Diversidad invisible y cultura transformacional. Pio Puig

Diversidad invisible y cultura transformacional - Pio Puig


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detestan.

      Nos levantamos por la mañana, ducha, café, desayuno... (cada cual con sus costumbres) ahora bien, muchos coincidimos en levantarnos y de forma automática hacer aquello que se espera (o creemos que se espera) de nosotros. Nos movemos por responsabilidades, compromisos, imposiciones y creencias, que independientemente del estatus social al que nos hayan conducido, si no se guían desde lo que somos, desde nuestra motivación más profunda, llegará el día en que nos preguntemos: ¿Y todo esto para qué? ¿Para qué me levanto cada mañana?

      El propósito es la respuesta. Seguramente habéis oído el concepto Ikigai. A mi es un concepto que me encanta. Proviene de la cultura japonesa, según la cual cada persona tiene “una razón de ser”, precisamente entendida como “una razón de levantarse por la mañana”. Cuando hablamos de propósito parece que tenga que ser algo grandilocuente, una razón noble y valiosa para el conjunto de la humanidad. No hace falta. Por eso me gusta el concepto de Ikigai. Es una razón de disfrutar la vida, una suma de pequeñas alegrías cotidianas que dan por eso un profundo sentido a lo que hacemos. Para mi la relación con lo que hemos estado hablando está clara: tener la oportunidad de hacer cada día lo que me encanta. Con esta perspectiva delante, ¡como no voy a levantarme de la cama con energía cada mañana!

      Tener un propósito no quiere decir estar sonriendo todo el día ni ser feliz en cada instante. Sí tiene una relación clara con la felicidad, cuantas más oportunidades tenga de hacer lo que verdaderamente me encanta, más feliz seré. Pero el propósito, o Ikigai, es una guía, un faro de luz, que en momentos de alguna dificultad nos da, precisamente, esa razón de ser.

      Por eso es tan importante que el propósito sea realmente nuestro, no una etiqueta social, ni impuesta, sino aquello que somos porque motiva nuestros patrones de comportamiento innatos y que cuando actuamos según esta “razón de ser”, brillamos. Mejor veámoslo con un ejemplo:

      Somos padres de tres niñas. Esto no es un propósito en si, es un rol social. Si bien ser padre o madre es algo que pueda parecer un propósito de vida, por la transcendencia y solemnidad que se le pueda dar (más aún, si se interpreta con todo el peso y responsabilidad social que conlleva tener hijos y criarlos), el ser padre o madre no apela de forma directa a lo que me encanta y me motiva. De hecho, este supuesto “propósito” tendré que ir interpretándolo y recordándome su significado, para que me pueda servir como tal, y si algún día el ser padre me trae más dificultad que alegría, no será una luz que me guíe, sino una etiqueta que me pese.

      Si por contra digo que mi propósito es “ser la calma y el resguardo de mi familia, y el punto de apoyo para que puedan potenciar lo mejor de si mismos”, la cosa cambia bastante.

      Este propósito es claro. Es una frase tangible, que hace referencia a muchas acciones pequeñas y diarias que apelan a mi motivación intrínseca y me dan una razón de ser. “Me encanta hacer que haya paz y calma”. Es algo que me encanta y que está reflejado de forma directa en mi Ikigai. Si consigo calmar un enfado, o conducir una tensión hacia un abrazo sincero, me llena de una felicidad indescriptible. “Me encanta partir de los puntos fuertes” es otro patrón innato que también se refleja en mi propósito. Por tanto, si he podido aportar el equilibrio para que la gente de mi entorno potencien lo que se les da bien y veo un brillo de excelencia, siento una gran plenitud. Esto son muchos pequeños gestos diarios, son una palabra, una sonrisa, una mirada, que hechos con consciencia nos llenan de significado.

      Si el propósito es algo que nace de nuestro interior y que refleja nuestra motivación intrínseca, ¿podemos hablar de propósito dentro de una organización? Debería ser un ¡SÍ! Aunque lamentablemente no es una realidad demasiado extendida. No estoy hablando del propósito de una organización (que por suerte sí está empezando a ponerse de manifiesto su valor e importancia) sino del propósito particular, de poder actuar dentro de la organización movidos por lo que somos. Aunque cada vez más se habla de la persona y su importancia dentro de las empresas, de forma general parece que actuar según un propósito particular esté reservado para los voluntariados en ONGs y acciones sociales.

      Poder actuar según un propósito no es únicamente responsabilidad de la organización (ya hablaremos en otro capítulo de ambientes emocionalmente seguros), sino también de cada persona. Nosotros mismos actuamos de forma diferente dentro y fuera de la empresa, seguramente por esa falta de libertad (en ocasiones real pero en muchas otras impuesta por uno mismo) de ser como uno es, para convertirnos en aquello que se cree que deberíamos ser. Igual como hemos visto desde el lado más personal, el Ikigai dentro de la organización es también esa suma de pequeñas acciones que nos encantan, por las que se nos valora y que nos dan una razón de ser.

      El propósito es lo que soy, o lo que en potencia puedo llegar a ser, si tomo consciencia de sacar lo mejor de mi. Es poder hacer aquello que me encanta y que aporta un valor al entorno. ¿No deberíamos ser similares dentro y fuera del trabajo? Todo lo que yo soy, ¿no puede brillar en cualquier ámbito de mi vida? Deberíamos quitarnos las máscaras, tomar consciencia y ser en plenitud.

      Cuando esto no es así, más pronto o más tarde nos sentimos infelices, insatisfechos y frustrados. En el capítulo anterior os he puesto un ejemplo de nuestras hijas, que cuando actúan según su motivación, brillan, y si por contra actúan como la otra, sea por acaparar protagonismo delante nuestro o por la razón que sea, la cosa chirría. El chiste contado por una nos hace reír a todos, explicado igual por la otra nos deja fríos. Una por naturaleza es graciosa, la otra es mucho más solemne. Es importante remarcar que he dicho “explicado igual”. Existen grandes humoristas, unos van con nariz de payaso y otros por contra son tremendamente sobrios, y ambos hacen reír. (No creo que Eugenio, uno de los mejores humoristas de nuestro país, nos hiciera la misma gracia dando brincos y disfrazándose para un gag). Y aquí retomo la honestidad con uno mismo, con lo que somos y con el propósito. No digo que nuestra hija, la que es más sobria, no pudiera ser humorista, pero si quiere ser feliz en lo que hace, debe ser honesta consigo misma y tener un propósito que refleje lo que es, y la conduzca a lo mejor que puede ser. Si lo hace con nariz de payaso, llegará el día en que se pregunte: ¿Para qué me levanto cada mañana?

      El propósito que tengamos en el ámbito personal y en el ámbito laboral no tienen porqué ser el mismo, ahora bien, sí que tienen que partir de la misma esencia: aquello que me encanta, aquello que aporto y por lo que el mundo me valora. Si en el ámbito personal “me encanta hacer que haya paz y calma”, igual en el ámbito laboral lo expresaría como “me encanta que haya un común acuerdo”, que en realidad es lo mismo expresado con matices diferentes. Si continuamos pues con la idea del capítulo anterior: esto que me encanta, ¿aporta algo de valor dentro de la organización? Está claro que sí: “aporto una visión objetiva que equilibra las partes”. Es algo que me encanta, que aporta valor y que mueve mi motivación intrínseca.

      Como personas complejas que somos, no tenemos un solo talento ni un solo “me encanta”, sino muchos, relacionados todos con nuestros patrones de comportamiento dominantes. La suma de estas visiones será la que me acerque a un propósito laboral, con el que soy fiel a mi y me permite sacar lo mejor. No necesitamos máscaras que oculten nuestro brillo. ¡Necesitamos un propósito claro que nos guíe a brillar!

      Recuerdo una experiencia muy bonita en un ejercicio de propósito individual que realizamos en una empresa. A veces la percepción de uno mismo nos menoscaba y pensamos, por una razón u otra, que lo que aportamos no tiene mucho valor, al menos no dentro de la organización. Ese día era una sesión con todo el equipo, tanto técnico como directivo. Todos diferentes, todos con un valor a aportar, todos con una razón de ser. Hacía falta, por eso, descubrir cual. Ya al final del taller, un directivo le hizo un regalo espontáneo y magnífico a una de sus empleadas: le hizo visible su Ikigai. Le dijo: “¡Tu eres la madre que a todos nos gustaría tener!”. Fue un momento mágico y emotivo.

      El directivo vio en ella a la persona que es en realidad: empática, inclusiva, que de forma desinteresada se preocupa por los demás con el único objetivo de hacernos sonreír. Y con esa frase, “¡Tu eres la madre que a todos nos gustaría tener!”, le dio un valor. Ella, por contra, tenía el remordimiento de que esos talentos


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