La formación humana desde una perspectiva filosófica. Andrea Díaz Genis

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profundicen en su ser y su modo de estar en el mundo. Así se constituyó y se fundó nada menos que la filosofía en Occidente. Pero también una manera de entender la educación. Desde los comienzos de esta tradición, el asunto de la formación humana no tuvo que ver solamente con la conformación de un saber sobre el mundo, sino con transformar la vida en relación con una búsqueda activa de ese saber y, mucho más que saber, una sabiduría. Y uno de los aspectos de la sabiduría es precisamente éste: ponerse en posición de ignorancia para establecer una relación activa y no pasiva con esta búsqueda. El Oráculo de Delfos marca el comienzo de una misión divina y un sentido nuevo para la hermenéutica del designio del dios. Ahora, la manera “original” que Sócrates encontró para designar el sentido alegórico u oculto de las palabras del dios Apolo es, precisamente, entender de qué se trata su designio a partir del diálogo con los otros que dicen saber. Puesto que él no sabe nada. Podemos tener frente al saber varias actitudes: hemos de saber con otros, hemos de saber de los otros y hemos de ignorar juntos, para juntos buscar el sentido del Oráculo de Delfos, que dice que el hombre más sabio es Sócrates. A la aclaración de este “enigma”, como es demostrado en la Apología, Sócrates le destinó su vida. Decidió abandonar honores, búsqueda de riquezas, reconocimientos, beneficios personales. Dio, entregó su vida para una misión que es identificada ahora con su nombre, un nombre ilustre, que ha sido el receptáculo de un gran destino, la filosofía. No hizo un discurso, no demostró una serie de hipótesis teóricas, no. De esto no se trata la filosofía para el Sócrates platónico de juventud. Pero tampoco es teoría su pedagogía radical como maestro “ignorante”. Las acusaciones de Melito-Anito son calumnias, son mentiras, producto de otro tipo de ignorancia, la ignorancia del que no ha pensado bien, del que no ha pensado con profundidad, o sea de aquellos que, por eso, actúan por malevolencia y envidia. Mas esto no está en el centro de la cuestión. El centro es la misión socrática que no puede decaer ante ninguna acusación, que no puede ser negada por el arrepentimiento. ¿Quién se lleva la peor parte? ¿Él porque muere o el que actúa injustamente acusándolo? La respuesta socrática es obvia.

      No vale la pena la vida si no es examinada

      La vida examinada es la vida socrática:

      Corrí, entonces, el riesgo de morir, y en cambio ahora, al ordenarme el dios, según he creído y aceptado, que debo vivir filosofando y examinándome a mí mismo y a los demás, abandonara mi puesto por temor a la muerte o cualquier cosa. (29)

      “Su puesto”: éste es su puesto en la vida para sí mismo y para los otros, para el bien de la ciudad; es “su forma” de hacer política. “Su puesto” en la vida es filosofar. ¿Para qué, si no para hacer mejores a las personas, para formar?, y esto es transformar la vida de los sujetos. Dice Sócrates:

      No dejaré de filosofar, de exhortaros y de hacer manifestaciones al que de vosotros vaya encontrando, diciendo lo que acostumbro: Mi buen amigo, siendo ateniense, de la ciudad más grande y más prestigiada en sabiduría y poder, ¿no te avergüenzas de preocuparte de cómo tendrás las mayores riquezas y la mayor fama y los mayores honores, y en cambio no te preocupas ni interesas por la inteligencia, la verdad y por cómo tu alma va a ser lo mejor posible? (c)

      Yo no he sido maestro de nadie

      “Yo no he sido maestro de nadie” (33a), dice Sócrates. No es enseñanza de contenido. Su forma de magisterio es ser “médium” de una relación con la verdad que sacudirá activa y vitalmente a la persona, a partir del reconocimiento de su propia ignorancia o de su no posesión del saber. Que insta, fundamentalmente, a que los otros se preocupen de sí mismos y sean lo mejor posible (36c). Ésta es una “posición de ignorancia”. Este maestro sabe mucho; sabe, por ejemplo, lo siguiente:

      El mayor bien para un hombre es precisamente éste, tener conversaciones cada día acerca de la virtud y de los otros temas de los que vosotros me habéis oído dialogar cuando me examinaba a mí mismo y a otros, y si digo que una vida sin examen no tiene objeto vivirla para el hombre, me creeréis aun menos. (38a)

      El examen de sí mismo y del mundo, de las ideas y del sí mismo, del modo de vida que llevamos, etc. El examen en profundidad es “el” ejercicio filosófico socrático por excelencia. El que marca un antes y un después en la


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