La formación humana desde una perspectiva filosófica. Andrea Díaz Genis

La formación humana desde una perspectiva filosófica - Andrea Díaz Genis


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de una posición frente a la existencia, de un modo de vida que lleva hasta sus últimas consecuencias.

      Hay dos conceptos clave de la tradición que el último Foucault pretende rescatar en su lectura de los antiguos: uno es la filosofía como forma de vida; el otro es la filosofía como ejercicio espiritual y –agregaríamos– como psicagogía del género humano. ¿A qué llamamos psicagogía, a diferencia de la pedagogía? Vayamos a ver lo que dice Foucault (2006a: 387-388) al respecto:

      Llamemos “pedagógica”, si quieren, la trasmisión de una verdad que tiene la función de dotar a un sujeto cualquiera de aptitudes, capacidades, saberes, etc., que no poseía antes y que deberá poseer al término de esa relación pedagógica. Si llamamos “pedagógica”, por lo tanto, a la relación consistente en dotar a un sujeto cualquiera de aptitudes, definidas de antemano, creo que se puede llamar “psicagógica” la transmisión de una verdad que no tiene la función de proveer a un sujeto cualquiera de aptitudes, etc., sino la de modificar el modo de ser de ese sujeto al cual nos dirigimos […] En este sentido y por esta razón la psicagogía antigua está muy próxima a la pedagogía. Aún se experimenta como una paideia.

      En el contexto del maestro, que porta un decir veraz y lo demuestra con su práctica de vida al o a los discípulos, se presenta una relación pedagógica que, si bien puede plantear saberes y enseñanza de aptitudes o hábitos de su parte, tiene como finalidad “psicagógica” transformar la subjetividad del otro, el alumno o discípulo, en el sentido de transformar un modo de vida o realizar un arte de existencia. “Esculpirse a sí mismo” es transformar la vida en relación con un ethos a partir del amor a la sabiduría que marca la vida de los amantes o amigos de la filosofía. Pero vayamos a estudiar estos conceptos en la Apología de Platón, viendo ciertos puntos que nos gustaría destacar. Uno es el tema de la lectura de texto como ejercicio espiritual. Dice Hadot (2006) a este propósito que las obras de los filósofos son escritas en torno a una escuela en la cual un maestro educa a sus discípulos, intentando a través de ello inducirlos a una transformación. Así las obras sean monólogos, la dimensión virtual del interlocutor siempre está presente. Son éstas en definitiva obras pedagógicas, destinadas a alumnos; son incluso, dice Hadot, “apuntes de curso”, no doctrinas sistematizadas. En cuanto a los diálogos platónicos, obedecen a temas particulares, tienen unidad interna, pero no son equivalentes o se juntan necesariamente con temas propuestos por otro curso o clase. Implican una serie de logoi, verdades, enseñanzas que son respuestas a cuestiones planteadas en un momento determinado. Para Hadot (2006: 56), se trata nada menos que de cambiar el enfoque hermenéutico de la lectura. Es posible ver los mismos textos filosóficos como ejercicios espirituales:

      La filosofía se nos aparece entonces originalmente no ya como una elaboración teórica, sino como un método de formación de una nueva manera de vivir y percibir el mundo, como un intento de transformación del hombre.

      Este punto nos parece más que interesante. Se trata, entonces, de intentar realizar una lectura de la filosofía como pedagogía y psicagogía del género humano, como una forma del ejercicio espiritual a través de sus textos. Experimentaremos esto a partir de un texto fundador y fundamental como es la Apología. Allí justamente estamos frente a un Sócrates humano, que ha sido atacado por calumniadores y por esto se encuentra frente a un “callejón sin salida” vital. Frente a las acusaciones falsas de sus detractores, no puede proponer una pena alternativa. Si la acusación hecha por Anito y Melito viene de lejos (hay nuevos acusadores como ellos, pero hay también anteriores, las acusaciones se llaman unas a otras y se acumulan en el tiempo), estos últimos piden para Sócrates, como castigo, la pena de muerte. La historia ha sido millones de veces contada, repetida, y no por ello pierde actualidad. Lo central de nuestro asunto es obtener un nuevo enfoque de lectura. ¿Cuál era la acusación? Crear nuevos dioses, corromper a los jóvenes. Frente a esta acusación infundada, nuestro filósofo merecería la muerte. Sócrates, según las costumbres de la antigua Grecia, debía proponer otra pena. Él no es capaz de hacer esto, pues implicaría desconocer toda su vida-obra como filósofo. Implicaría reconocerse culpable de algo cuando es inocente. Tampoco puede escaparse del castigo, porque esto implicaría no reconocer las leyes de la ciudad, siendo que esto no sería coherente con su filosofía. Este callejón sin salida que es su apología consiste, en este ejercicio fundamental, demostrar una filosofía de vida, una coherencia en el actuar, una “misión” que le concedió el dios Apolo y que está dispuesto a defender, incluso con la muerte. Sócrates deja ver claramente, en este diálogo, que temer a la muerte supone creerse saber lo que no se sabe. Hay algo que tiene más significado para su filosofía y forma de vida, y es el ethos que ella persigue. Es más importante no cometer injusticia o falta moral que morir injustamente. La forma de vida que Sócrates eligió debe ser defendida a riesgo de muerte. Sócrates no está dispuesto a morir de la peor manera en que se podría morir, esto es, morir espiritualmente a partir de la contradicción de su prédica. Esto es lo importante, y no la muerte de su cuerpo, o de su vida en la polis. Cuando llega el juicio, Sócrates ya tiene setenta años. La Apología se convierte entonces en la demostración y la genealogía de una misión que marcará la historia de Occidente. Pero, para la lectura que hacemos nosotros, también nos mostrará una idea de la formación humana, que va mucho más allá de la que hemos heredado como simples profesores de Filosofía.

      Sócrates tiene una misión; esta misión es marcada por el Oráculo de Delfos. Éste le dice a su amigo Querefonte quién es el más sabio de los hombres. Sócrates, como ya vimos, tiene una misión señalada por el Oráculo, que lo nombra como el más sabio de los hombres. Y esta respuesta marca la historia de una vida filosófica preocupada por el examen, por la indagación de los demás, por la constatación de qué significa verdaderamente ser el más sabio de los hombres. Sócrates es sabio, en el sentido de que posee cierto tipo de sabiduría, porque sabe que no sabe. Y constata que los que dicen saber no saben que no saben, y ahí radica su ignorancia, o pretenden que por saber de alguna cosa en particular saben de todo. Más allá de esto, esta actitud refleja un problema más profundo, que es el que nos interesa aquí. No se conocen a sí mismos (gnothi seauton); no se han sabido cuidar a sí mismos. No se han ejercitado en ello. No han transformado su vida en relación con esto. Ésta es toda la enseñanza de la epimeleia. Sócrates se presenta no como aquel que tiene un contenido para educar, sino como un “cuidador” de hombres (en el Laques se presentará como el “técnico del alma”). Hay una serie de competencias específicas para los “cuidadores de hombres”, como lo es Sócrates. El cuidador de la humanidad se ocupa de educar lo fundamental: se ocupa de que los hombres se ocupen de sí mismos, y para ello deben examinarse profundamente. Por eso, se ocupa de inquietarlos, molestarlos. El cuidador de la humanidad es un “tábano”, cuya tarea no es la “gran política” (debido a que, si se hubiera dedicado a ello, habría muerto antes, como aclara en la Apología); se ocupa de una forma de política que llamaremos “pequeña política” o “política privada”, pero que no por serlo es menos valiosa, esto es: del servicio a la ciudad, cuestionando privadamente a los ciudadanos y planteando una formación política muy diferente de la ofrecida por los sofistas.

      Ocuparse de la “ciudad” no es ocuparse de las cosas de la ciudad sino de la ciudad misma; ocuparse del sujeto no es ocuparse de las “cosas del sujeto” sino del sujeto mismo. ¿Y cuál es el servicio a la ciudad, cuál es la enseñanza de Sócrates? Ningún contenido en particular, sino conversar, dialogar y, a través de esta conversación, refutar a otro (Jenofonte, 2009: 23). Finalmente, el “más sabio de los hombres” es Sócrates en tanto reconoce su ignorancia. Ahora, dicha cuestión podemos pensarla más a fondo. ¿Realmente Sócrates es ignorante, o simplemente estamos ante un método de enseñanza y una posición frente a la existencia? Esto es lo que nosotros creemos. Sócrates sabe muchas cosas; por lo pronto, sabe de la importancia de inquietarse, preocuparse, cuidarse a sí mismo (epimeleia heautou), y también sabe de la importancia, ligado a este asunto, del autoconocimiento. Conoce un método de búsqueda de la verdad a través del diálogo, que llamamos mayéutica (μαιευτικη), sabe que su método puede ser comparado a la actividad de una partera, como era su madre, dado que permite que las personas den a luz las ideas por su propia participación y actividad en su búsqueda.

      En definitiva, el tema no es el saber, si no el que sabe. La preocupación


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