Vida religiosa y casas de formación. Fabio Humberto FSC Hno Coronado Padilla
relativiza, se cuestiona o simplemente se ignora por los religiosos más jóvenes o por quienes ejercen los liderazgos al frente de las comunidades. A todo esto tenemos que agregar el sinnúmero de escándalos afectivos, financieros y de manejo no sano del poder que al hacerse globales a través de los medios de comunicación han minado la credibilidad de la Iglesia, de la vida religiosa y de la confianza de los jóvenes por formar parte de esta.
A lo dicho, para el caso particular de Colombia, hay que añadir que la cultura de la violencia y la cultura del narcotráfico, prolongadas durante décadas, trajeron para la vida religiosa otra paradoja que contribuyó con su cuota al desencanto. Si bien de una parte hubo minorías en todas las congregaciones religiosas que ejercieron una tarea profética, de contracultura misional y de compromiso hasta el heroísmo frente a los actores del conflicto armado, y no se vendieron ni cayeron en las garras de las fieras del narcotráfico, llegando incluso a pagar con su vida, también es cierto que lenta e imperceptiblemente, con grados de connivencia diferenciados, unos más conscientes que otros, se permitió que la violencia y el narcotráfico también tocaran con su ethos la vida religiosa; y sin saber cómo ni cuándo, dañó su tejido colectivo, deterioró sus buenas prácticas, minó la confianza colectiva, afectó a los liderazgos espirituales y produjo una honda crisis espiritual, fragmentando a las generaciones y produciendo una ruptura con lo bueno heredado del pasado, de lo cual todavía no se ha logrado recuperar.
El sexto movimiento es el contemporáneo En salida. Frente al anterior panorama aparecen las preguntas: ¿por qué tenemos que seguir así? ¿No podemos ser religiosos de otra manera? ¿Qué tendríamos que hacer para generar una nueva cultura en el interior de la vida religiosa? ¿Cuál es el estilo de vida que debemos construir? ¿Nos sentimos llamados a ser protagonistas de una nueva etapa de su historia? No es de extrañar la singular acogida que ha tenido, particularmente entre los integrantes de la vida religiosa, tanto la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium como la convocatoria al Año de la Vida Consagrada del papa Francisco. Un programa audaz para la transformación misionera de la Iglesia y para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación. Al señalar que todos los agentes pastorales y toda la Iglesia se pongan en salida, invita “a todos a ser audaces y creativos en esta tarea de repensar los objetivos, las estructuras, el estilo y los métodos evangelizadores de las propias comunidades”.
En salida es el despegue de la vida consagrada hacia un nuevo paradigma, cuyo primer paso implica que hay que pasar de mirarse a sí mismos, ahogados por los problemas internos, a descentralizarse en una dinámica misionera que insuflará conversión y nueva vida a los actuales protagonistas de la vida consagrada. Tal paradigma debe construirse a partir de ciertas notas distintivas en las cuales ha insistido el papa Francisco: profundidad de vida, talante alegre, animación desde el contacto con la gente, “oler a oveja”, audacia, creatividad y autenticidad. Todo esto dentro de un clima de esperanza que suscite la capacidad de comenzar algo nuevo en el mundo, una especie de segundo nacimiento a través de la Palabra y la acción.
El futuro que vendrá
La mirada retrospectiva que hemos intentado reconstruir de estos últimos cincuenta años de la vida religiosa nos muestra que ante las continuas novedades hubo ciertamente múltiples resistencias y tensiones, pero, en general, se dio apertura y se generó toda una recepción creativa. No olvidemos el contexto, fueron décadas de grandes cambios en todas las instituciones y países, no fue un fenómeno exclusivo de la vida religiosa o de la Iglesia. Era un espíritu común a toda una época que tuvo sus manifestaciones en las artes, la literatura, el teatro, el cine, la cultura, la política (revoluciones sociales), la educación y, por supuesto, también en la vida consagrada.
Lo que en resumidas cuentas vino a suscitar todos estos movimientos fue un nuevo modo de estar en el mundo de la vida religiosa. Una inculturación ya no de grandes equipos en número y recursos, sino de pequeñas fraternidades más dinámicas y coherentes, más evangélicas. Atrás fueron quedando las estadísticas cuyos guarismos hacían sentir a sus miembros cierto orgullo de pertenecer a una gran congregación, poderosa e influyente, presente prácticamente en todos los países del mundo. Valga el ejemplo de los Hermanos Lasallistas quienes en 1965 eran 16.860, en 1980 descendieron a 10.260 y en 2014 la estadística de personal marcaban los 3.750. Las cifras hablan por sí solas. Apareció una vida religiosa que es más signo que número, con todo lo que un signo significa.
La vida consagrada salió purificada y fortalecida de toda esta historia. Ya no será la misma de antes, pero se enrumba vigorosa hacia una nueva etapa de su historia. Cuenta con unos núcleos patrimoniales sólidos, a los cuales no puede renunciar, pues son la herencia preciosa que le legaron los avatares de esta historia cincuentenaria. Entre otros podríamos señalar: una identidad clara de su propia naturaleza y sus fines; un posicionamiento colaborativo frente a la misión; una espiritualidad renovada, más mística y profética; un talante de compromiso con los más pobres y la justicia; un liderazgo de intervención en la realidad sapiencial y sabio; una vida fraterna en comunidad más humana y sencilla; una vivencia de los consejos evangélicos y de los votos más madura y armónica; una apertura y aceptación de la diversidad de sus miembros más caritativa e incluyente. En síntesis, es una vida religiosa más signo significante, grano de mostaza y fermento dentro de la masa, libre y autónoma frente a los poderes temporales, más cercana al ideal evangélico y a los carismas que le dieron vida.
Nos encontramos, pues, transitando por tiempos de balance, de evaluación, de revisión de vida, de memoria sobre la historia transcurrida. Vivimos tiempos serenos, de no radicalidad, por tanto, fecundos y prometedores para la hoja de ruta que estamos llamados a construir para los próximos años. Son tiempos de conversión y de profundización espiritual, para asumir el futuro que viene en espíritu de discernimiento, previa una escucha atenta y disponible ante lo nuevo que Dios va irrumpiendo en el presente de nuestra historia. Como escribió, si la memoria no me falla, Tagore: “Todo nuevo niño que nace en el mundo es la promesa y la esperanza de que Dios sigue confiando en la humanidad a pesar de todo”. Parafraseando su pensamiento podríamos decir: todo joven que ingresa a la vida religiosa es la promesa y la esperanza de que Dios sigue confiando en la vida consagrada a pesar de todo.
Me disponía a cerrar la escritura de este capítulo en este punto, mas tuve que suspender, pues tenía que ir a clase a la Universidad, se me había hecho tarde, allí mis estudiantes son jóvenes formandos de diferentes congregaciones religiosas. Iba raudo por el pasillo próximo al aula, cuando uno de ellos se me acerco y me dijo a quemarropa: “Le tengo una mala noticia”. Tan solo tuve tiempo de decirle: “¿y eso?”, al instante respondió: “¡se retiró Julio César!” (un joven muy apreciado por sus compañeros, iba en su segundo año de formación, era consenso entre los profesores que tenía madera para ser un buen religioso )…, me quedé impresionado por unos segundos. Reaccioné y le respondí: “en la vida religiosa, en últimas, siempre es un misterio por qué alguien ingresa, por qué persevera o por qué se retira”. Entramos al aula…, recordé lo que minutos antes había escrito retomando a Tagore… ya no estaba tan convencido de lo que le acaba de decir a mi alumno…, me quedé en profundo silencio.
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