Shakey. Jimmy McDonough
«Parece una chorrada acabar con un matrimonio de tantos años por culpa de una tontería como un partido de golf, pero lo cierto es que no estábamos preparados para lidiar con aquello.» Los ojos marrones de Rassy emitieron un destello cuando le pregunté cómo se marchó Scott. «Scott no “se marchó”; lo eché yo, que es diferente.» Rassy recordaba que, con las prisas a la hora de hacer los bártulos, Young derramó un tintero sobre el contenido de su maleta. «Me pareció algo maravilloso.»
Recuerdo a mi madre llorando en la mesa de la cocina o algo por el estilo. Creo que dijo: «Tu padre se ha marchado y ya no va a volver», y yo eché a correr escaleras arriba y, mientras subía, solté: «Lo sabía» o «Te lo dije». Sí, sí, dije: «Sabía que lo haría, mira que lo sabía», porque una vez mi padre me había llevado de paseo y me había dicho que, si alguna vez ocurría algo así, que él siempre me querría estuviéramos donde estuviésemos. Se limitó a decirme: «Mira, a lo mejor llega el día en que mamá y yo dejemos de vivir juntos… Yo hay cosas que quiero hacer con mi vida y, la verdad, no nos llevamos muy bien; las cosas no funcionan». Fue ese tipo de conversación: que no pasaba nada, que aquello no significaba que no me quisiera… Total, que no me pilló totalmente por sorpresa, pero aun así, cuando por fin sucede, piensas: «Me cago en la hostia, papá se ha largado».
Ella se quedó muy amarga; aquello le afectó mucho. Creo que la separación fue demasiado para Rassy.
June Callwood recuerda que recibió una llamada el día que Scott se fue de casa: «Rassy me llamo histérica. Yo sabía la tremenda tragedia que aquello suponía para ella, porque la vida de Rassy giraba en torno a Scott y no le quedaba más válvula de escape que pintar sillas».
A Callwood le sorprendió que Rassy se pusiera en contacto con ella, ya que desde el altercado de los cotilleos de Rassy no es que hubieran sido uña y carne precisamente, pero le ofreció su apoyo. Aquella renovada amistad no duraría ni veinticuatro horas. «Al día siguiente Bob me llamó y me dijo que se había pasado la noche vomitando», comentaba Callwood. «No encontraba a su madre por ninguna parte y el impasible e introspectivo Neil ya se había ido a la escuela. Bob no podía ir; me dio la impresión de que estaba fatal.»
Toots, la hermana de Rassy, no tardó en llegar de Winnipeg y encontrarse la casa sumida en el caos más absoluto. «Allí transcurrieron tres de las peores semanas de mi vida. Bob se pasaba toda la noche despierto poniendo una música funesta, y a Rassy le daban ataques de histeria cada diez minutos.» Según Toots, el único que aportaba un toque de alegría era Neiler, que un día volvió a casa del colegio ataviado con un sombrero con una pluma enorme en un intento de animar al personal. «Neil se esforzaba muchísimo, pobre crío, por actuar como si allí no pasara nada. Llegaba a casa silbando, pero era cerrar la puerta y venirse todo abajo; aunque Neil nunca tiraba la toalla. Me daba mucha pena tener que dejarlo allí, muchísima. Pero ¿qué iba a hacer? No podía arrebatarle a su hijo.»
Snooky llegó desde Texas para intentar ayudar. «Rassy no paraba de llorar; yo nunca la había visto llorar y era una situación verdaderamente angustiosa. Rassy ni siquiera me oyó cuando le dije: “No llores; por estas cosas no se llora. No es lo adecuado en estos casos”. Nuestra madre se habría enojado con Rassy por comportarse así, no le habría parecido nada bien, pero, total, Rassy llevaba tal berrinche que aquello le traía sin cuidado.»
Snooky dijo que intentó hablar con Scott: «Su opinión de Rassy se resumía en una frase: “Cada vez deja la cuenta a cero”. Scott no se refería al dinero, sino a su relación, al hecho de que cada día tenía que volver a la casilla de salida para que se le considerara una persona decente. Pensé que era un comentario muy feo y recuerdo aquellas palabras, porque pensé: “Me pregunto si realmente llegó a conocer a Rassy”».
El divorcio no entraba en los parámetros de resolución de conflictos de la familia Ragland, ya que Bill y Pearl habían permanecido juntos a pesar de que para algunos su matrimonio se hallaba exento de toda pasión. «Cuando mi padre decía una cosa, ya no había vuelta de hoja», afirmaba Snooky. «Cumplía sus promesas aunque le fuera la vida en ello, y así fue como nos educó, nos hartamos de oír esa cantinela. Estábamos convencidas de que una vez dábamos nuestra palabra ya no había nada que hacer, punto final. No podías echarte atrás y cambiar de opinión acerca de algo importante, y sé que Rassy se sentía así; Scott la dejó tremendamente aturdida.
»Hasta entonces la vida para Rassy había sido una carcajada continua, todo le resultaba divertido… Pero después de aquello, todo cambió; ya no se reía como antes y bebía mucho más; no sé cuánto, pero bebía mucho. Quien la conociera después del divorcio, nunca conoció a la verdadera Rassy, porque ya no volvió a ser la misma. Aquello le partió el corazón.»
Un par de días después de la ruptura, Scott llevó a sus dos hijos a Ciccione’s, un restaurante italiano de Toronto que continúa entre los predilectos de la familia, para darles la mala noticia. «Traté de explicarles que les quería, pero que no quería seguir viviendo con su madre», escribe Scott. «No sé si tuvo mucho sentido lo que les dije… No quería que aquello acabara con los niños desapareciendo del mapa, pero no sabía qué iba a pasar.»
Después de cenar, Bob y Neil acompañaron a Scott de vuelta a la redacción del Globe and Mail y, antes de despedirse, Neil se acercó a su padre y le dio unas palmaditas en el brazo, «como diciendo que lo sentía mucho, que a lo mejor era el caso». Tras haber pasado con Neil el tiempo suficiente como para saber que no es precisamente efusivo a la hora de expresar sentimientos, sentí curiosidad por cómo le afectó a Scott aquel gesto, y me contó esta historia a modo de respuesta:
«Si Neil estaba en la misma sala que alguien gordo o con algún tipo de defecto —o que hubiera sufrido alguna pérdida— y alguien hacía algún comentario que pudiera herir a esa persona, a Neil se le llenaban los ojos de lágrimas, y te hablo de cuando tenía cinco o seis años. Era muy sensible a los sentimientos de los demás, y ya sé que luego ha herido los sentimientos de mucha gente de un modo u otro, pero cuando era pequeño, aquello me llamaba la atención. Neil demostraba tener una sensibilidad extraordinaria hacia las penas ajenas, y qué decir de las palmaditas que me dio delante del edificio del Globe and Mail. Aquello no se me olvida.»
A medida que se desintegraba su familia, aumentaba la obsesión de Neil por la música. La primera vez que alguien recuerda haber visto a Neil tocar un instrumento —un ukelele barato de plástico— fue en la Navidad de 1958. Sus padres recuerdan comprárselo como regalo de Navidad; Neil dice que su padre se lo había comprado meses atrás en Pickering. En cualquier caso, Young empezó a centrarse en la música. Scott escribe que Neil «cerraba la puerta de su habitación, que estaba al final de las escaleras, y oíamos “praaang”, una pausa para cambiar los dedos de acorde, “prang”, otra pausa para volver a cambiar de acorde, “prang”…».
¿Cuáles eran las raíces musicales de los Ragland? Tenemos la ínfima muestra de los atormentados pinitos con el piano de la abuela Pearl y el amor que le profesaba Rassy a ese instrumento. Según Scott: «La música era lo único que conseguía hacerla llorar, sobre todo la música de ópera. Vio El gran vals cinco veces; iba allá donde la proyectaran. Una vez Rassy me dijo que lo que más le hubiera gustado en la vida habría sido tener una buena voz para poder cantar, así que esos eran los antecedentes cuando Neil empezó».
En la familia de Scott abundaban los campesinos cosechadores. «Si estábamos en la granja y se ponía a llover, te ibas corriendo a casa a toda pastilla y cogías el primer instrumento que encontrabas», recuerda Bob, el hermano de Scott. «Uno podía acabar con un violín, otro con un banjo, con una mandolina o una armónica; en esta familia nos sentimos bastante orgullosos de nuestras aptitudes musicales.»
Siendo adolescente, Neil pudo comprobar las increíbles dotes musicales de los Young al asistir al funeral de un familiar en Winnipeg. «Cuando murió la prima Alice, nos reunimos unos cuantos en casa de uno de los primos y le dijimos a Neil que se trajera la guitarra, ya que estaba empezando a ser conocido en Winnipeg», recuerda el tío Bob. «Neil entra en aquella casita, ve a todos aquellos granjeros sentados en círculo —a los que por poco les salía el heno por las orejas— y se pone a darle a