran hermanas.

      Con su cara redonda y sonriente y su pelo largo y brillante con mechas rojizas, Charlotte irradiaba buen humor. Su presencia parecía llenar la villa y su alegre sonrisa iluminaba la habitación. Con el brillo de su alegre personalidad, Olivia se puso a creer que todo podría salir bien, después de todo.

      –¿Has visto la villa? —Charlotte levantó las bolsas de papel marrón que había


Скачать книгу